Capítulo treinta y cuatro: Nuestra primera cita como tú y yo

Era sábado por la tarde y Alec me había dicho que no me preocupara por nada, que él se encargaría de todo. Yo solo debía llevar mi mejor sonrisa… y abrigo, porque al parecer iba a refrescar.

Cuando bajé de casa, lo vi esperándome con su auto impecable, vestido con camisa blanca arremangada y su chaqueta favorita. Llevaba flores. De verdad trajo flores. Tulipanes lilas, mis favoritos.

—Para ti —dijo con una sonrisa tan dulce que se me olvidó respirar por un segundo.

—Gracias, son hermosos —respondí, y me sonrojé como si fuera la primera vez que hablábamos.

Subimos al auto, música suave de fondo y una conversación ligera que fluía como siempre… pero esta vez todo tenía una nueva energía. Estábamos más cerca, más atentos, más nosotros.

Después de unos minutos, llegamos a un pequeño parque escondido en las afueras de la ciudad. Alec me cubrió los ojos antes de bajarme.

—Confía en mí —susurró junto a mi oído, provocando un escalofrío tierno.

Caminamos unos pasos y al quitarme las manos de los ojos, lo vi: un picnic bajo un árbol lleno de luces colgantes, una manta, una pequeña radio que reproducía una playlist con canciones que habíamos compartido desde siempre, y una cajita de madera con pintura y pinceles.

—Quería que fuera algo tuyo… algo nuestro —dijo Alec, rascándose la nuca, nervioso.

Yo me lancé a abrazarlo.

—Es perfecto —susurré.

Comimos entre risas, hablamos de todo y de nada, pintamos sobre una misma hoja y terminamos con colores en la cara. En un momento, Alec tomó mi mano, serio.

—Ivy… esto que siento por ti, no empezó ayer. Ha estado ahí desde siempre. Solo que ahora... ahora tú también lo ves.

—Lo veo —dije, entrelazando nuestros dedos—. Y lo siento. Lo siento tan fuerte.

Nos quedamos en silencio un rato, mirándonos, y luego él se acercó y me besó. Despacio. Dulce. Como si el mundo pudiera quedarse quieto solo para nosotros dos.

Cuando nos separamos, me acarició la mejilla.

—Gracias por elegirme.

—Gracias por quedarte —susurré.

Esa noche, el cielo tenía estrellas, pero yo solo tenía ojos para él.