Capítulo treinta y seis: Susurros entre hojas y sonrisas

Desde que Alec y yo oficializamos nuestra relación, todo parecía más suave… más ligero. Como si el universo se hubiera alineado por fin.

Cada mañana tenía un nuevo sentido. Me despertaba con su mensaje de buenos días y, algunas veces, con una flor en mi ventana —sí, Alec seguía siendo un romántico empedernido—. La risa era más fácil y los silencios, más cómodos.

Ese sábado, planeamos un picnic en el parque. No era nada lujoso, solo una manta, unas frutas, libros y bocadillos que él mismo preparó (aunque juró haber recibido ayuda de Lilian). Sky también vino con nosotros, feliz de correr entre los árboles y luego recostarse a nuestro lado.

—¿Sabes qué es lo que más me gusta de nosotros? —me dijo Alec mientras me recostaba en su pecho, con su brazo rodeando mis hombros.

—¿Qué?

—Que puedo ser yo mismo. Sin filtros, sin miedos. Solo... yo. Y aún así, me eliges.

Lo miré con una sonrisa que no sabía cómo contener.

—Siempre te elegiría. Aunque tuviera que empezar de cero mil veces más.

Alec me besó la frente, y luego la nariz, y luego los labios. Y todo pareció detenerse por un momento.

—¿Qué estás pensando? —le pregunté después, acariciando su rostro.

—En que el mundo puede estar girando allá afuera, pero aquí, contigo... todo está en calma.

Nos quedamos así, hablando de tonterías, de sueños futuros, de libros que queríamos leer juntos, y de películas que él aún debía ver porque “no puede ser que no hayas visto eso, Alec”.

Antes de irnos, me tomó una foto mirando el cielo, con los rayos del sol tocando mi rostro.

—Para cuando te extrañe —dijo, sonriendo tímido.

—¿Vas a extrañarme incluso cuando estemos juntos?

—Especialmente entonces —respondió—, porque incluso teniéndote cerca, nunca me parece suficiente.