Capítulo treinta y nueve: Un nuevo comienzo

Había pasado una semana desde la graduación, y aunque la emoción todavía seguía fresca, la rutina comenzaba a cambiar. Ivy había conseguido una pasantía en un estudio de abogados reconocidos, mientras que Alec había sido aceptado como fotógrafo en una pequeña revista cultural. Las cosas comenzaban a tomar forma, y con ellas, nuevas responsabilidades.

Vivían en un pequeño departamento que habían rentado juntos en el centro de la ciudad. No era grande, pero para ellos era su propio mundo. Cada rincón tenía un pedazo de los dos: los pinceles de Ivy al lado de la cámara de Alec, libros de derecho mezclados con revistas de arte, y una cocina que a veces se convertía en campo de batalla cuando intentaban cocinar juntos.

—¿Sabes qué es lo mejor de todo esto? —dijo Ivy una noche, mientras estaban sentados en el balcón bebiendo vino barato—. Que aún con todo lo nuevo, tú sigues siendo mi lugar seguro.

Alec la miró, con esa mirada que sólo él podía tener cuando se trataba de ella. Le acarició el rostro con ternura.

—Yo no necesito más que esto, Ivy. Solo a ti.

Hubo un silencio cómodo, interrumpido por el sonido de la ciudad, y por el corazón de ambos latiendo al unísono.

Más tarde, ya en la cama, Alec le mostró unas fotos que había tomado de ella sin que lo notara. Algunas eran mientras pintaba, otras mientras leía con Sky dormido a sus pies.

—Eres mi musa —le dijo con una sonrisa tímida.

Ella le besó la mejilla, sin decir nada. Sabía que en esos gestos vivía el amor más sincero.

Por las mañanas, Ivy salía temprano rumbo a su pasantía, y Alec, cámara en mano, recorría la ciudad capturando instantes. Aunque sus días eran ocupados, las noches siempre eran suyas. Cocinaban juntos, se reían, veían películas viejas, y hablaban de sus sueños.

Y cada vez que uno tenía un mal día, el otro sabía cómo hacerlo sentir en casa.

Porque al final, eso eran: su hogar.