Bajo el velo de la medianoche

Capítulo 5

La noche había caído sobre Sevilla con una quietud inquietante. Mientras las luces cálidas de las calles iluminaban las fachadas, algo oscuro y silencioso se movía entre las sombras. Los Sombras Rojas, una antigua orden dedicada a mantener el equilibrio entre los mundos, habían sentido la ruptura del portal. Un desequilibrio tan profundo que no podía ignorarse.

En una torre oculta a las afueras de la ciudad, el consejo de los Sombras Rojas se reunió en torno a un círculo iluminado por un resplandor rojo que palpitaba al ritmo de un corazón vivo. En el centro, una figura alta y esbelta se destacaba entre el resto. Su nombre era Sam. De cabello corto y oscuro, y ojos de un rojo sobrenatural, emanaba una autoridad que no requería palabras.

—El portal ha sido alterado —dijo una voz profunda desde la penumbra del círculo—. Algo ha escapado.

Sam se inclinó levemente, aceptando las palabras como un mandato.

—Lo encontraré —respondió con frialdad, con su voz cargada de determinación.

—No subestimes a quien haya roto el sello —advirtió otra figura, envuelta en capas oscuras—. Si lo que tememos es cierto, podría haber fuerzas más allá de tu control.

Sam no respondió, pero sus labios se curvaron en una sonrisa apenas perceptible. Había enfrentado amenazas antes, seres de dimensiones caóticas, y siempre había salido victorioso. Esto no sería diferente.

Con un leve gesto, el consejo lo despidió. El círculo se disipó, y Sam abandonó la torre, con su capa ondeando en el aire mientras montaba su moto negra, una máquina diseñada con tecnología tanto del mundo humano como del oculto. El motor rugió, y el chico desapareció en la noche para dirigirse hacia el epicentro de la ruptura.

Lía estaba en su taller, inquieta. Después de que Eidan desapareciera, había intentado regresar a su rutina, pero era imposible ignorar lo que acababa de presenciar. Las palabras del diario seguían rondando en su mente, especialmente la advertencia sobre los peligros de romper el sello. Ahora sabía que no se trataba solo de leyendas o supersticiones: había algo real, algo peligroso, que había sido liberado junto con Eidan.

Decidió distraerse revisando el cuadro nuevamente. Mientras examinaba la esquina donde el chico había señalado la ruptura del sello, notó algo que antes había pasado por alto: una inscripción casi imperceptible tallada en el marco de madera. Tomó una lupa y la leyó en voz baja:

—"Cuando las sombras rojas persigan la luz, el equilibrio se romperá".

Un escalofrío recorrió su espalda. No entendía del todo lo que significaba, pero no podía ignorar la sensación de que estaba en el centro de algo mucho más grande de lo que podía manejar.

Un fuerte golpe en la puerta principal la hizo saltar. Miró hacia la entrada, con el corazón latiendo con fuerza.

—¿Quién está ahí? —preguntó, tratando de sonar firme.

No hubo respuesta, solo el sonido de pasos ligeros alrededor del taller.

Tomó un martillo que tenía sobre la mesa, para apenas sentirse protegida por el arma improvisada. Caminó hacia la puerta, pero antes de alcanzarla, las luces parpadearon y se apagaron, sumiéndola en la oscuridad.

—Esto no puede estar pasando… —murmuró.

De repente, una ventana se rompió en la parte trasera, y una figura ágil entró al taller con la precisión de un depredador. Lía apenas alcanzó a girarse antes de ser confrontada por Sam, quien la observaba con una intensidad que parecía perforar su alma.

—¿Dónde está? —preguntó él, con un tono frío y autoritario.

—¿Dónde está qué? —respondió ella, con la voz temblando, aunque trataba de mantenerse firme.

El hombre dio un paso más hacia ella, con su presencia dominando la habitación.

—El ser que liberaste. Dime dónde está.

La chica sintió que su respiración se aceleraba. Era evidente que este hombre sabía más de lo que ella podía imaginar, pero la amenaza implícita en su postura le hizo dudar si podía confiar en él.

—Yo… No sé de qué hablas —contestó finalmente, tratando de ganar tiempo mientras evaluaba sus opciones.

Sam alzó una ceja, no la creía. Extendió una mano, y un tenue resplandor rojo emergió de sus dedos.

—No tengo tiempo para juegos. Ese ser no pertenece a este mundo, y si no me ayudas a encontrarlo, las consecuencias serán devastadoras.

—¡Espera! —levantó las manos, con el martillo temblando entre sus dedos—. Si te refieres a… a Eidan, él se fue. No sé dónde está.

El hombre ladeó la cabeza mientras la evaluaba y comentó:

—Así que lo conoces.

—No… no realmente. Solo apareció aquí, igual que tú —dijo, señalando la ventana rota.

Él dejó escapar un suspiro, frustrado y explicó:

—Escucha, no tienes idea de lo que has hecho. Ese hombre, Eidan, es peligroso. Puede parecer humano, pero no lo es. Y lo que es peor, al romper el sello, podrías haber liberado algo mucho más letal.

Lía tragó saliva, recordando las palabras de Eidan sobre la criatura atrapada con él e inquirió:

—¿Qué quieres decir con "más letal"?

—Las sombras —Sam cruzó los brazos y su tono se volvió más oscuro—. Criaturas que se alimentan del caos, de la desesperación. Si han cruzado al plano humano, esta ciudad, este mundo, podría estar condenado.

El corazón de la joven se hundió. Aunque aún no lo entendía todo, la gravedad de la situación era innegable.

—¿Y qué se supone que haga yo? —preguntó, su voz más débil de lo que le hubiera gustado.

El hombre dio un paso más hacia ella y se inclinó hasta quedar a su altura para contestar:

—Dime todo lo que sabes sobre Eidan, cada detalle. Lo que dijo, lo que hizo, cualquier cosa que pueda ayudarme a encontrarlo antes de que sea demasiado tarde.

Lía asintió con lentitud, aunque una parte de ella se resistía. Había algo en Eidan, algo que la hacía dudar de que fuera el enemigo que Sam describía. Pero, por ahora, sabía que no tenía opción.

—Está bien. Te lo contaré. Pero primero, dime algo. ¿Por qué te importa tanto?




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