Bajo la luz de las camelias

Capítulo 3: Damas y Susurros

A la mañana siguiente, el salón de té de la vizcondesa Lyndhurst hervía con murmullos envueltos en perfume.

—¿Has oído? Lady Arabella fue vista corriendo bajo la lluvia… sola.
—¿Y dicen que se refugió con un caballero? ¡En una cabaña!
—No cualquier caballero… ¡el Duque de Ravenford!

Arabella entró con la espalda recta y la sonrisa suave. Pero podía sentir cómo las miradas la cortaban como cuchillas de porcelana.

Clara, su prima y única confidente, se acercó de inmediato.

—Arabella… están hablando. Ya sabes cómo son.

—¿Y qué dicen exactamente? —preguntó ella, dejando la taza en su platillo sin temblor alguno.

—Que te has dejado atrapar por el “Duque Maldito”.

Arabella soltó una risa elegante.

—¿Es eso todo? Me esperaba algo más creativo.

—No lo entiendes. Están preocupadas por tu reputación. Tu madre…

—Mi madre lleva preocupada por mi reputación desde que rechacé al Conde de Westmore por tener halitosis y el alma de una estatua.

Clara soltó una risa disimulada.

—¡Arabella!

—¿Qué? ¿Debería haberme casado con alguien que huele a tabaco y habla de caballos como si fueran poetas?

Esa tarde, durante el paseo por el parque, Arabella volvió a ver al Duque.

Estaba a caballo, conversando con el Reverendo Hawthorne. Pero al verla, hizo un leve gesto con la cabeza. El saludo fue breve. Formal. Pero su mirada duró más de lo apropiado.

Arabella lo sintió. Como una caricia mental.

—¿Y ese saludo tan discreto? —preguntó Lord Sebastian Fairleigh, que había aparecido a su lado, montado también.

Arabella se sobresaltó.

—¿Discreto?

—Sí. Parecía que le dabas la bienvenida a un secreto… no a un hombre.

Ella frunció ligeramente los labios.

—Los secretos no siempre son escándalos, milord. A veces, son confesiones que el alma aún no sabe cómo pronunciar.

Lord Sebastian la miró con una ceja levantada.

—Veo que tu lengua sigue afilada como siempre.

—Y mi criterio intacto —respondió ella dulcemente.

Esa noche, mientras se cepillaba el cabello frente al espejo, Arabella se encontró pensando en los ojos del Duque.

Grises.
Profundos.
Y tristes.

¿Por qué estaba él tan solo?

¿Qué historia lo condenaba ante todos, pero lo volvía irresistible ante ella?

**

Y sin quererlo del todo, antes de dormir, Arabella se dijo a sí misma en voz baja:

—Lo que la sociedad llama imprudencia… puede que el corazón lo llame destino.




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