La noticia llegó una mañana, entre el crujido del periódico y el tintineo de las cucharitas de plata.
—El conde de Fairleigh ha pedido tu mano —anunció su madre, sin siquiera levantar la vista del té.
Arabella dejó la taza en el platillo con un leve golpecito.
—¿Y qué le han respondido?
—Lo que corresponde —respondió su madre con sequedad—. Que será un honor para nuestra familia.
—No he aceptado.
—No necesitas hacerlo. El compromiso será anunciado el próximo viernes. Ya he encargado los bordados.
Arabella se levantó. Sus ojos estaban fijos, como hielo recién quebrado.
—¿Y si yo dijera que no lo amo?
—El amor vendrá —dijo la madre, casi como un suspiro aprendido—. Pero la estabilidad no se ofrece dos veces.
Esa tarde, Arabella caminó hasta la cabaña.
Él no estaba.
La lluvia tampoco.
Solo el recuerdo de una conversación que aún le temblaba en el pecho.
Sentada en la vieja silla de madera, tomó una hoja del libro abandonado que él solía leer. En el margen escribió una frase.
> “Hay decisiones que se toman con la cabeza… y otras que solo el corazón sabrá entender.”
Luego, dejó la nota doblada y la deslizó entre las páginas.
—Si vuelves… sabrás dónde encontrarme —susurró al vacío.
El anuncio del compromiso fue elegante, público… y ajeno a su alma.
Lord Sebastian, aunque correcto, era un extraño. Un hombre que la miraba como si ya la poseyera.
Durante el primer vals como prometida oficial, Arabella mantuvo la sonrisa.
Pero su corazón latía por un ausente.
—Pareces inquieta —comentó Sebastian, intentando galantería.
—Solo cansada —respondió ella.
—Pronto todo esto pasará. Y tendrás todo lo que mereces.
Ella lo miró. Por dentro, gritaba.
—¿Y si lo que merezco no puede comprarse con títulos?
Él rió, sin entenderla.
—Ay, querida. Qué dramática eres.
Arabella fingió otra sonrisa.
Y supo que estaba más sola entre esas luces que en cualquier rincón del jardín.
Esa noche, en su diario, escribió:
> “No sé si me está olvidando… o si está luchando por no venir.
Pero si hay una mínima posibilidad de que aún me piense…
Le ruego al destino que le dé valor.
Porque yo no sé cómo escapar sola.”