Bajo la luz de las camelias

Capítulo 6: El Secreto de Ravenford

Arabella sostenía entre sus dedos una carta envejecida, con los bordes amarillentos y tinta corrida en algunos rincones. No debía leerla… pero lo hizo.

La encontró al volver a la cabaña, días después del anuncio de su compromiso. Había regresado como quien va a despedirse. Pero el destino le tenía otra cosa preparada.

La carta estaba escondida dentro del libro que él leía. Historia militar, sí… pero entre las páginas, la verdadera batalla era otra.

> Mi querido Alexander,

He esperado. Lo sabes. Y te he perdonado más veces de las que el orgullo me permite. Pero no puedo seguir amando a un hombre que ama su culpa más que a mí.

No quiero limosnas de afecto. No quiero ser la sombra de la mujer que perdiste. Porque no fue culpa tuya, pero tampoco fue mía.

Si decides vivir… ven.
Si decides seguir huyendo… entonces olvida que existí.

Con dolor, pero también con verdad,

Amelia

Arabella volvió a leer el nombre. Amelia. La mujer de la que nadie hablaba. La que, según los rumores, había muerto en un accidente… o tal vez por amor. Nadie lo sabía con certeza.

Pero esa carta no hablaba de muerte. Hablaba de abandono. De un amor no correspondido por cobardía. De un hombre que, en vez de amar, se escondió tras su dolor.

Arabella sintió una punzada.

No era celos.
Era compasión.

Y también algo más: comprensión.

Esa noche, el Duque regresó a la cabaña.

Arabella estaba allí. Sentada. La carta en la mesa. Él la vio. Se detuvo.

—No tenías derecho a leerla —dijo, sin ira. Solo tristeza.

—Y tú no tienes derecho a seguir cargando algo que no puedes reparar —respondió ella con suavidad.

Él no se movió.

—Ella murió esperando algo que yo no sabía cómo dar. No me atrevo a repetirlo.

—¿Y qué crees que es lo que yo quiero de ti, Alexander?

Él cerró los ojos al oír su nombre en su voz.

—No quiero que tú también te rompas por mi culpa.

Arabella se puso de pie. Lo enfrentó. Tan cerca que su perfume lo envolvió.

—Tú no tienes que salvarme, Alexander.
Tienes que salvarte a ti.

Él tembló.

No de frío.

Sino de verdad.

Y por primera vez en mucho tiempo, lloró.

Arabella no dijo nada. Solo lo abrazó. Sin condiciones. Sin preguntas.

Porque hay heridas que no necesitan respuestas.

Solo amor.




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