Cinco años después.
El jardín había crecido.
Las camelias blancas seguían floreciendo al borde del estanque, igual que aquella tarde en que Arabella y Alexander se encontraron por primera vez… bajo la lluvia.
Un niño de rizos castaños corría descalzo entre las flores, persiguiendo mariposas.
—¡Con cuidado, Elias! —gritó una voz suave.
Arabella salió al jardín con un libro en la mano y un sombrero de ala ancha.
Sus ojos tenían las mismas chispas que cinco años atrás, pero ahora… también llevaban paz.
Alexander apareció tras ella, con las mangas arremangadas y las manos manchadas de tierra.
—Se ha escapado de la lección —dijo él, sonriendo.
—¿Como su padre?
—No. Yo no escapaba… solo me escondía mejor.
Arabella rió. El sonido era música entre las hojas.
—¿Y aún escondes cosas en tus libros?
Alexander sacó una pequeña hoja doblada del bolsillo. La misma carta. Un poco más gastada… pero intacta.
> “No quiero una vida correcta.
Quiero una contigo.”
—Nunca la escondí —susurró él, mirándola—.
Solo la guardé… para recordarme que te elegí.
Y que no hay otra vida donde no lo haría de nuevo.
Ella lo abrazó.
—Entonces quédate conmigo aquí.
Donde nada duele.
Donde todo florece.
Y allí, entre las camelias…
donde una vez se encontraron en silencio,
ahora vivían en risa, en amor,
y en la certeza de que el pasado los hizo fuertes,
pero fue el presente el que los hizo eternos.
FIN