Había pasado un año, sin que Anya regresa a rusia, estuvo viajando con su padre por todo el mundo. Irina ya tenía dos años. El tiempo había pasado con él otra perdida más cuando su padre en el último viaje a Italia muere de un infarto, para ella fue algo duro e impredecible. Tuvo que hacer los papeleos para repatriar a Viktor a Rusia.
Aquel era el más grande dolor para ella, pero también había compartido con su padre durante ese año. Año en que padre, hija y nieta compartieron con él. Ahora Anya volvía a quedar sola. A su regreso a Rusia, las amistades de Viktor la acompañaron en su dolor.
— Nunca me imaginé que Viktor falleciera fuera de su país, siempre decía que moriría en Rusia. —le decía un amigo de Viktor.
— Papá era un hombre con su carácter, pero ha vivido sus últimos días con nosotras.
— Nunca me imaginé que Viktor, compartiera con su familia, siempre lo veía solo y amargado.
— Señor Patón, mi padre a lo último se redimió, me perdono y disfruto de sus momentos con nosotras. Con su hija y nieta.
— Bueno, Anya, la verdad que lo siento tanto, pero lo bueno aquí que están en Rusia. Y Viktor descansará en paz.
Aquel hombre no era del agrado de Anya, la miraba de una forma extraña a ella. Y ella sabía bien cómo la miraban los hombres que la deseaban y no para bien. En ese momento aprecio Ruperto, y se acerca a Anya y la abraza.
— Hola Anya, siento mucho lo de tu padre, me enteré por medio de unos amigos.
— Gracias Ruperto, por estar aquí, eres un buen amigo.
— Lo que necesites me avisas, sabes que cuentas conmigo. Y donde está la pequeña Irina, debe estar grande ya.
— Si ya tiene dos años, papá en este último año disfruto mucho de ella.
— Imagino que tú también, y dime vas a buscarlo.
— No es el momento de hablar de ello, Reparto.
— Lo sé, pero sabes que siempre he insistido en ello, en qué te reencuentres con él y terminen su hostia de amor.
— Bueno, dejemos eso para otro día, voy a seguir aprendiendo amistades.
— Está bien Anya.
Así paso, Anya, el velorio de su padre, todas las amistades de Viktor, se acercaba a verlo. Después de unas horas se llevó al cementerio y fue enterrado. Anya no dejaba de llorar por todo lo que había vivido, y todo lo feliz que fue con su padre.
Pero ahora tenía que tomar las riendas de la empresa de su padre y de todo lo que hacía él. Era su legado como una Petrova, y así debía de ser, al terminar de enterrar a su padre, todos se retiraron sé allí menos Patón y Ruperto que se habían quedado a acompañarla. Ruperto se acerca a ella y le dice.
— Son ideas mías o ese hombre te mira con deseo.
— Desde el velorio, anda detrás de mí de que voy a hacer. Se ofreció a ayudarme y nos que hacer no me gusta.
— Bueno, ese hombre te ve con deseo y no del bueno, parece un baboso Anya, ten cuidado, no se le ve buenas intenciones.
— Te puedo pedir un favor Ruperto, quédate un poco más en San Petersburgo.
— Claro, está bien, me quedaré contigo un tempo.
— Gracias Ruperto.
Y así fue Ruperto se quedó un tiempo con ellas dos, para que aquel tal Patón no se acercara a Anya. Un día Ruperto, en una conversación que salió, le pregunto sobre la empresa de su padre.
— Anya, la empresa de tu padre en que estado quedó.
— La empresa de mi padre, es robusta, siempre ha tenido buena producción.
— ¿Qué produce la empresa de tu difunto padre?
— Bueno papá siempre fue un buen empresario, dedicó su vida a la producción del trigo.
— Ahora te toca hacerte cargo de todo.
— Sí, estoy poniéndome al día con todo, lo único que papá dejó pendiente algunos contratos.
— Entonces puedes retomarlos y hacer tú esas reuniones.
— Sí. —en ese momento fueron interrumpidos por un empleado.
— Disculpe, señora Anya, la busca el señor Patri Patón, que le digo.
Anya frunció el señor y mira a Ruperto. Y este le hace señas con los hombros. Y después ella le dice a la empleada.
— Hazlo pasar al salón en un momento, voy.
La mujer salió de allí, y Anya se quedó mirando a Ruperto.
— Ese hombre no se cansa.
— Te lo dije desde que lo vi, y ese hombre te desea, y no para bien te seguirá insistiendo hasta se apodere de ti.
— Hablas de él, cómo cuando los hombres de la casa rosa me miraban con ese deseo enfermizo.