Entre mayor eres, las decepciones suelen ser más profundas; en especial aquellas que involucran sueños y esperanzas. Pero como cualquier emoción, debe vivirse para que no se convierta en un ancla que nos encadene al pasado.
Por las escaleras de emergencia se escuchaba fuerte el sonido de los tacones descendiendo a paso veloz, la mujer que bajaba por ellas no había querido tomar el ascensor al ver un par de personas que subían a él.
En su apuro, ni siquiera tuvo la precaución de quitarse los elegantes zapatos rosas de aguja que hacían juego con el hermoso vestido de cóctel con falda de pato cuyo vuelo ondeaba a la misma velocidad que sus bruscos movimientos. Poco le importaba el riesgo inminente, lo único que pensaba era en evitar que alguien la viera así, con el maquillaje haciéndole ríos de color negro mezclados con rubor que bajaban por el rostro cubierto de gruesas lágrimas.
Con la visión nublada y una revolución en su pecho, apenas logró sostenerse del pasamanos en cada inflexión que se vio obligada a tomar para seguir. En un cambio de dirección su pie derecho se dobló y por muy poco logró mantener el equilibrio para no caer.
El sobresalto la hizo parar y sentarse en el escalón que acababa de pisar para quitarse el zapato e intentar reducir el dolor sobando la parte lastimada; dolía tanto que la necesidad de llorar que la embargaba se volvió todavía más incontenible. El sufrimiento físico se unió con el que cargaba dentro y lo único que pudo hacer fue quedarse ahí por interminables minutos abrazando sus rodillas y acabando de a poco con el hermoso peinado de salón que hacía lucir su largo y ondulado cabello castaño en un elegante moño del que ya poco quedaba.
La escena que había contemplado instantes antes acudió a su cabeza, embotando todos sus sentidos.
Esa tarde sería de felicidad y en cambio se volvió la peor de las decepciones que había vivido hasta entonces; se maldijo por no haber escuchado la voz de su razón cuando a punto de abrir aquella puerta los sonidos que alcanzó a percibir desde el exterior eran lo suficientemente sospechosos para ponerla en alerta. Aun así, decidió girar la manilla, entonces el ruido provocado por los gemidos placenteros de una mujer se volvió tan claro que taladró sus oídos. A eso lo acompañó la visión de la mitad superior del voluptuoso cuerpo de una hermosa y joven morena inclinado sobre el escritorio de la oficina del hombre que había ido a buscar; a él no lo pudo ver, pero las embestidas que sacudían el cuerpo de la morena delataban su presencia tras ella.
A un lado de la mujer, notó el móvil de él e incapaz de hacerles frente, usó su propio móvil para llamarlo. El aparato comenzó a sonar escandalosamente sin que ninguno de los amantes le prestara atención; fue la morena luego de varios segundos la que molesta por la intromisión estiró su mano y presionó el botón para rechazar la llamada.
Lamentablemente, Adriana había sido toda su vida una cobarde así que luego de eso cerró la puerta sin hacer ruido; ni siquiera estaba segura de que la mujer la hubiera visto, extasiada como estaba en el intercambio con su amante que no era otro que el esposo de ella. El mismo hombre que había ido a buscar a su lugar de trabajo a esa hora en la que la luz del día ya había languidecido, preocupada porque no respondía a sus llamadas ni mensajes siendo que lo había citado un par de horas antes en el restaurante que llena de ilusión había reservado quince días antes con la intención de sorprenderlo y celebrar su séptimo aniversario de bodas. Nunca imaginó que la sorpresa se la llevaría ella, una amarga y dolorosa pesadilla vuelta realidad.
Una llamada a su móvil captó su atención, sacándola del horrible recuerdo; al ver de quien se trataba la ignoró. Su madre no entendería, nadie lo haría. Su familia y amistades más cercanas aún estaban en el restaurante esperando el anuncio que les había prometido ese día. Los había dejado ahí pues la ansiedad de no ver llegar a quien anhelaba la hizo tomar una desesperada decisión y salir en su búsqueda.
No era la primera vez que él no acudía a una cita, en los últimos años su trabajo se había vuelto más exigente; siendo el director de una importante empresa su tiempo había dejado de pertenecerle y las obligaciones que debía cumplir de a poco habían ido permeando en sus momentos de convivencia hasta reducirlos al mínimo. Incluso hubo días en los que no se veían pues él se iba antes de que ella despertara y volvía para encontrarla dormida, cansada de esperarlo.
A ella no le importaba, vivía para él. Con el tiempo incluso había dejado de lado su sueño de ser una fotógrafa reconocida cuyos momentos capturados por la cámara pudieran ser exhibidos algún día en una galería para ser admirados por muchas personas.
<< ¿Por qué había hecho eso?>> Ni siquiera lo sabía, él nunca se lo exigió; tampoco tenían hijos que ocuparan su tiempo como para abandonar su arte. Simplemente sucedió cuando precisamente esperando estos últimos, enfocó todo su esfuerzo y tiempo en buscar un embarazo y prepararse para la llegada de alguien que era más una ilusión que una realidad.
Así fue por los últimos tres años en los que su esperanza se había ido reduciendo con cada mes que pasaba sin que su deseo se cristalizara. Eso había cambiado cuatro semanas atrás cuando el positivo por el que tanto pidió por fin estuvo entre sus manos. Entonces y con una ilusión que eclipsó todo lo anterior, ocupó las horas de su día investigando sobre los mejores cuidados, los médicos y las clínicas con atención de primera, y planeando la manera más espectacular de darle a conocer la noticia al futuro papá.