Bajo las cenizas

4. La llamada

Gaby despertó cuando la oscuridad todavía dominaba su habitación y miró los números encendidos en rojo del despertador digital junto a su cama. Eran las cinco de la mañana y la ausencia de Oscar en la cama que compartían fue lo que la hizo intentar espabilarse en lugar de volver a dormirse como comúnmente lo hacía.

Era habitual que durante la madrugada se despertara una o dos veces, pero le bastaba abrazarse el cuerpo del hombre que dormía a su lado para conciliar nuevamente el sueño. Por eso no encontrarlo le provocó una ligera preocupación; él solía acudir temprano al local, pero no tanto como para ponerse de pie una hora antes de lo que comúnmente lo hacía y mucho menos sin comentárselo a ella.

Frotándose repetidamente los ojos para mantenerlos abiertos sin que le significara esfuerzo, abandonó la comodidad y el calor de su lecho para salir de la habitación y buscar a su esposo. Le pareció extraño que las luces de la casa permanecieran apagadas cuando Oscar tenía por costumbre encender la de la cocina para preparar el café con el que le gustaba comenzar el día. Tampoco percibió ningún ruido o cualquier otro rastro que le dijera donde estaba hasta que sus pasos la llevaron a la sala de estar.

En una esquina vio a Oscar, de pie entre la penumbra creada por la tenue luz de la pantalla del móvil que sostenía entre sus manos. Se encontraba tan entretenido mirando lo que fuera que mostraba el aparato que no se dio cuenta de su presencia. En un primer momento ella iba a hacerse presente; no obstante, desistió al notar que él también escribía. Sin duda intercambiaba mensajes con alguien y eso la puso a pensar.

¿Quién le mandaría mensajes a esa hora?

Pensó en sus padres, luego deshecho esa idea recordando que ambos preferían hacer llamadas antes que comunicarse con mensajes de texto. Además, lo notó nervioso; se llevaba la mano izquierda a la barbilla y luego la pasaba por su cabeza hasta resbalarla por su cuello en tanto leía lo que fuera que le estuvieran comunicando. Desde las sombras, Gaby reflexionó sobre lo que contemplaba y le fue imposible no recordar lo sucedido con Adriana.

La infidelidad de la que fue víctima su hermana le puso la sangre en ebullición. Se negaba a desconfiar de Oscar, él siempre estaba en el local atendiendo el negocio y si salía era para asuntos relacionados con el trabajo. Ni siquiera iba con sus amigos los fines de semana y cuando visitaba a sus padres siempre lo acompañaban Leo y ella.

Sin embargo, la posibilidad la alteró sin que pudiera evitarlo. Al final se escabulló de regreso a su cama sintiendo los músculos tensos e inhalando más aire de lo normal; minutos después, vio con el gesto contraído como Oscar también volvía. Llevaba el móvil con él, pero los mensajes habían cesado y sin eso captando su atención le fue fácil darse cuenta de la silueta de su mujer sentada en la cama. Un tanto desconcertado, encendió la lámpara del tocador y la miró con recelo. 

—No sabía que estabas despierta —señaló dejando el móvil en la mesa de noche de su lado y volviendo a la cama. A Gaby no le pasó desapercibido que se acostó dándole la espalda y eso aumentó sus dudas —Volveré a dormir, todavía me queda una hora de sueño —agregó cubriéndose con la manta hasta los hombros y cerrando los ojos.

—¿Dónde estabas? — inquirió ella acostándose también.

—Creí escuchar ruidos y pensé que Leo había despertado otra vez a pedir agua.

—Tardaste demasiado.

La provocación no le pasó desapercibida a Oscar y resoplando, se giró hacia su mujer.

—Duérmete vida, realmente necesito descansar un poco más. Estoy exhausto.

Gaby lo miró con dureza y permaneció en silencio un largo instante.

—Te vi enviando mensajes ¿Con quién hablabas?

—¿Me estabas espiando?

—Es solo una pregunta ¿Por qué te cuesta tanto responderla?

El feroz interrogatorio no iba a parar y Oscar lo sabía, respiró hondo sin atreverse a sostenerle la mirada a su mujer. Por nada del mundo ella podía enterarse quien era la persona al otro lado de la línea y lo agobiaba estar en medio de esa situación. Odiaba mentirle, pero no le quedaba opción; pensó rápidamente en una respuesta creíble.

—Era Luis —explicó; a quien se refería era a uno de los dos ayudantes que había contratado para el negocio —Hoy su mamá tiene cita con el médico y le pidió que la acompañará así que quería permiso para llegar tarde al local.

—¿Apenas ahora supo que su mamá tenía cita?

—No, pero la iba a llevar su hermana. Tuvo que algo que hacer y le tocó a él de improvisto. Tú sabes cómo es eso.

Sin creerle, Gaby lo observó detenidamente en busca de la más insignificante mueca o movimiento que delatara su mentira; una señal hubiera bastado para arrojar un reclamo. Ella estaba segura de que Luis no había sido por la forma tan nerviosa en que Oscar actuaba en tanto recibía y enviaba los mensajes. Para su mala o buena suerte su esposo actúo de lo más normal negándose a darle la excusa que necesitaba para desahogar su enfado y frustración.

—¿Ya puedo volver a dormir? —le suplicó él.

Su mujer asintió con un gesto agrio e hizo por intentar descansar. No lo logró. Las dudas seguían asaltándola más fuertes que nunca ante la mentira de Oscar.




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