Bajo las cenizas

8. Tragos sin sabor

Era fin de semana y Adriana no quería pasarlo sola; tampoco quería ir con Gaby ni con sus padres, a su hermano Toño ni lo contemplaba porque nunca se habían llevado realmente bien y visitarlo no era lo primero en su lista de actividades favoritas.

Para su mala suerte, necesitaba distraerse desesperadamente luego de lo descubierto en la casa de Daniel. Seguía sin creer que la morena de aquel trágico día hubiera sido sustituida por la hermosa mujer que le abrió la puerta. El que estuviera embarazada era algo que la atormentaba pese a luchar consigo misma para convencerse de que lo que sucediera en la vida de Daniel había dejado de importarle.

Tantas veces él le había jurado que no consideraba tener hijos como una prioridad y que ella podía estar tranquila; sin embargo, lo descubierto le comprobó que uno de los motivos de su engaño sí fue su aparente incapacidad para embarazarse. Tal deshonestidad hizo que el resentimiento que le profesaba se avivara como fuego hasta quemarle dentro.

Necesitaba desquitar su frustración de alguna forma así que buscó el número telefónico de Salvador; aunque hubieran terminado era el único hombre que había logrado hacerla sentir medianamente bien en los últimos dos años. Tras una pequeña plática quedaron de verse en un bar al que ambos disfrutaban ir.

Para intentar convencerse de que el encuentro la entusiasmaba, luego de bañarse y maquillarse mejor que de costumbre, eligió un vestido rojo con escote recto y manga corta abullonada que además dejaba parte de su espalda descubierta y remataba con una abertura en la falda que hacía lucir su pierna derecha al caminar. El cabello se lo dejó suelto a sabiendas de que a su acompañante le gustaba; esperaba al menos obtener una buena noche que le permitiera sacar a Daniel de su cabeza.

Daniel… desde la visita a la casa que había adorado y que en ese momento maldecía no podía dejar de pensar en su nombre.

¿Qué le sucedía? A veces se reclamaba a sí misma cuando el silencio y la calma de su pequeña casa lograba que a su cabeza acudieran esos días felices en los que creía tener todo para ser dichosa por siempre o al menos intentarlo.

Pero el siempre no existe como tampoco el jamás y un ligero escozor que le ardía en el pecho se encargaba de recordárselo. Daniel le había enseñado esa dolorosa lección y aunque intentó enterrarlo en el pasado, cada vez surgía con más fuerza el deseo de que la vida le cobrara a él por el sufrimiento que le había provocado.

Reconocía que era un deseo ruin, pero realmente quería que estuviera arrepentido de haberla perdido; lamentablemente lo visto en la casa que alguna vez compartieron le demostró que eso no sucedería.

Como ya era tarde, se obligó a concentrarse en su cita y salió rumbo al lugar del encuentro. Antes de bajar de su auto, revisó su móvil y envió un mensaje para pedir a Salvador nuevamente confirmación; conocía bien la costumbre que tenía el hombre de cancelar sus citas a última hora y lo que menos quería era terminar esperándolo para que no llegará nunca.

La respuesta fue positiva y ella bajó confiada. Caminó con garbo a través del estacionamiento y de igual forma entró al restaurante bar provocando que varios de los hombres presentes la observaran. Una mujer como ella y arreglada de la forma en que iba difícilmente pasaba desapercibida. Después de su accidente se había encargado de ponerse en forma y alimentarse sanamente por lo que su silueta y el brillo de su piel era atrayente para bastantes hombres.

Por su parte, Adriana hizo por ignorarlos y se concentró en el sitio. Era un lugar hermoso, elegante y al mismo tiempo acogedor; ideal para los amantes y los negocios. Esto último se hizo evidente cuando lo primero que vio antes de disponerse a ir a la barra circular en el centro del espacio fue al ocupante de una de las mesas. El hombre que captó su atención se encontraba sentado con la espalda recta y las manos entrelazadas sobre la mesa frente a otro que estaba de espaldas a ella.

Ambos hablaban y pudo ver en el semblante formal del que quedaba frente a ella que seguramente era un tema de trabajo o negocios. También la apariencia de él delataba el objetivo de aquella reunión que por breves segundos tuvo su interés; al igual que quien la protagonizaba. Era joven (probablemente un par de años menor que ella), además de muy apuesto y pese a haberle dicho a Gaby que no volvería a poner sus ojos en un hombre así de atractivo no pudo evitarlo; tenía algo especial que no era su traje a la medida portado con un cuerpo que a simple vista se veía bien ejercitado, tampoco eran sus facciones fuertes y masculinas que lucían todavía más con el oscuro cabello corto que enmarcaba su piel trigueña.

Pese a que todo eso contribuía a que no pudiera dejar de admirarlo, lo que realmente la tenía prendada era lo conocido que le resultaba aquel rostro. Luego de cavilar frenéticamente, a su memoria acudió un nombre y al ver que su acompañante se levantaba al sanitario, no dudó en acercarse a él.

—Buenas noches —dijo llegando a su lado en tanto él relajaba un poco la postura haciéndose para atrás en su asiento.

—Buenas noches —le respondió desconcertado por el saludo de la desconocida que no tardó en mirar rápidamente; tenía que admitir que era muy bella por lo que su atrevimiento no le resultó para nada inoportuno.

—Roberto ¿Cierto? ¿Roberto Medina? —aventuró Adriana con gesto desenfadado.

—Sí, ¿Nos conocemos? —Él estaba cada vez más intrigado y de inmediato se puso de pie por educación para saludarla.




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