Bajo las cenizas

10. Los inquilinos

Adriana se durmió complacida por la agradable compañía que encontró sin buscarla. Lamentablemente a la mañana siguiente el fantasma de Daniel había vuelto a desequilibrarla. La duda que había surgido la noche anterior reapareció inclemente a aguijonearla. Si Daniel había desaparecido del mundo ¿Entonces era posible que ya no viviera en su antiguo hogar?

Una insana curiosidad la obligaba a corroborarlo. Para lograrlo, pensó en aprovechar ese domingo, el único día en el que los hombres como Daniel suelen descansar. Una vez más le llamó a su clienta, esta vez le dijo la verdad y ella aceptó ayudarla a entrar nuevamente en el fraccionamiento. Sin perder tiempo fue directo a la residencia a la que no había tenido el valor de acercarse en su visita anterior y luego de bajar de su auto, caminó firme hasta la puerta. Respiró muy hondo antes de atreverse a llamar y lo hizo sintiendo que los nervios la hacían su presa mientras esperaba respuesta.

Por el interfono la voz de un jovencito la hizo sobresaltarse.

—Diga —pidió el chico asombrando a Adriana y avisándole al mismo tiempo que probablemente su suposición era cierta: Daniel no vivía más ahí.

—Hola, busco a Daniel Quintero —anunció.

—¿Quién?

—¿Quién es, Sebastián? —escuchó decir a una voz femenina en el fondo.  

Su interlocutor apagó el aparato y ella ya no logró escuchar más hasta que la elegante puerta se abrió ante sus ojos. La mujer embarazada que antes viera la recibió con gesto amable.

—Buenos días ¿Busca al licenciado Quintero? ¿Es su conocida?

Los cuestionamientos la tomaron por sorpresa; nerviosamente carraspeó para liberarse del nudo en su garganta y se dispuso a hablar mientras admiraba de cerca a la desconocida. Era en realidad muy atractiva y el embarazo solo la embellecía más.

—Se puede decir que sí. Necesito localizarlo y no tengo su número ¿Él no vive aquí? —preguntó lo que ya le parecía obvio únicamente para confirmarlo.

—No, pero ¿Quiere pasar? Veré si puedo conseguirle sus datos.

La propuesta la puso a pensar unos segundos si realmente quería volver a pisar esa casa sabiendo que ya no era suya ni del hombre al cual amó cada instante mientras la habitó. Finalmente aceptó y su bella anfitriona la hizo seguirla hasta la sala de estar. Adentro miró discretamente de un lado a otro sin lograr reconocer el lugar; pese a ser el mismo espacio era tan distinto al que ella acondicionó con tanto amor e ilusión.

A Adriana le gustaba lo vintage, tenía fascinación por los muebles antiguos y restaurados; también le agradaba el estilo rústico y su armonía natural, así era como había decorado su hogar algunos años atrás. No obstante, lo que encontró ahí era completamente diferente, con voluminosos muebles modernos y fotos en las paredes de una familia ajena. Sin embargo, agradecía la hospitalidad que le brindaba aquella mujer sin conocerla.

 —Le pido una disculpa, no me presenté —dijo Adriana una vez que ambas estuvieron sentadas en el sofá. La mujer le había pedido que esperaran a su pareja pues él era quien tenía los datos de contacto de Daniel. —Soy Adriana Orozco.

—Es curioso, su nombre me parece conocido… —pronunció reflexiva su acompañante —Yo soy Alejandra Leyva. Debe haberla tomado por sorpresa no encontrar al licenciado Quintero. Lo cierto es que somos sus inquilinos desde hace casi dos años.

—Sí, fue bastante inesperado. Ignoraba que él se había mudado.

—Fue muy precipitado, llevábamos varios meses buscando una casa más grande y por casualidad nos enteramos de que él necesitaba alquilar esta.  

—Puedo preguntar ¿de dónde lo conocen?

—Claro…

Alejandra se disponía a responder cuando la puerta principal se abrió y un hombre entró centrando su atención de inmediato en la desconocida que encontraba en su hogar. Por su parte, Adriana lo miró rápidamente; era muy apuesto y sin querer le recordó a Roberto pese a que físicamente eran distintos, ambos tenían el mismo porte.

—Amor, que bueno que llegas. Ella es Adriana y busca al licenciado Quintero, ¿puedes darle su número de teléfono?

El hombre saludó amablemente dándole la mano y Adriana le correspondió; luego él se aclaró la garganta un tanto incómodo.

—Adriana, perdóneme, pero puedo preguntar si tiene alguna relación con el licenciado —indagó, logrando que Adriana se revolviera nerviosa en su asiento —Sé que es algo muy personal, pero lo conozco por asuntos enteramente laborales y no me siento en confianza para dar su número a cualquier persona que venga buscándolo, mucho menos después de lo que pasó.

 <<Después de lo que pasó>> Esas palabras se repitieron en la cabeza de Adriana. Por Roberto sabía de la crisis empresarial que había enfrentado Daniel, pero se preguntó si el hombre frente a ella se refería a lo mismo o había algo más que ella desconocía. El deseo de pedirle una aclaración la instigó sin que cediera, de hacerlo tendría que explicar mucho más y no quería hacerlo.

—Mauricio, amor… Estoy segura de que él no se molestará —terció Alejandra mirando con reproche a su pareja.

—No, está bien. Lo entiendo —se apresuró a agregar Adriana avergonzada por ocasionar una posible desavenencia en una pareja tan bonita como la que tenía frente a ella —Voy a retirarme, ya los he importunado mucho. Les agradezco que me hayan recibido.




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