Diez años antes
Daniel seguía el hilo de aquella conversación atentamente. El evento en el que se encontraba pese a no estar directamente relacionado con su trabajo era de su particular interés por quienes se encontraban ahí; acudir y estar activamente presente era una parte necesaria para establecer alianzas que le servirían para futuras negociaciones y tratos.
Sin apartar la vista de los tres hombres con los que se encontraba le dio un trago a la copa de vino en su mano; sus acompañantes estaban enfrascados en una charla trivial que de a poco fue tomando relevancia sobre la de trabajo con la que habían iniciado.
—¿Qué piensas Daniel? ¿Te gusta la exposición? Es la primera de mi hija. Tal y como dijo su madre es una futura artista —le cuestionó el hombre de mediana edad y aspecto imponente a su lado derecho. Su importancia le impedía negarle una respuesta clara. Además, el orgullo que imprimió en el último enunciado le dijo lo valioso que era para él.
—No es futura, ya lo es —terció otro de los hombres también maduro, mientras reía y palmeaba el hombro del que miraba inquisitivamente a Daniel esperando su respuesta.
—Sí presidente, es muy notable. La fotografía de objetos está creada desde la posibilidad de cambiar la percepción de la vida diaria, algo que sin duda solo lograría alguien talentoso como su hija.
—¿Cierto? —convino efusivamente el hombre con una amplia sonrisa y sacando el pecho hinchado de paterna complacencia.
Abel Macías era el presidente de Grupo Urriaga y probablemente el hombre que Daniel más admiraba; empero, tenerlo cerca lo tensaba demasiado pues debía cuidar cada una de sus palabras y gestos así que agradeció cuando otro de sus acompañantes tomó la palabra y cambió el tema.
—Pero presidente, díganos más sobre su futura campaña política. Sabe que estamos para apoyarlo.
—Estoy seguro de eso, Rentería.
El tiempo siguió fluyendo al igual que las expectativas de los asistentes. No obstante, en algún momento Daniel se apartó del grupo donde el presidente y los altos directivos del Grupo Urriaga seguían conviviendo. Una llamada del corporativo directo a su móvil le hizo ver que el asunto para el que lo necesitaban era urgente así que buscó un lugar donde nadie escuchara su conversación. Luego de varios minutos de dar instrucciones, se dispuso a reunirse nuevamente con los demás. Sin embargo, al pasar por la entrada de la elegante galería algo captó su atención.
Una joven mujer discutía con el guardia de la entrada. El hombre vestido con impecable traje negro la miraba con desdén y gesto agrio en tanto ella señalaba hacia adentro y emitía lo que le parecieron varias objeciones. Era poco común que Daniel quisiera saber de algo que le era completamente ajeno; pero sus ojos se quedaron prendados de la mujer que protagonizaba la escena, le resultaba tan condenadamente atractiva que no podía dejar de mirarla. Varios años habían pasado desde la última vez que sintió la arrebatadora necesidad de acercarse a alguien que era una desconocida, pero lo hizo dejando de lado que tenía que volver con los demás.
—Se lo ruego, solo quiero dar un vistazo a la exposición —la escuchó decir al guardia una vez que se acercó discretamente; el dulce y melodioso timbre de su voz lo convenció de que quería conocerla.
—Le dije que es un evento privado. Mañana estará abierto al público.
—Son las siete de la tarde ¿Realmente no hay nada que pueda hacer para no irme a casa sin ver la exposición? Vivo lejos sabe y solo vengo por acá una vez a la semana.
—No puedo ayudarla —aseveró incomprensivo el hombre obligando a Daniel a intervenir.
—Ella viene conmigo, por favor déjela pasar —el aludido se giró agresivamente dispuesto a confrontar a quien se atrevía a contradecirlo; empero al reconocerlo como uno de los directivos que acompañaba al presidente Macías se atragantó con las palabras que no llegó a pronunciar.
—Por supuesto, señor. Lo ignoraba, le pido una disculpa —aceptó al fin cediendo el paso a la joven cuyos jeans, playera deslavada y zapatillas converse ni siquiera eran apropiadas para la ocasión.
Era obvio que Daniel mentía y el guardia solo esperaba que ninguno de sus jefes la viera y lo amonestara por permitirle entrar.
—Si alguien le dice algo puede darle mi nombre y decirle que ella es mi acompañante. Soy Daniel Quintero —el ofrecimiento de Daniel era sincero; le apenaba ver el aprieto en el que había metido al empleado, pero no podía perder la oportunidad de conocer a la hermosa castaña que ya tenía enfrente sonriendo agradecida por su gesto.
Sin mediar palabra, él le ofreció el brazo izquierdo y ella lo tomó mientras se internaban en una de las salas contiguas a la entrada y que se encontraba más vacía que el resto de la galería. Una vez que estuvieron fuera de la vista del guardia, la mujer lo soltó para quedar de frente a él.
—Le agradezco mucho, ¿Cómo podré pagarle? —le dijo con la encantadora sonrisa que se dibujó en su rostro apenas verlo y sentir en el cuerpo el mismo agrado inmediato que experimentaba Daniel en su presencia.
—Tal vez es demasiado, pero ¿Podrías decirme tu nombre?
—¡Que desconsiderada soy, perdóneme! —exclamó riendo y extendiéndole la mano que él estrechó complacido. El roce electrizó los sentidos de ambos; era innegable lo estimulante que les resultaba la mutua compañía pese a acabar de conocerse —Adriana Orozco, mucho gusto.