Al salir de la oficina, Daniel se dispuso a acompañar a Diana hasta la puerta principal, pero ella lo detuvo con un gesto brusco de su mano.
—Sé dónde está la salida así que no se preocupe. Únicamente le pido que piense en mi propuesta —remarcó clavando una inquisitiva mirada en él.
Esa mujer le daba escalofríos así que agradeció cuando por fin dio media vuelta y la vio marchar. La petición de ella no era algo en lo que quisiera pensar pues significaba seguir removiendo lo que quería dejar atrás. Diana estaba empeñada en demostrar que alguien había provocado la muerte de su padre así que le pidió o prácticamente le exigió cooperar con su investigación; algo que lo inquietaba sumamente por todo lo que implicaba.
Tan ensimismado estaba en lo que acababa de descubrir y su posible significado que no se dio cuenta que a un par de metros Gaby había observado en silencio su interacción con la inoportuna visitante. Sin embargo, lo último que ocupaba la mente de ella eran las suposiciones acerca de su extraña reunión con la desconocida pues algo más apremiante le llenaba de angustia el pecho. Por eso en cuanto lo vio solo, se le acercó sin importarle nada más.
—Daniel —pronunció para llamar su atención con la voz descompuesta y el gesto compungido.
Al voltear y verla tan afectada, él se preocupó de inmediato.
—¿Qué sucede, Gaby? ¿Te encuentras bien?
—Disculpa que te moleste. Lo que sucede es que Juliana, Hugo y Martín están en reunión con un cliente. No quiero interrumpirlos, pero necesito salir urgentemente y Karen me dijo que te preguntara a ti ¿Crees que puedas darme permiso?
—¿Pasó algo malo?
—Es por Leo, me llamaron de su escuela. Tiene un dolor muy fuerte en el estómago y quieren que vaya por él. Le pedí a Oscar que fuera, pero está entregando un pedido mucho más lejos que yo… ¿Me dejas ir? —el ruego en su petición conmovió a Daniel.
—Claro que sí. No tienes auto ¿cierto? —ella asintió —Entonces te llevo.
—No Daniel, no es necesario. Tomaré un taxi.
—Gaby, a mí también me importa tu hijo. Déjame apoyarte —sin esperar anuencia, Daniel entró a su oficina por las llaves de su auto y su billetera.
Por su parte, la afirmación provocó contradicción en Gaby; desde su llegada a la empresa Daniel no había hecho más que tratar de hacerla sentir lo más cómoda posible y encima le mostraba lo que le pareció un genuino interés por su familia. Si Adriana no lo hubiera visto con sus propios ojos, dudaría de la veracidad de lo que lo que le contó porque él parecía a todas luces el buen hombre que su hermana y sus padres creyeron que era antes de lo sucedido.
—¿Nos vamos? —le preguntó una vez que estuvo listo frente a ella.
Con la preocupación por Leo encima, lo único que hizo fue asentir y lo siguió rumbo a la salida. Antes de irse lo vio darle unas rápidas instrucciones a Karen y luego fueron juntos hasta abordar el vehículo. Adentro, Daniel le entregó su móvil desbloqueado.
—Por favor, pon la ubicación de la escuela de Leo —le pidió en tanto se abrochaba el cinturón de seguridad y arrancaba.
Al ver el aparato en sus manos, Gaby se sorprendió pues el fondo de pantalla era una foto de Adriana poco antes del accidente. Lo sabía porque luego de su recuperación, su hermana había puesto más empeño en su cuidado y para ese momento tenía la envidiable figura y la piel de una mujer mucho más joven. En cambio, en la foto, aunque sonreía y se veía linda, era notorio que no estaba en su mejor forma. La vio un poco mejor y creyó reconocer el vestido que lucía, pero sin cabeza para pensar en todo eso, hizo lo que Daniel le pedía.
Durante el trayecto no se atrevió a emitir palabra, entre su angustia por la salud de su hijo y lo que seguía descubriendo acerca del hombre a su lado su mente estaba en ebullición.
—No te preocupes, Leo estará bien —la frase tranquilizadora que escuchó lejos de consolarla acrecentó sus dudas.
¿Y si Adriana estaba equivocada? Temía que eso fuera cierto porque a esas alturas, no sabía si descubrir algo así le haría bien a su hermana o la volvería a hundir.
Daniel llegó lo más rápido que pudo a la ubicación que le marcó la aplicación en su móvil; gracias a la hora no fue mucho lo que Gaby debió esperar antes de poder bajar e ir deprisa por su niño. Lamentablemente al ver su estado la angustia por su salud no hizo más que acrecentarse; la molestia de Leo era tanta que no podía ni intentar caminar así que Daniel que sin que lo pidiera había ido con ella lo cargó en brazos hasta el auto. Pese a que la afligida madre le repitió una y otra vez que no era necesario que la acompañara y mucho menos que los llevara con el pediatra, él insistió hasta que ella aceptó agradecida el apoyo.
Una vez que estuvieron en el hospital, el diagnóstico del médico lejos de calmar a Gaby le dio la estocada final. Leo presentaba un cuadro de apendicitis y era necesario operar de inmediato. Impotente, vio como lo preparaban en tanto el pequeño seguía repitiéndole lo mucho que dolía hasta que irremediablemente tuvo que verlo ser llevado al quirófano y no le quedó más que esperar en esa sala de espera que le parecía un abismo. Descompuesta llamó a Oscar y le pidió que fuera en cuanto pudiera; lo único que quería era que su esposo la abrazara. A esa altura, sus ojos estaban llenos de lágrimas y la culpa la atosigaba sin clemencia; se sentía una incapaz por no haberse dado cuenta antes de lo mal que se encontraba Leo y por haber pensado que era algo menor cuando desde la tarde anterior se quejaba de dolor que ella intentó calmar con remedios que poco sirvieron.