Bajo las cenizas

19. Palabras que hieren

De pie y con los brazos cruzados, Adriana miraba severamente a Oscar y a Gaby que se encontraban sentados en el par de sillas de la sala de espera frente a ella. Su hermana no podía ni mirarla a la cara así que se limitó a permanecer cobijada en el pecho de Oscar en tanto este le rodeaba los hombros con el brazo y le relataba a una gravemente ofendida Adriana lo que habían vivido el último año. Los problemas económicos, la dificultad de Gaby para encontrar empleo y hasta los días que debieron ir a comer a casa de los padres de uno o de otro para ahorrar en alimento.

Leo ya había salido de la operación y únicamente esperaban a que lo trasladaran a una habitación para poder verlo así que la angustia de Gaby por el estado de su hijo se había transformado en agotamiento. No obstante, el enfado de su hermana la mantenía alerta.

—¿Por qué no me dijeron? Los habría ayudado —inquirió Adriana tras escuchar de su situación. El gesto se le había suavizado y también el enfado con Gaby.

Pese a todo la entendía, tal parecía que las circunstancias se le acomodaban siempre a Daniel para congraciarse con el resto. Al final, el único culpable era él; se había aprovechado de la carencia en la familia de Gaby para actuar como un benefactor desinteresado quien sabe con qué intenciones. No obstante, ella ya no creía en la honestidad de sus actos ni en la sinceridad tras sus palabras; Daniel no era más que veneno que jamás volvería a probar.

—Sabemos que te va bien Adriana, pero somos una familia de tres y los gastos de cada mes no esperan. Un préstamo o cualquier otra ayuda que pudieras darnos sería insuficiente. Necesitábamos otro ingreso y ayuda con el negocio.

—Pero ¿por qué precisamente tenían que buscarlo a él, Oscar?

—¿Tú crees que lo hicimos? Simplemente así sucedieron las cosas.

—Ady, sé que no quieres escucharlo, pero Daniel se ha portado muy bien conmigo —terció Gaby logrando articular palabra y encarando por fin a su hermana. Realmente anhelaba que pudiera librarse del rencor que la mantenía cautiva del pasado.

—Es un maldito hipócrita y tú lo sabes bien, bebé. No debiste tomar el empleo y mucho menos aceptar su ayuda.

—Ahora ya no podemos dar marcha atrás —afirmó Oscar para cerrar esa discusión que bien podía alargarse mil horas.

En ese momento llegaron los padres de Adriana y Gaby por lo que los tres callaron abruptamente. El tema quedó en el aire, frustrando a Adriana.

La tarde transcurrió entre el apoyo a los afligidos padres y visitar al pequeño cuyo entusiasmo hacía dudar que estuviera recientemente intervenido quirúrgicamente. Adriana terminó saliendo del hospital cuando la luz del sol ya había languidecido y la noche iniciaba. Mientras conducía una idea fue tomando forma en su mente. Encontrarse con Daniel no pareció tan desfavorable considerando que lo había estado buscando para iniciar el trámite del divorcio. Pensó en simplemente contratar un abogado y dejar que este se hiciera cargo de la comunicación entre ambos, pero quería demostrarle lo bien que le hizo separarse de él. Seguía albergando el deseo ruin de verlo arrepentido por traicionarla. 

Así fue como durante toda la semana estuvo preparando su jugada en los ratos en los que el trabajo y las conversaciones por mensaje con Roberto se lo permitían. Definitivamente buscaría a Daniel, cada día se preparó mental y emocionalmente para el encuentro. También reservó lugar para el viernes por la tarde noche en el Sagrantino, un cálido y elegante restaurante de la metrópoli que tenía un significado especial.

Con malsano entusiasmo definió cada detalle. Lamentablemente, si quería que su plan funcionara debía pedirle ayuda a Gaby; era lo menos que le debía su hermana por ocultarle que estaba trabajando con Daniel. A regañadientes ella aceptó y Adriana tuvo todo lo que necesitaba para llevar a cabo la que esperaba fuera una satisfactoria acometida contra él.

El día llegó y para asegurarse de que todo saliera a la perfección estuvo desde una hora antes de lo necesario estacionada en la acera de enfrente de la casona donde se encontraban las oficinas del empleo de Gaby. Como lo único que tenía para hacer era esperar, aprovechó el tiempo y detalló a consciencia la magnífica construcción. Le alegraba que su hermana hubiera encontrado un lugar tan agradable para trabajar; aunque seguía odiando la idea de saber a Daniel cerca de ella.

Pasados largos minutos vio como fueron saliendo uno a uno los empleados de la pequeña empresa hasta que le tocó el turno a Gaby. Esta al reconocer su auto estacionado resopló nerviosa y fue a su encuentro. Frustrada le tocó la ventanilla para que la abriera y se sorprendió de verla bellamente maquillada, peinada y luciendo lo que desde afuera del vehículo parecía un hermoso y favorecedor vestido.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó preocupada por lo angustiante que le parecía la situación.

—Vete ¿sí? Esto es entre Daniel y yo.

—Ady, él es mi jefe. Por favor, no hagas esto más grande. Si quieres puedo decirle que quieres el divorcio. Seguro él accederá.

Adriana la miró severamente a través del rabillo del ojo y luego volvió la vista hacia enfrente en señal de total rechazo a sus palabras. La desconocía totalmente, era como si algo siniestro se hubiera apoderado de ella.

—No haré nada que te afecte, de eso puedes estar segura. Ahora vuelve a tu casa antes de que él salga.




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