Daniel no supo cuánto tiempo más permaneció sentado en la solitaria mesa de ese restaurante, rodeado de la romántica decoración que Adriana había solicitado con toda la malicia de la que era capaz. Si su intención había sido hacerlo polvo cumplió bien su objetivo porque así era como se sentía. El desgano consecuencia del agotamiento emocional no le permitía levantarse y llevarse los pedazos de él que quedaron destrozados con cada palabra que emitió la boca de la mujer que seguía amando con locura.
En silencio repasó cada frase con la que Adriana atacó durante el tormentoso encuentro. Definitivamente lo odiaba y saberlo le producía toda clase de desgarradores sentimientos. Sin embargo, era un hombre acostumbrado a no dejarse llevar por el abatimiento; si algo había hecho durante toda su vida era encontrar soluciones donde parecían no existir y superar obstáculos que hacían desistir a la mayoría. Para él ocupar la mente en resolver problemas era la mejor forma de aligerar las cargas.
Ese fin de semana fue distinto que los demás pues hasta antes de volver a ver a Adriana se había obligado a no pensar en ella y tuvo que reconocer que tal vez se rindió muy pronto creyendo que su falta era la que la había alejado. Además, dos años atrás estaba tan aturdido por el repentino rechazo del que fue objeto y lo que acontecía en Grupo Urriaga que lejos de seguir buscándola, tuvo que dejarla ir para no sentir que perdía la cordura. No obstante, luego de recibir toda su ira se encontró contra todo pronóstico pensando en intentar recuperarla. El conocer lo que la hizo aborrecerlo tan férreamente le daba esperanza, al menos ya no se encontraba caminando a tientas. Si algo lo motivaba eran los retos y Adriana era probablemente el mayor que hubiera enfrentado. Antes le fue fácil conquistarla, eso no disminuyó la satisfacción de tenerla a su lado; pero en ese momento, la posibilidad de que volviera a amarlo tenía sabor a redención y a la reivindicación que necesitaba desesperadamente para volver a sentirse él mismo y menos un fracaso.
El inicio de semana lo recibió dándole vueltas a lo recientemente descubierto. Sin embargo, prepararse para la rutina laboral lo hizo apartar ligeramente de su pensamiento a Adriana. Ese lunes, al entrar en la casona de Ideas y Soluciones creativas, lo primero que se encontró fue a una Gaby caminando nerviosa de un lado a otro mientras se mordía la uña del pulgar derecho. Tenía la mirada de quien está hundido en sus pensamientos por lo que Daniel la saludó para captar su atención.
—Buenos días, Gaby.
Ella se sobresaltó al escucharlo y se paró tan firme como un soldado. Acto seguido, sonrió nerviosamente intrigándolo todavía más.
—Hola Daniel, ¿Cómo estás?
Probablemente era la primera vez desde su llegada a la empresa que Gaby lo saludaba con notable interés y tanta afabilidad así que, tras pensarlo unos segundos, Daniel concluyó que debía estar al tanto de su encuentro con Adriana. La advertencia de esta última cobró el mayor de los sentidos.
—Bien Gaby, gracias. Pero dime ¿Cómo sigue Leo?
—Él está mucho mejor, los niños se recuperan muy rápido —Gaby inhaló profundamente antes de continuar. Lo había meditado demasiado y aun no se sentía capaz de expresarle a Daniel que, aunque era un desgraciado por haberle sido infiel a su hermana, al menos ella tenía mucho por lo que estar agradecida con él así que simplemente lo dijo lo mejor que pudo —Quería volver a agradecerte lo que has hecho por nosotros.
Daniel bajó la mirada y sonrió conmovido antes de volver sus ojos hacia ella.
—Gaby ¿Podemos hablar en mi oficina?
—Claro —convino ella frunciendo el entrecejo; una sensación de ansiedad le causó escozor en las manos. Era fácil imaginar que lo que Daniel quería hablar estaba lejos de ser un asunto laboral.
En la oficina, él la invitó a tomar asiento en tanto llenaba dos tazas con el agua caliente del dispensador que tenía a la mano; luego de corroborar con ella que prefería té y el sabor de este, se dispuso a prepararlo. Gaby lo observó en silencio; viéndolo en el día a día y siendo testigo de cómo se desenvolvía en su trabajo había comenzado a entender lo que tanto admiró Adriana en él. Ese halo de autocontrol y suficiencia que trasmitía calma resultaba tremendamente carismático. Tras largos segundos en los que intercambiaron frases triviales para aligerar la tensión, Daniel le entregó la taza con la bebida humeante que desprendía olor a hierbabuena y tomó asiento tras su escritorio. A ella le provocó ternura que supiera lo que prefería tomar antes de preguntárselo y que solo le hubiera pedido rápidas confirmaciones. Era un detalle que había visto en él desde su llegada a la empresa; Daniel parecía saber lo que necesitaban todos antes que ellos mismos.
—Tienes buena memoria.
—¿Disculpa?
—Siempre pareces recordar cada detalle; hace unas semanas hiciste lo mismo cuando Jessica ordenaba comida y casi se le olvida que Juliana es vegana. Tú se lo recordaste.
—Es parte de cuidar de tu equipo de trabajo; como madre, seguro haces lo mismo con Leo.
El reconocimiento a una labor tan comúnmente invisible inundó a Gaby de calidez. Por su parte, Daniel suspiró largamente y antes de hablar, se recargó en el respaldo de la silla y dio un sorbo a la bebida caliente en sus manos preparándose para abordar esa peliaguda conversación. Una vez que estuvo preparado, dejó la taza y se inclinó hacia enfrente.