Bajo las cenizas

21. Tras el desahogo

Si a Daniel la martirizante cena con Adriana lo devastó, a ella le dejó la cruda moral con la que se levantó varios de los días que le siguieron. Únicamente envolverse en la búsqueda de las tomas adecuadas que inmortalizaba con su cámara la ayudó a sobrellevar la pesadez que le dejó el encuentro y posterior recuerdo en el que se veía a sí misma como una completa extraña que sin miramiento repartía cuchilladas. Nunca pensó que esforzarse tanto en herirlo repercutiría tan negativamente en su propio ánimo. Incluso sintió un atisbo de arrepentimiento pues las expresiones de sufrimiento que vio en los discretos gestos de él fueron algo que no pensó encontrar en un hombre acostumbrado a actuar con temple bajo cualquier circunstancia. Al parecer sí había algo capaz de afectarlo. Tuvo que reconocer que causar dolor en alguien que había amado tanto era demasiado vil, así que no lo repetiría; al menos no conscientemente.

La semana trascurrió sin grandes novedades que no fuera dedicarse a lo suyo. Roberto le había llamado un par de veces y en cada ocasión ella respondió entusiasmada ante esas muestras de cercanía; no obstante, la ilusión que experimentó en un primer momento a su lado quedó manchada por su reencuentro con Daniel, que había vuelto a tener inesperada presencia en su vida.

A mitad de semana decidió que era momento de visitar a Gaby; desde el lastimoso intercambio de palabras que habían tenido afuera del trabajo de su hermana y uno que otro mensaje preguntando por Leo, no habían vuelto a hablar como antes de descubrir lo de Daniel. La tensión seguía entre ellas y eso la ponía intranquila, si con alguien necesitaba estar bien era con Gaby. Ella había sido su sostén en los momentos más oscuros.

Firme en su decisión de acercarse a su hermana y de paso ver qué tal iba la recuperación de su querido sobrino, aguardó hasta la hora en que sabía todos estarían de regreso en casa. Pese a intentar estar calmada, una sensación de ansiedad le carcomía dentro así que se puso a hacer la meditación que su terapeuta le había recomendado y después tomó un baño. Cuando salía para prepararse, su móvil comenzó a sonar avisando de una llamada.

Era Roberto. Como de costumbre le respondió con alegría, aunque mostró más entusiasmo del que en realidad sentía. Tras un breve intercambio de palabras, Roberto le comentó que estaba cerca de su casa luego de asistir a una reunión de trabajo que acababa de terminar. También le confesó las enormes ganas que tenía de verla. Adriana no pudo negarse a eso último, si alguien lograba sacarle a Daniel de la cabeza ese era Roberto y ella lo necesitaba desesperadamente. Luego de aceptar recibir una rápida visita a causa de su plan original, tuvo que esperar muy poco para tenerlo en la puerta de su casa.

—Llegaste pronto —observó al abrirle.

—Eso es porque te extrañaba —la confesión le provocó a ella un ligero cosquilleo en las palmas de las manos que aumentó cuando sin miramiento él se inclinó sobre su boca y tomándola ligeramente por la nuca buscó la correspondencia al beso con el que la saludó.

Adriana se entregó a la caricia que rápidamente le despertó todos los sentidos y le humedeció la entrepierna. El intenso aroma del perfume de Roberto inundando sus fosas nasales junto al sabor a menta de su boca le hicieron volar la cabeza, volviéndola puras sensaciones. De pronto, él ya estaba dentro de su casa y ella cerraba la puerta de un empujón para acto seguido, tomarlo por el rostro y seguir devorando su boca. Con premura, le deslizó por los hombros el saco y una vez que la prenda cayó al suelo, sus manos fueron por el nudo de su corbata para deshacerse de ella y continuar con cada uno de los botones de su camisa.

El solo torso desnudo de Roberto ya era una tentación de la que no dudó en disfrutar plantando besos y ardientes caricias que extendió por su espalda ancha y hombros en tanto él le subía la blusa para quitársela y le desabrochaba el sostén. Al quedar libres, los pechos de Adriana reaccionaron al contacto de las manos ajenas masajeándolos con apasionamiento. Las últimas prendas no tardaron en ser retiradas con premura y entre besos que apenas daban instantes de tregua para tomar aire, llegaron hasta la cama del dormitorio. Con magistral habilidad, Roberto se puso el preservativo que de alguna forma había logrado llevar hasta ahí y acto seguido, los gemidos que desprendía su boca se acrecentaron ante la primera embestida de las muchas que siguieron.

Con semejante hombre dentro moviéndose al ritmo que sus caderas dictaban, Adriana tardó poco en sentir la placentera descarga por todo su cuerpo. Al verla llegar, Roberto aumentó la velocidad y la fuerza de los movimientos de su pelvis chocando con la entrepierna de ella hasta llegar al ansiado éxtasis. La efervescencia que dejó su anterior cita seguía latente en ambos por lo que la rapidez del encuentro no disminuyó lo placentero que resultó. Adriana lo deseaba, al menos hasta unos minutos antes de que ocurriera. Aun con la respiración agitada, miró el rostro del hombre que jadeante se había dejado caer a su lado en el cómodo colchón. Sus ojos se encontraron en la complicidad que dejó el momento compartido.

—Me gustas mucho, Adriana —confesó acercándose para volver a besarla. Él quería más, pero la mente de ella seguía priorizando la visita a Gaby. Intempestivamente, se sentó esquivando la boca que iba por la suya.

—Roberto, lo siento, pero ¿Podemos dejarlo aquí? Debo ir con mi hermana.

Él la miró desconcertado; era la primera vez que una mujer se negaba a más de su compañía teniendo la posibilidad y todavía más inaudito resultaba cuando era el primer encuentro que compartían.




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