Cuatro años antes
Era pasada la medianoche. A Daniel le desagradaba verse obligado a regresar tan tarde a casa, pero atravesaba una temporada de bastantes ocupaciones y no podía desatender ninguna. Aunque las horas en la oficina eran demasiadas, luego le seguían reuniones de trabajo en otros sitios. La mayoría de los hombres con los que se codeaba prefería seguir hablando de negocios y trabajo en lugares destinados al entretenimiento, era una buena forma de relajarse que a él sin embargo únicamente lo hacía recordar que en casa seguían esperándolo.
Las luces de su residencia ya estaban todas apagadas cuando arribó a esta, supuso que Adriana se había ido a dormir una vez más antes de que él pudiera llegar. No la culpaba, aunque ese día en especial había sido tan condenadamente difícil que tenía la ilusión de al menos poder perderse en el abrazo de su esposa para descargar el estrés y cansancio acumulados. Adentro lo recibió un ambiente lúgubre, también llamó su atención el desorden del uso diario en la cocina cuando Adriana era especialmente cuidadosa con el orden y la limpieza en su hogar; tanto que había insistido en no contratar a nadie que se encargara de la casa porque no la complacía como lo hacían. A él no le importaba mientras ella estuviera conforme, pero no pudo evitar preguntarse si había sucedido algo de lo que no estuviera enterado. Adriana no le había enviado ningún mensaje y eso tampoco era común; acostumbraba a hacerlo dos o tres veces para compartirle su día o simplemente decirle que lo amaba. Él rara vez respondía o lo hacía rápidamente a determinadas horas, pero siempre le alegraba saber de ella.
Buscando a quien anhelaba se dirigió a la alcoba principal, como todo en casa estaba en penumbras así que solo encendió la luz del vestidor en tanto deshacía el nudo de su corbata para quitársela y junto al saco dejarla cuidadosamente dispuesta en el perchero destinado a eso. Al salir observó en su cama a Adriana mientras dormía, estaba envuelta en mantas hasta el cuello lo que volvió a parecerle extraño pues el ambiente era más bien cálido. Suavemente para no despertarla, se sentó a su lado en el borde de la cama y extendió su mano para intentar acariciarla; escucharla de pronto lo sobresaltó.
—Otra vez llegaste tarde —le señaló ella con la voz alterada de quien intenta reprimirse.
—Lo siento mucho…
—Siempre lo haces, pero hoy te pedí especialmente que no fuera así —Adriana se sentó intempestivamente y se limpió con los dedos las lágrimas de decepción que llevaba rato derramando —Era la cena de aniversario de mis papás, te pedí hace meses que me acompañaras. Te necesitaba, solo este día.
—Amor, yo…
—Sabes cómo es Toño, siempre que me ve sola hace comentarios hirientes al respecto. Me cansé de tener que ignorarlo y reírme de sus estúpidas bromas para sentir que no me duelen. Mis papás también preguntaron por ti, hace meses que no te ven… Seguro creen que ya no estamos juntos, igual que el resto.
—No lo hago a propósito, hoy fue un día realmente complicado —Daniel intentaba justificarse cuando la realidad era que sumado a todo lo que sucedía en el corporativo también había olvidado la cita —¿Por qué no me lo recordaste? —preguntó al fin arrepentido.
—¿Para qué? ¿Para qué le dijeras a tu secretaría que les enviara un regalo de tu parte? Eso lo puedo hacer yo, lo que te pedí es que fueras conmigo.
Daniel permaneció en silencio largos segundos. En los últimos meses había recibido más de una vez reproches similares que soportaba estoicamente sabiendo que Adriana tenía motivo para estar inconforme con su creciente ausencia. Él en verdad intentaba complacerla en todo lo demás, pero el tiempo era algo que apenas le alcanzaba y ella no parecía entenderlo. La naciente discusión tan parecida a otras le resultaba terriblemente molesta y sin que se diera cuenta el golpeteo de su corazón comenzó a acelerarse a la par que la tensión en sus músculos.
—¿Y qué es lo que quieres que haga? No puedo simplemente ausentarme o salir a la hora que tú quieres ¿Por qué no entiendes de una vez que no soy cualquier empleado? —con los puños apretados sobre sus piernas, la respiración acelerada y sin mirarla, Daniel externó el pensamiento que llevaba tiempo tragándose —Tal vez si trabajaras fuera en lugar de estar aquí todo el día te sería más fácil comprenderlo ¿Por qué no visitas a tu hermana o haces cualquier otra cosa que te entretenga? Ni siquiera tienes que encargarte de la casa, yo no te lo pido. Contrata a alguien y busca algo que te guste. Te he dicho miles de veces que vuelvas a estudiar o retomes la fotografía artística ¿Por qué insistes en quedarte aquí? —emitió la última pregunta mirándola a los ojos y Adriana pudo ver que realmente lo creía.
Sus palabras se le clavaron como puñaladas que eran eco a lo que ella misma pensaba de sí misma. Ante la acometida, el llanto volvió a brotar de sus ojos sin que pudiera contenerlo.
—Tú también piensas que soy una inútil.
Al escucharla, Daniel supo que tenía que haberse mordido la lengua, pero estaba tan agotado y frustrado que no lograba pensar claramente. Si hubiera sido cualquier otro día podría haber soportado el reclamo de Adriana y tratar de resarcirse con ella por su descuidado olvido; pero no ese en el que aunado a las ocupaciones que debía atender, sus sospechas sobre tráfico de influencias y malos manejos en el corporativo continuaban aumentando sin que encontrara todavía forma de probarlo. Aun así, se forzó a tomar aire profundamente para tratar de corregirse haciendo acopio de la poca paciencia que le quedaba luego de una extenuante jornada laboral.