Bajo las cenizas

24. Las cartas sobre la mesa

Adriana volvió al lado de Roberto todavía aturdida por el beso de Daniel en el que, pese a sus intentos, no podía dejar de pensar. El efecto del vino había abandonado de golpe su sistema ante el apasionamiento de él, uno que no creyó volver a sentir y que la había tomado totalmente desprevenida. Aunque lo buscó con la mirada desesperadamente, sus ojos no volvieron a toparse con él, acrecentando su desasosiego. Necesitaba hablarle con la mente menos ofuscada y entender qué pretendía buscándola después de haberla traicionado de una forma tan ruin. Además, sus palabras seguían resonándole dentro; él había insistido en señalar que estaba equivocada, pero no le dijo respecto a qué. Si se refería a su engaño era algo que ella no podía creer cuando todo en aquel entonces le dijo que él era quien estaba con esa mujer. Era cierto que no lo había visto, pero ¿quién más iba a tener semejante atrevimiento en la oficina que le pertenecía al puesto directivo más alto? Era imposible, debía tratarse de otra treta de Daniel y ella estaba agotada de intentar adivinar sus intenciones.

Una vez que la velada terminó, abandonó el lugar con Roberto y fue hasta entonces que notó que él no había vuelto a hablarle desde su regreso del encuentro con Daniel. Sin embargo, no pensó mucho en eso. Su mente estaba tan confundida que atribuyó la actitud de su acompañante al mismo cansancio que ella comenzaba a experimentar. En medio de un silencio sepulcral, Roberto condujo hasta la casa de Adriana y estando ahí, apagó el motor. Ella temió que le volviera a pedir que estuvieran juntos porque lo que menos quería era estar con alguien más cuando su piel clamaba a gritos por más de los besos y caricias de Daniel. No obstante, lejos de insinuar algo así, Roberto respiró hondo varias veces sin atreverse a mirarla. Estaba contrariado y buscaba la mejor forma de externar lo que le quemaba el pecho. Adriana lo ignoraba, pero preocupado por no verla regresar había ido en su búsqueda solo para encontrarla con el único hombre con el que no se atrevía a rivalizar, ni siquiera por el amor de una mujer que le gustaba tanto.

—Gracias por la invitación —dijo ella viendo que él no se despedía y acto seguido, se dispuso a salir para refugiarse en su hogar. Entonces la mano de él sobre la suya justo cuando abría la portezuela la detuvo provocándole un escalofrío.

—Espera Adriana, necesitamos hablar.

Ella volvió a su sitio al mismo tiempo que él y lo miró inquieta. Lo que fuera a decir, estaba segura de que no le agradaría así que todo su cuerpo se tensó.

—Dime —fue todo lo que sus labios lograron emitir.

—Me gustas mucho Adriana, eso lo sabes porque te lo he dicho bastante —mientras lo decía Roberto tenía clavada la vista al frente; su actitud evasiva la desconcertó —Pero no soy ningún muchacho inexperto que da todo a cambio de nada. Hace mucho que aprendí a no salir lastimado y ya tengo suficientes preocupaciones como para sumar el tratar de ganarme el afecto de una mujer que prefiere estar con otro.

—¿Qué? —exclamó con ojos sorprendidos que se clavaron en el perfil masculino que seguía negándose a encararla.

—Te vi con el licenciado Quintero y él es alguien con quien no puedo ni quiero competir de ninguna forma ¿Entiendes?

—Roberto, yo…. —pronunció mordiéndose el labio inferior al verse descubierta —Él fue quien me besó —Adriana no entendía la repentina necesidad de justificarse cuando minutos antes deseaba que Roberto fuera quien decidiera alejarse.

Él únicamente suspiró largamente y sus labios dibujaron una mueca a modo de amarga sonrisa.

—Dejémoslo aquí ¿sí? —hasta decirlo fue que se atrevió a mirarla a los ojos —Puedes intentar engañarte a ti misma, pero no te voy a dejar que hagas lo mismo conmigo.   

—Yo… Lo siento mucho —soltó al fin luego de incontables segundos en los que pudo reconocer que aquello la hacía sentir más aliviada que devastada y se dispuso a salir del auto.

—Espera, te acompañaré hasta la puerta. Te ves demasiado bien como para dejar que vayas sola —ofreció él saliendo y rodeando el auto para abrirle la portezuela.

Tal y como lo prometió, Roberto no se fue hasta que ella estuvo adentro de su casa. En la soledad que la recibió ahí, se deshizo de los zapatos que ya comenzaban a provocarle un lacerante escozor en los pies. También deslizó por su cuerpo el hermoso vestido cuyo tacto la hizo recordar irremediablemente el abrazo de Daniel. Sin pensar, acercó la prenda a su nariz y pudo percibir el aroma de él mientras sus ojos se llenaba de lágrimas ¿Por qué seguía presa de lo que le provocaba? Después de esos dos años y todo lo que hizo por olvidarlo, todavía tenía el poder de apoderarse de sus pensamientos. La vida insistía en burlarse de ella enfrentándola a crueles casualidades y negándole la paz que anhelaba. Desesperada por algo de calma se metió a la ducha. El agua tibia sobre su cabeza y hombros la relajó al instante. Al salir y vestirse, vio la hora y sin apetito, se metió a la cama. Lo único que quería era entregarse al sueño.

A la mañana siguiente, con el cuerpo descansado y el corazón menos agobiado, inició su rutina matinal. Era sábado y la única sesión que tenía programada era hasta la tarde así que avanzó sin prisas. Sin embargo, las intenciones de Daniel seguían inquietándola por lo que buscó en su móvil el mensaje que él le había enviado para que agendara su número y sin permitirse dudar le envío otro de regreso.

<<Necesitamos hablar, dame tu dirección>> Fue todo lo que escribió esperando recibir la respuesta pronto.




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