Bajo las cenizas

26. Tiempo de enfrentar

A pesar de lo mucho que había avanzado en el último par de años, Adriana seguía sintiendo el impulso de huir cuando la situación la rebasaba y lo relacionado con Daniel lo hacía irremediablemente. Tenía demasiado que cerrar con él y en ese momento se vio obligada a reconocer que lo había evitado por su incapacidad de lidiar con el amor que seguía profesándole pese a creerse traicionada por él. Pensó en eso en tanto intentaba alejarse nuevamente y, a punto de abandonar aquella casa a la que había acudido buscando respuestas, enfrentó una encrucijada.

Si lo que Daniel acababa de confesarle era verdad, se sentía como un terrible golpe que le recordó lo incapaz que podía llegar a ser. Por dos años lo había culpado de la pérdida de su bebé e intentado odiar su recuerdo por el mismo motivo; pero, si al final la única responsable era su propia imprudencia y cobardía, había estado odiando a la persona equivocada.

Todavía de espaldas a él y mirando fijamente el pomo de la puerta que no se atrevía a tocar, decidió que no podía seguir siendo esa misma mujer que se dejó dominar por sus propios miedos. Por más aterradora que fuera la verdad, ella necesitaba saberla pese a que el precio pudiera ser extremadamente alto para su consciencia. Firme en que eso era lo que quería, se limpió las lágrimas y respiró hondo luchando contra la opresión en su pecho.

—Tú no quisiste y yo no pude dar vuelta a la página, así que dime ¿Qué fue lo que en verdad sucedió ese día? —preguntó en tanto se giraba para encarar al hombre que la miraba atentamente.

Daniel deseaba que se quedara, lo anhelaba; así que cuando la vio dudar entre irse o no tuvo la esperanza de que ese día por fin pudieran aclarar lo que llevaba tanto tiempo lastimándolos de una u otra forma.

—Te lo diré, te diré todo, pero antes ¿Quieres tomar algo conmigo? ¿Aún te gusta el chocolate caliente?

Por alguna extraña razón la pregunta la hizo sonreír en medio de los intensos sentimientos que la sacudían al estar ahí.

—No suelo tomarlo tan seguido como antes, pero me sigue encantando —confesó.

Al escucharla y percibir como había cambiado su actitud, Daniel le devolvió la sonrisa. Luego la invitó a sentarse a la mesa; por su parte, tardó en seguirla solo los minutos que le tomó calentar y servir la humeante bebida que había preparado para recibirla. Cabizbaja, Adriana contempló la taza que puso en la mesa frente a ella mientras él tomaba asiento en la silla al otro lado. El olor a chocolate y canela la hizo suspirar como a una niña; era increíble como algo tan sencillo podía ser tan reconfortante, también le alegraba que Daniel siguiera teniendo presente esos detalles. Acto seguido, tomó entre sus manos la bonita pieza de porcelana y le dio un pequeño trago al contenido que la hizo relamerse los labios al terminar. Él hizo lo mismo sin dejar de mirarla.

—Está delicioso —confesó dando más tragos cuya calidez bajándole por la garganta le daban la sensación de estar recibiendo un abrazo por dentro.

—Me alegra que te guste. Temí que te fueras sin probarlo —dijo su acompañante embelesado con su imagen; le era imposible no estarlo teniéndola tan cerca, Adriana seguía fascinándolo de muchas maneras.

—Daniel, voy a creer en el hombre que conocí hace diez años, ese para el que mentir era un acto grave, y tomaré como cierta cada palabra que me digas hoy. Te juro que no te cuestionaré nada, así que te ruego que me digas ¿Qué fue lo que vi en tu oficina? Y lo más importante ¿Dónde estabas tú? ¿Por qué no acudiste a la celebración de nuestro aniversario cuando me prometiste hacerlo?

Pese a que sostener aquella conversación que tenía tanto tiempo esperando por ella le provocaba todo tipo de emociones, Adriana logró hacer acopio de toda su voluntad para apartar las ganas de llorar que en un principio la invadieron. Se obligó a no pensar en nada para dejar las dudas de lado. Solo se concentró en escuchar, algo que jamás había hecho con Daniel. En ese momento se dio cuenta que desde que lo conoció, muy pocas veces lo había escuchado realmente. Sí lo amo, lo hizo con todas sus fuerzas y se lo demostró como pudo hacerlo; pero cuando intentaba escucharlo más profundamente, siempre surgía antes un pensamiento propio que acallaba la voz de él. Su poca disposición le supo ingrata, aunque lo cierto era que tampoco se sintió escuchada por él. En su tiempo juntos les fue fácil sostener conversaciones de todo tipo, menos de sí mismos.

La triste realidad fue que compartieron los buenos momentos como quien disfruta de una deliciosa cena, pero ignora la cocina sucia que debe limpiarse y ordenarse después. De igual forma había sido la manera de comunicarse; en el momento que aparecía algo que inquietaba a cualquiera de los dos, este se cerraba por miedo a que lo negativo que percibía pudiera ser mayor a lo bueno que compartían. Al menos de su parte había sido así, y de Daniel, estuvo tan ausente los últimos años de su matrimonio que ni siquiera podía imaginar lo que pasaba por su cabeza y cuando llegó a externarlo, ella de inmediato lo había sentido como reproche al que cerró sus oídos por temor a que fuera la confirmación de lo inferior que se sentía a su lado.  

Era tanto lo que tenían que hablar; pero antes, necesitaba sacarse esa espina y saber qué había sucedido la tarde en la que la ilusión se había roto transformándose de pronto en un cúmulo de desgracias que golpearon lo ya debilitado hasta hacerlo caer.

—Todavía no puedo asegurarte nada porque estoy investigándolo, pero estoy convencido que la mujer que viste era mi asistente temporal. Unos meses antes la habían asignado conmigo directamente de recursos humanos y como necesitaba ayuda ni siquiera cuestioné su decisión. Antes de ella había estado Raúl, a él sí lo conocías. Por algún motivo, él renunció de la noche a la mañana sin mayor explicación y tuve que aceptar a Yadira. Eso es todo lo que te puedo decir al respecto. Lo qué hacía en mi oficina esa noche y quién era su acompañante es algo que desconozco, pero te prometo que en cuanto lo sepa serás la primera en enterarte. No volveré a ocultarte nada.




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