Bajo las cenizas

27. El amor no lo puede todo

Para cuando Daniel terminó de hablar no podía ni mirarla a la cara; estaba sinceramente apenado porque sentía que le había fallado. Tal vez Adriana no se portó mejor, pero eso no lo justificaba a él. No cuando siempre supo lo mal que estaba ella y lejos de buscar ayudarla, se refugió en la obsesión por demostrar los malos manejos en el corporativo para acallar su consciencia y lavar la culpa.

—Me enteré de lo que te pasó varias horas después, una vez que las reuniones terminaron y volví a la oficina. Vi tus mensajes, tus llamadas y al final, las llamadas de tu familia y sus mensajes. La situación en Grupo Urriaga seguía empeorando, pero saber de tu accidente y lo grave que te encontrabas fue la más terrible noticia que recibí esa noche… También saber de nuestro bebé —Daniel suspiró cabizbajo sintiendo como pese a lo doloroso, se había quitado un peso de encima al confesar todo aquello que no se atrevió a compartir con nadie —Perdóname, amor, si tan solo me hubiera tomado unos segundos para pensar en que me esperabas.

—Sigues llamándome “amor”, Daniel ¿En verdad crees que lo soy? —Fue la melancólica respuesta.

—Eres la mujer que amo, es lo único que importa —aseguró atreviéndose a encararla.

Adriana miró a otro lado; escuchándolo su ánimo había cambiado y sus emociones habían fluctuado de una forma que le removió todo dentro. Al final y viendo todas las piezas del rompecabezas de lo único que estaba convencida era que Daniel y ella se habían hecho demasiado daño, tanto que no sabía si era posible reconstruir lo que compartieron aquellos lejanos primeros años de su relación. El amor no lo podía todo y ellos eran el mejor ejemplo de eso.

—¿Por qué, Daniel? —Él la miró como si no entendiera —¿Por qué me amas? ¿Qué hice para merecerlo? —Adriana cerró los puños que tenía sobre sus piernas y su cuerpo entero se contrajo; se sentía tan avergonzada por lo sucedido que le costaba emitir palabra —Lejos de alegrarme por tus logros, me llené de frustración por mis fracasos. Cuando me tocó confiar en que tú no eras la clase de hombre que me engañaría, creí lo contrario ciegamente porque era la confirmación de que no te merecía. Dejé pasar dos años sin buscar una explicación ni permitir que me la dieras por pura cobardía…. Y, cuando por fin nos encontramos, te traté de la peor forma; planeando como lastimarte sin consideración… Daniel —pronunció mirándolo a los ojos —Soy una muy mala persona, tú no deberías amarme como lo haces ni tampoco debes quererme de vuelta en tu vida. Por mi culpa perdí a nuestro bebé. Fui la única culpable. Ojalá algún día puedas perdonarme, porque yo tal vez no pueda.

Sin más, se puso de pie y él la imitó. Sus palabras y gesto abatido lo angustiaron de una forma inexplicable; de pronto parecía que un abismo todavía más grande se había abierto entre los dos pese a que Adriana acababa de abandonar todo el resentimiento y por fin habían dicho tanto que llevaban guardándose y padeciendo en soledad.

—Gracias por lo que hiciste por Gaby y su familia, sigues siendo el hombre del que me enamoré y eso me alegra.

—¿Por qué hablas así? —le cuestionó severamente obligándola a mirarlo por su inesperada reacción —¿Por qué das por hecho que lo nuestro llegó a su fin? No deberías tomar tú sola esa decisión, no vuelvas a hacerme lo que hace dos años. No voy a aceptarlo esta vez ni creo soportarlo.

—¡¿Entonces qué quieres que haga con todo lo que ahora conozco y sabiendo que no puedo cambiar nada?! —exclamó afligida —Soy una estúpida que hizo una cosa mal tras otra.

—¡Quiero que por primera vez en tu vida lo pienses bien antes de hacer algo!… Sí, tienes razón, puedes ser una pésima persona… Pero ¿Quién no puede serlo cuando se lo propone? Lo importante es que eres mi persona favorita y te sigo queriendo conmigo. No busques mayor razón, simplemente me alegras la existencia, siempre lo hiciste hasta que te dejaste devorar por la depresión. No fue tu culpa, sé que es una enfermedad difícil de reconocer y mucho más complicado es superarla; además, te fui dejando sola con ella y eso te hizo empeorar. Te abandoné a tu suerte cuando más me necesitabas así que también soy responsable de mucho. Pero ahora que estás bien, y sé que lo estás porque lo veo, piensa y vuelve a pensar todo lo que necesites antes de decidir si en verdad me quieres lejos de ti —Daniel tomó aire y se puso las manos en la cintura con el gesto inflexible de quien va a dar un veredicto —Te esperé por dos años, puedo hacerlo un poco más y lo haré con una sola condición.

Adriana lo miró inquieta, se sentía como si estuviera siendo amonestada sin derecho a réplica; aunque no le costó reconocer que lo merecía por todas las trastadas a las que lo sometió desde su reencuentro y aún antes, cuando se creyó engañada por él.

—¿Cuál condición? —indagó vacilante.

Daniel no respondió de inmediato, antes se acercó a ella. Cuando estuvo a escasos centímetros, levantó su mano y con los dedos le delineó suavemente los labios que sus ojos también miraban fijamente.

—Terminemos lo que empezamos anoche. —Musitó con la boca seca.

—¿Qué…?

Apenas logró decir algo porque entonces Daniel se fue sobre ella y su boca se apoderó de la suya en tanto los brazos de él la rodeaban en un abrazo estimulantemente asfixiante y sus manos la sostenían de la cintura y la nuca. Sintió sus dedos enredársele en el cabello suelto y pese a que en un principio plantó una ligera resistencia, esta fue rápidamente sofocada por el deseo del que la cercanía la contagió casi al instante. El cuerpo de Daniel era tan cálido que le resultaba irresistible.




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