Bajo las cenizas

30. Honestidad y consuelo

Después de la sesión con Jaime, Adriana recibió la llamada de su papá. Él y su mamá querían hablar, pero era demasiado para los tres hacerlo ese mismo día así que quedaron de verse al siguiente. Ella necesitaba pensar en lo todo lo que externó con Jaime, desde lo sucedido con Daniel hasta el enfrentamiento con Toño; no obstante, lo haría desde la perspectiva que junto a él había develado y no con aquella donde la culpa y el rencor la aguijoneaban. Sin ánimo de volver a su casa, miró su reloj. Eran cerca de las nueve de la noche y no había demasiado que en realidad quisiera hacer, así que le llamó a la única persona que deseaba ver en ese momento.

Para Daniel, los fines de semana no habían sido fáciles desde lo sucedido dos años atrás, pues eran los días que sin la distracción del trabajo caía en la cuenta de los cambios en su vida; unos que no había buscado y a los cuales intentó adaptarse de forma desesperada. Lo laboral le había molestado al inicio, pese a estar consciente de que asumir la responsabilidad como cabeza del corporativo por el escándalo empresarial era su deber, no dejaba de sentir un sabor amargo por haber perdido lo que le había costado años de trabajo lograr por los descuidos y la falta de ética de otros.

Sin embargo, apenas comenzaba a sentirse conforme con su situación cuando la reaparición de Adriana en su vida había tambaleado su tranquilidad. Entonces, todos lo sentimientos que se había forzado a enterrar habían resurgido con mayor exaltación y en ese momento, le era difícil dejar de pensar en lo mucho que deseaba que todo entre ellos volviera a una normalidad que había anhelado luego de la ruptura; aunque tras pensarlo, estuvo de acuerdo con ella en no querer lo mismo, sino una mejor forma de estar juntos.

Por eso y más, lo entusiasmó recibir su llamada luego de pensar que pasaría más tiempo sin verla. Apenas le confirmó que podían encontrarse, se preparó para recibirla; Adriana había insistido en ir a su casa y él no pensaba discutir trivialidades, así que aceptó de inmediato. Así fue como un rato después, la tuvo en su puerta. A simple vista se veía bien, pero una vez que le abrió y aun antes de emitir palabra, se fue sobre él buscando su abrazo. Daniel la recibió contra su pecho y sintió como lo rodeaba con los brazos en busca de consuelo; él únicamente permaneció en el mismo lugar acariciándole suavemente la espalda con una mano en tanto la otra hacía lo mismo con su nuca. Con cada sentimiento y pensamiento dedicado a ese instante, aspiró el aroma del perfume de Adriana y le besó repetidamente la cabeza que seguía hundida bajo su cuello.  

—¿Pasó algo? —Le preguntó, ella vaciló recordando las muchas veces que su relación con Toño había sido motivo de discusión con Daniel.

Lo único que quería era olvidar el amargo momento familiar en los brazos de él y escuchando el rítmico palpitar de su corazón como lo estaba haciendo, con sus cuerpos tan cerca que era imposible pensar que era un sueño.

—Toño no ha cambiado, así que ya sabes cómo es para mí tenerlo que ver —admitió al fin tras un largo suspiro.

El pesar en cada una de sus palabras le confirmó a Daniel que se refería a algo más que el desagrado habitual. Para él no era un secreto lo desfavorable que podía ser la interacción entre Adriana y su hermano, aunque delante de él Toño nunca se atrevió a decirle nada a ella, también era cierto que fue muy poco en realidad lo que convivió con ellos como familia. El tiempo que vivieron juntos, Adriana asistió sola a la mayoría de las reuniones con sus padres y hermanos; y fueron muy pocas en las que todos coincidieron incluyéndolo a él.

—Aun así, puedes decirme lo que te molestó.

—¿Recuerdas esa vez que te enfadaste conmigo cuando te reclamé lo que Toño había dicho en el aniversario de mis papás? Nunca te vi así antes, era como si me hubieras dejado de amar —Él asintió, habían sido un par de ocasiones las que saturado con todo lo que tenía que resolver decidió distanciarse, aunque fuera por pocas horas de Adriana, para apaciguar sus propios conflictos; se sentía verdaderamente arrepentido de haber actuado de esa forma por lo que lo recordaba con bastante claridad —No quiero que vuelva a pasar algo así, sé que no tiene por qué, pero aun así me da un poco de temor.

—¿Por qué no mejor pasamos adentro antes de seguir hablando? —le sugirió él buscando estar más cómodos.

—Prefiero seguir abrazándote…. Daniel —pronunció con un anhelo difícil de describir con palabras —Te extrañé demasiado.

—Sigues llamándome por mi nombre, antes no era así.

—Quiero estar segura de que eres tú quien está a mi lado. —Mientras lo decía, los dedos de Adriana se ciñeron con más fuerza al cuerpo de Daniel en tanto frotaba el rostro contra el pecho de él lentamente, disfrutando la profundidad de las emociones que se producían en ella.

—Entremos —dijo él sonriendo enternecido —No dejaré de abrazarte, te lo prometo.

Luego de lograr convencerla, terminaron en el sofá sentados uno al lado del otro. Adriana seguía rodeándole el torso con sus brazos y con la cabeza sobre su pecho. No quería soltarlo. Por su parte, él la sostenía por los hombros con el brazo izquierdo al tiempo que sus dedos le acariciaban la piel que la cercanía ponía a su disposición mientras su mano derecha afianzaba las piernas de ella sobre las de él y se permitía disfrutar de su contacto.   

—Esas veces lo que no soporté fue que te enfadaras conmigo por algo que ni siquiera había hecho. Si solo me hubieras reclamado por no estar contigo, habría sido fácil asumir mi responsabilidad y pedirte disculpas. Aun así, no tengo mayor justificación, no actúe de la mejor forma —le confesó luego de besarle la frente.




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