La conversación con sus padres no fue tan amable como Adriana hubiera querido; su madre con actitud herida ni siquiera la miraba a la cara y su padre únicamente se le quedó viendo fijamente durante los primeros segundos. Al final, lo único que le quedó claro era que Estela esperaba que se retractara de lo dicho de su hermano. No lo haría, su excuñada había tenido la confianza de decirle a ella los problemas en su matrimonio y sentía que hacérselo saber al resto de la familia era de cierta forma su deber; después de todo, seguían hablando mal de Sandra pese a que habían pasado cuatro años desde su divorcio de Toño. Así era su familia, tan ridículamente activa en lo que no le importaba.
Esa tarde de domingo, sus padres se retiraron con la sensación de no haber logrado mucho, pero ya lo entenderían poco a poco. En realidad, parecía que su papá tenía mejor disposición a comprenderlo y eso ya era algo para agradecer. Después de despedirlos, se preguntó cómo tomarían la noticia de su regreso con Daniel; tampoco le importaba demasiado, aunque no tenía ganas de lidiar con objeciones externas y tuvo el presentimiento de que las encontraría. Bien recordaba como cada una de sus decisiones fue objeto de escrutinio en el hogar paterno; era como si siendo la segunda hija tuviera que ser el modelo luego del primogénito, que por serlo ya tenía la aprobación ganada.
La semana trascurrió tranquila entre su trabajo y las visitas furtivas que le hizo a Daniel. Un par de noches se quedó a dormir con él, pero no quería hacerlo rutinario; no antes de estar segura de que estaba lista para volver a vivir juntos sin que los fantasmas de su relación en el pasado menoscabaran sus intentos por vincularse de nuevo. Al mismo tiempo disfrutaba mucho ser ella quien lo buscara, tanto que se dio el lujo de sorprenderlo en algunas ocasiones en las que sin aviso llegó a su casa con los ingredientes para preparar la cena y compartirla.
La madrugada del sábado fue especial pues Mauricio le llamó para la sesión fotográfica del parto de Alejandra. Ella ya estaba en labor y solo esperaban que llegara a tiempo para retratar el momento. Pese a que antes dedicó muchas horas a hablar con Alejandra sobre parto humanizado y en casa, esta al final optó por un parto hospitalario ya que su embarazo estaba demasiado avanzado cuando escuchó toda la información que Adriana le compartió y tuvo un poco de miedo de intentarlo sin la preparación necesaria. Aun así, la sesión inició en la casa de la pareja, la misma que para Adriana significaba el hogar que alguna vez fue suyo.
Mientras estuvo ahí le fue difícil mantener la concentración sin pensar lo mucho que había deseado en los años que vivió con Daniel vivir la experiencia de su clienta. Sin embargo, con el tiempo había llegado a la conclusión de que si bien recibir un hijo en aquellos lejanos días habría sido motivo de alegría, tal vez no fue la etapa adecuada para hacerlo y ya ni siquiera se preguntaba si esta llegaría alguna vez. El tema de la maternidad estaba cerrado para ella y la necesidad incesante que sintió en otra época por gestar y criar ya no era ni siquiera una prioridad en su vida. Mentalmente, anotó esa reflexión y la sumó a la lista de lo que iba compartiendo con Daniel ya que no tenía ni idea de lo que pensaba él al respecto.
Algunas horas más tarde la sesión continuó en la habitación del hospital. Cuando Adriana entró vio que era un espacio especial para atender nacimientos, eso ya era una ventaja. Alejandra que había llegado antes junto a su esposo para la preparación, le extendió la mano que ella tomó de inmediato.
—Gracias por seguir aquí —le dijo la parturienta. Era una mujer muy bella, pero los cabellos desordenados en su forma más natural, los ojos brillantes y la piel sin maquillaje con ligeras perlas de sudor en su frente le conferían un encanto único, casi salvaje a su imagen.
El lugar estaba cálido en extremo, así que Adriana también sintió como el sudor comenzó a bañarle la piel bajo la filipina quirúrgica que vestía. Era incómodo, pero necesario para que el nacimiento avanzara como se esperaba.
—Ya verás que pronto tendrás a tu bebé entre los brazos, lo has hecho muy bien. —Reconoció ella haciéndola suspirar. De pronto, el gesto de Alejandra se transformó en uno de pena preocupándola.
Entonces le contó que al llegar había aceptado la anestesia que le ofrecieron de inmediato. Las contracciones agudas con las que llevaba lidiando desde la noche anterior le impidieron dormir bien y estaba tan cansada que pese a no ser su intención había cedido. A Adriana la enterneció verla llorar porque sabía gracias a lo que ella le había dicho que aquello ya era una intervención; así que tuvo que consolarla repitiendo que lo que fuera que decidiera para ella y su bebé era lo adecuado. Todos los partos que había fotografiado tenían una partera o doula acompañando a las mujeres, o si no, eran partos cien por ciento hospitalarios donde a las mujeres poco les importaba si había o no intervenciones con tal de que sus bebés nacieran sanos.
Era la primera vez que había influenciado tanto a una de sus clientes al final de su embarazo que necesitara la contención que las mujeres dedicadas a ello prodigaban de una forma tan tierna y asertiva. Viendo el efecto de sus palabras, se arrepintió un poco de haber sido tan vehemente para afectar las decisiones de alguien más, pero ya estaba hecho y no le quedaba más que portarse a la altura. Siguió al lado de Alejandra, escuchándola y brindándole apoyo junto a Mauricio, mientras descubría una faceta de ella misma que hasta ese momento le era desconocida. Nunca creyó ser pilar de alguien en esa situación e intento hacerlo de la forma que vio en otros partos que fotografió.