Bajo las cenizas

32. Ímpetu

Esa noche se sentía fresca y más lo era estando dentro de un automóvil estacionado en la cima de una loma atravesada por una carretera empedrada y solitaria, así que Diana cruzó los brazos para mantener el calor en tanto seguía esperando a que apareciera el hombre con el que se había citado en ese lugar. Minutos más tarde, un auto negro estacionó detrás del suyo y ella pudo ver por el retrovisor a su ocupante descender. No pudo evitar suspirar, Manuel Ruíz había sido algo así como su mentor desde su entrada al M.P, y de cierta forma lo admiraba; aunque no negaba que al igual que su propio padre podía ser un desgraciado la mayoría de las veces. Manuel no tardó en abrir la portezuela del lado del copiloto y abordar el vehículo de la mujer.

—No sé por qué te gusta este lugar —observó Manuel con voz grave y la expresión adusta. —Debe recordarte algo bueno.

—¿A ti no? —le devolvió ella con complicidad y la vista fija en el perfil del hombre. Sin responder, él sacó un cigarro y un encendedor de la bolsa de su chaqueta.

Antes de emitir cualquier palabra, Diana le arrebató de los labios el ansiado cigarrillo y lo puso en los suyos exigiéndole con un gesto que lo encendiera. Él obedeció sonriendo maliciosamente, disfrutaba demasiado de la brusquedad de su carácter, luego tomó otro de la caja y comprobó con un resoplido que solo le quedaban dos para sustentar su vicio por lo que restaba de la noche.

—Si me citaste es porque tienes algo de lo que te pedí —infirió ella tras abrir el vidrio de la portezuela y exhalar hacia afuera el humo del cigarro que acababa de inhalar.

—No fue sencillo, tu deuda conmigo solo va en aumento. —La respuesta la hizo sonreír.

—Cóbrame lo que quieras y ve al grano, no tenemos toda la noche.

Sus palabras cínicas lo hicieron mirarla con deleite culposo.

—En ese caso te haré un resumen —comenzó rompiendo la agitación que lo invadió— Las dos empresas de las que tu cliente sospechaba cambiaron nombres y razón social tras el escándalo empresarial que forzó a Grupo Urriaga a una reestructuración. Luego de eso volvió a asociarse con ellas bajo un nuevo convenio, pese a las irregularidades que se encontraron después de lo sucedido. Obviamente, ahora mismo trabajan con todas las de la ley al menos en lo que respecta al grupo; eso no resta que están relacionadas con otras investigaciones por distintas demandas. No es difícil imaginar que hay dinero corriendo por donde no debe, la pregunta es ¿A dónde va a parar? Bernardo Macías, el hombre que crees responsable sufrió un infarto hace tres meses y las secuelas lo hicieron renunciar a su cargo en la Junta directiva, pero no creo que sea el único responsable. Además, la familia Macías en conjunto son los terceros mayores accionistas; deberías investigarlos a todos. Actualmente, hay al menos cinco Macías en diferentes niveles de la empresa; eso sin contar con el resto de involucrados que debe haber dispersos por ahí. —Se limitó a infórmale. —De todas formas, lo que pude encontrar para ti está en la USB, revísalo y dime si necesitas algo más. —Finalizó extendiéndole el dispositivo que en un abrir y cerrar de ojos sacó de uno de los bolsillos de su chaqueta.

—Y mientras tanto Grupo Urriaga y todos los relacionados con él se presentan como socialmente responsables para obtener más beneficios, pero voy a destapar uno a uno los peldaños de esa escalera; Yadira Mora era apenas el primero. Cada vez entiendo más porque Alfonso está muerto. —Enfatizó ella. Manuel tragó saliva, verla tan enfrascada en algo siempre le causaba cierto temor. Diana no sabía detenerse y eso no era bueno para nadie. En ese momento que ni siquiera estaba bajo su mando le era imposible controlarla y eso lo inquietaba. La conocía desde que era una novata y todavía conservaba el mismo ahínco que tenía entonces. —Tú tampoco me crees ¿cierto? —indagó ella viendo de reojo su gesto indiferente que en poco reflejaba lo que en realidad pasaba por su mente.

—Qué importa si lo hago o no, te voy a ayudar de todos modos. También Raquel y Jesús, ya nos tienes hasta el cuello en esto. —Manuel calló abruptamente intrigando a su acompañante; tras llevarse el cigarro encendido a la boca y exhalar el humo a través del vidrio abierto de su ventanilla, prosiguió. —Lo que no me gusta es que hayas renunciado tan escandalosamente. Molestar a los jefes nunca es bueno ¿Sabes?

—Tú eres un jefe —le recordó ella, mirándolo fijamente.

—¿Eres tonta o te haces? No me refiero a mí. —Espetó él haciéndola dar un gruñido rabioso; odiaba cuando pese a sus casi treinta años insistía en tratarla como a una niña. Así era él, tan ridículamente paternalista cuando le convenía que Diana se debatía entre el apego que sentía y la repulsión que le provocaba su ridículo sentido de la moral.

Sin embargo, no dijo nada; antes bajó molesta del auto y luego de recargarse en él, tiró al suelo el cigarro que había estado fumando para apagarlo con la suela de su bota y se dedicó a observar detalladamente la vista de la ciudad que le ofrecía el no planeado mirador que había quedado tras la construcción de la pequeña carretera ascendente donde se encontraban. En silencio, escuchó la otra portezuela cerrarse y en un segundo, tuvo a Manuel a su lado. Entonces, giró hacia él y se le puso enfrente. Sus pechos rozaron el torso masculino erizando la piel de ambos mientras le subía las manos hasta el cuello de la campera y se sujetaba a la prenda para atraerlo.

—¿Te tengo nervioso, Ruíz? —le cuestionó mordiéndose el labio y acercando su rostro al de él.




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