Bajo las cenizas

34. De mutuo acuerdo

A Adriana le produjo un cúmulo de sentimientos encontrados ir a la vieja casona de Ideas y soluciones creativas. Por un lado, recordaba la última vez que estuvo cerca y para lo que fue. El arrepentimiento por su pasado actuar volvió inclemente a molestarla y le costó dejar de pensar en que aquella mujer decidida a causar daño habitara en su interior. No obstante, era una parte de sí misma que intentaba aceptar en tanto aprendía la mejor forma de controlarla y usarla a su favor. Al mismo tiempo, se encontraba emocionada de visitar por primera vez el lugar donde trabajaban Daniel y su hermana, y que ya desde afuera se percibía como cálido y especial. Gaby le había dicho que esa casona tenía un aura mística.

<<Nunca te sientes sola cuando estás ahí. No importa que no haya nadie más a tu alrededor, siempre te da la sensación de estar acompañada.>> Le había comentado Gaby en una de sus tantas conversaciones, dando un toque de misterio a su afirmación a través de la inflexión de su voz y unos ojos bien abiertos. En pocas palabras, su hermana estaba convencida de que la propiedad estaba embrujada, pero que los fantasmas que la habitaban eran tan amables que cuidaban de quienes convivían con ellos.  

Era una locura, pero no juzgaría la sanidad mental de Gaby sabiendo que desde muy pequeña había mostrado una fascinación por el misticismo y lo sobrenatural. En cambio, ella era más práctica, solo creía en lo que sus sentidos podían percibir; aunque estos ya le habían fallado una vez cuando se creyó engañada por Daniel. Sin embargo, si algo aprendió fue que tampoco podía fiarse de primeras impresiones, y seguía aprendiendo a ir más allá de lo evidente. 

Antes de llamar por el interfono, respiró hondo. Eran las cuatro de la tarde; Gaby la había citado una hora después pues luego de terminar el turno, sus compañeras y ella habían acordado ir a tomar algo. Era temprano, pero considerando que dos eran madres de familia lo mejor era comenzar pronto para estar lo antes posible de regreso en casa con sus hijos. Mientras esperaba, sintió un electrizante estremecimiento. Estaba nerviosa pese a la disposición de Daniel por verla ahí; en su cabeza todavía rondaban los recuerdos de su anterior forma de convivir, una en la que él la apartó por completo de todo lo relacionado con su labor. Adriana nunca entendió su afán por dejarla afuera, fue hasta reencontrarse que comenzaba a hacerlo. Para él su trabajo era un mundo aparte en el que se abstraía hasta que lo demás en su vida perdía importancia y a pesar de parecer extremo, únicamente confirmaba lo complicado que resultaba para algunos conciliar el trabajo con la vida familiar. Nunca volvería a juzgarlo sabiendo que ella tenía la suerte de no estar sujeta a horarios y ser su propia jefa, además él ya había aprendido que esa forma de vivir podía acarrearle consecuencias desastrosas.  

Un par de minutos después y luego de que una dulce voz femenina le preguntó a través del interfono el motivo de su visita, la puerta se abrió para ella. Al entrar fue que comprendió lo que Gaby decía, adentro se respiraba un aire distinto. El patio interior propio de la arquitectura colonial era por sí solo maravilloso; tanto que no pudo evitar imaginarse capturando cada rincón que lo componía en bellas imágenes. Las plantas de todo tipo que lo adornaban eran apenas lo más evidente y lo que más le agradó, ella también adoraba el verde del que pintaban las viviendas. Pero los detalles que deleitaban la vista eran aún más; los adoquines del piso, los arcos que coronaban los pasillos que lo rodeaban, los vividos colores de los muros, el olor a madera vieja mezclada con el de las flores y el relajante sonido del agua fluyendo en la fuente de cantera cuya visión fue la primera que la recibió.

Tan ensimismada estaba disfrutando del mágico ambiente que la envolvió que no se dio cuenta que alguien ya estaba a su lado, mirando su gesto con especial agrado.

—¿Te gusta? —le preguntó esa voz que conocía tan bien, la misma que en las últimas semanas la había hecho suspirar más de una vez.

Al escucharlo, se giró para mirarlo con ojos rebosantes de afecto. Sonriendo se acercó a él, pero se guardó las ganas de abrazarlo; no quería afectar la imagen profesional que quienes trabajaban ahí seguramente tenían de él.

—Es maravillosa, ahora entiendo todo lo que Gaby me dijo. Si pudiera buscaría un lugar así para vivir, si como centro de trabajo es fenomenal me imagino que como hogar lo es aún más.

—Podríamos preguntarle a Juliana y a Hugo, ellos viven en la segunda planta.

—¿En serio? —cuestionó asombrada de que alguien decidiera vivir en el mismo lugar en el que trabajaba. En un segundo, la sorpresa dio paso a la vergüenza al recordar cómo se había comportado con la chica de cabello rosa en el evento empresarial donde se encontró con Daniel. —Fui muy grosera con ella, me va a dar pena verla ahora.

—Cuando la conozcas verás que es una joven muy especial y que seguramente no guarda ningún resentimiento —escuchándolo Adriana ladeó un poco la cabeza y achicó los ojos; no se sentía celosa, pero si especialmente intrigada porque muy pocas veces escuchó a Daniel darle ese tipo de reconocimiento a alguien. Al notar lo que debía estar pensando, él sonrió. —Te hablaré de ella después, ¿Sí? Ahora vamos a mi oficina, necesito contarte algo.

Para conducirla al lugar, Daniel posó suavemente la palma de su mano en su espalda guiándola en dirección a su destino, ante el indiscreto escrutinio de un par de ojos que ahogaban risas de complacencia al notar la cercanía entre ambos.




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