Bajo las cenizas

37. Siguiendo el rastro

Era tarde, un par de horas atrás el sol se había ocultado tras un breve atardecer; por lo que mientras conducía, Roberto únicamente pensaba en llegar a casa de sus padres, ducharse y meterse en la cama. El día había sido difícil, lo mismo que tratar con las personas con las que de una u otra forma tenía que interactuar en el trabajo. Era de esos momentos en los que le hubiera gustado vivir solo o tener a alguien en casa que le permitiera olvidarse de todo, en lugar de ir camino a encontrarse con su madre y sus cada vez más continuos reclamos por no darle a su hijo favorito lo que seguía pidiendo con asiduidad y el mayor de los cinismos. En las últimas semanas, Edgar había estado insoportable; sería su hermano, pero para Roberto significaba un verdadero dolor de cabeza, y su madre lejos de ayudarlo a controlar la situación únicamente se lo dificultaba más. Le era imposible no detestar a Edgar, tanto que a veces soñaba con que en verdad no fueran hermanos y poder partirle la cara sin remordimientos.

Tan ensimismado se encontraba en su propio agotamiento y cientos de cavilaciones que sumaban más al estado de desgaste que le pesaba en los hombros, que no se dio cuenta cuando un auto de policía comenzó a seguirlo. No fue hasta que vio por el retrovisor la luz de las torretas encendidas que llamó su atención. Rápidamente revisó la velocidad a la que manejaba pensando que eran agentes viales; no obstante, no había sobrepasado ningún límite, tampoco había cometido ninguna infracción de tránsito, así que se tranquilizó pensando que era una casualidad. Sin más, continuó avanzando y viendo de vez en cuando las luces que seguían detrás de él. No le importó, seguramente estaban patrullando.

La calma le duró unos minutos más, pues cuando circulaba por una zona residencial flanqueada por muros, el par de sonidos cortos y fuertes que emitió la sirena del auto que lo seguía fue un claro aviso para que se hiciera a la orilla y detuviera su vehículo. Roberto no pudo menos que maldecir su suerte cuando luego de ignorar la advertencia un par de cuadras, el estridente sonido nuevamente rompió la calma nocturna, obligándolo a obedecer. Molesto por el inconveniente, estacionó y apagó el motor en tanto observaba como un oficial bajaba y se aproximaba a su ventanilla. Su sorpresa aumentó al ver que no era un agente vial sino un policía.

—Buenas noches —saludó el hombre con la mano recargada en la unión de la puerta del conductor con el techo del auto, y asomándose al interior de este.

—Buenas noches, oficial. Disculpe, pero ¿Podría decirme por qué me hizo detenerme?

—¿Por qué no mejor baja del vehículo?

—¿Y por qué haría eso? —Roberto se obligaba a parecer tranquilo, pero sabía de antemano que aquello era completamente arbitrario, así que no podía evitar ponerse a la defensiva.

—Hágalo. Solo es una revisión. —El tono inquisitivo del oficial lo hizo tragar saliva; por algún motivo había decidido ensañarse con él y no lo dejaría ir tan fácilmente.

Una vez más, maldijo su suerte mientras impotente, apretaba el volante hasta que sus nudillos se pusieron blancos. Se tomó un par de segundos antes de resoplar y hacer lo que se le exigía. Apenas estuvo abajo, buscó ver la placa de la patrulla y cualquier otro dato que le sirviera; presentía que lo iba a necesitar después. No obstante, no pudo ver mucho porque el cuerpo de una mujer se atravesó en su ángulo de visión. Con marcado recelo, la observó de pies a cabeza; no llevaba ningún uniforme, y con su estatura, apenas le llegaba al pecho. Aunque era joven, tenía una mirada tan dura e impenetrable que le provocó un escalofrío. Sus oscuros ojos clavados en él lo hicieron mirar a otro lado.

—¿Roberto Medina? —El que supiera su nombre lo hizo mirarla de nuevo con cierto sobresalto. —Claro que es usted, ¿puede acompañarme?

—¿A dónde y por qué? —cuestionó de forma hostil. A Diana su actitud le desagradó, odiaba cuando le ponían las cosas difíciles.

—No se lo pediré dos veces —le advirtió, y antes de que Roberto pudiera reaccionar ya tenía al oficial que lo detuvo encima; de un brusco movimiento, este lo empujó hasta ponerlo de frente contra su auto en tanto Diana le esposaba las muñecas a la espalda.

—¿Es en serio? ¿Quieren meterse en problemas? ¡No hice absolutamente nada! —rugió alterado y con el pecho subiendo y bajando al ritmo de su agitada respiración.

—Tranquilo, Medina. Solo queremos hablar con usted. —El tono cínico de Diana únicamente incrementó su enfado, más cuando sus manos pequeñas e impertinentes comenzaron a recorrerle los costados para bajar palpando por sus caderas y muslos. Intentó moverse, pero el policía seguía sujetándolo por la espalda contra el auto.

—¿Qué hace? ¡No estoy armado! —pidió sintiendo un estremecimiento para nada agradable.

—Es de rutina, no se ponga nervioso. Además… —dejó en suspenso sus palabras. Tocó su hombro y le habló cerca del oído —. No creo que sea la primera mujer que lo toca.

—Una mujer como usted no me pondría nervioso —aseveró una vez que el policía lo obligó a girar para estar de frente a la mujer. Ella le sonreía con burla y eso únicamente aumentó su indignación; lo único que le restaba era forzarse a disimular control y para eso siguió hablando. —Pero sí lo hacen las esposas que me puso sin razón, así que más le vale que me deje ir ahora. Usted no trae uniforme, pero su compañero sí… ¿De verdad quiere meterlo en problemas?




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