Después de dos años, Daniel no creyó volver a ese sitio en el que había vivido logros que lo enorgullecieron y sufrido grandes pérdidas. No obstante, la vida nunca terminaba de dar vueltas y ahí estaba otra vez, en las oficinas centrales de Grupo Urriaga. El día anterior había recibido una llamada directo de Carolina Sandoval, la representante legal corporativa del grupo empresarial. Él la conocía bien, ambos le habían dedicado gran parte de su vida laboral a la misma empresa; de todas formas, presentía que eso no haría el encuentro más agradable.
Ya Ignacio se lo había advertido, cuando juntos revisaron una y otra vez el artículo que publicaría la revista en la que el reportero colaboraba. Sacudir el polvo a asuntos enterrados irremediablemente te ensuciaba. Luego de que la nota se dio a conocer a la opinión pública, Daniel había recibido varias llamadas; no todas fueron gratas, pero muchas otras significaban el apoyo que no obtuvo luego del escándalo empresarial. Como consecuencia, a Grupo Urriaga le había sucedido algo similar. Pese a que el artículo no lo mencionaba, para cualquiera del medio era fácil inferir a quién se refería la figura de la empresa que con poca ética había subsanado sus errores despidiendo a un solo hombre ante el claro error, negligencia y posible corrupción de muchos más.
Antes de entrar respiró hondo, era de esas pocas veces en que no quería pensar en lo que encontraría dentro ni intentar anticipar sus propias reacciones. Simplemente quería dejar fluir; estaba consciente de que era un actuar riesgoso, pero se sentía cansado del tema y solo esperaba darle el cierre que debió tener dos años antes, para poder seguir disfrutando su vida junto a Adriana.
La gente que vio al ingresar era distinta a la que en otro tiempo lo saludaba con excesivo formalismo y lejanía; en realidad, fueron muchos los rostros que le resultaron desconocidos y los que fueron familiares, cruzaron solo una mirada y un asentimiento a modo de saludo. Los que habían convivido más con él, se acercaron a saludarlo y entablar una pequeña conversación. Al menos le quedó claro que haber actuado acorde a lo que consideraba correcto y humano mientras estuvo ahí, dejó buena impresión y agrado en quienes colaboraron de cerca con él. Una de las que no dudó en ir a saludarlo al enterarse de que estaba ahí fue Carmen, la que fuera su secretaria por algunos años y que seguía ocupando el mismo puesto.
—Me da gusto ver que se encuentra bien, licenciado —le dijo la mujer tras darle un cariñoso abrazo.
—Carmen, puedes decirme Daniel. Ya nada te obliga a otro trato, y siempre fuiste quien más me apoyó en este lugar. Te estoy muy agradecido por eso. —Su respuesta la hizo sonreír complacida.
—Bueno, Daniel, fuiste el mejor jefe que tuve así que siempre te tendré el mismo respeto.
Ambos se dedicaron una amplia sonrisa antes de que la asistente de Carolina fuera a buscarlo. Carmen se había escabullido de su lugar de trabajo para ir a su encuentro, así que no podía estar mucho tiempo.
—Deséame suerte una vez más, Carmen —pidió respirando hondo en tanto su gesto afable era sustituido por una notable inquietud. No se arrepentía de haber iniciado aquello, era momento de dejar las sombras; no obstante, se sentía fuera de lugar. Lo que por tantos años fue su entorno, se había transformado en un espacio desconocido y amenazante.
—Sé que la tendrás, no los dejes ganar esta vez. Quienes trabajamos contigo sabemos que lo que sucedió no fue entera tu responsabilidad. —La afirmación de Carmen le renovó el ánimo.
Daniel le agradeció en silencio antes de despedirse y seguir a la joven que lo esperaba. La asistente lo condujo hasta la elegante y amplia oficina de Carolina. Sin duda, el ambiente iba acorde a la mujer que trabajaba ahí y que representaba a la empresa. A sus más de cincuenta años, era la viva imagen de una dama distinguida y una profesionista capaz; no en vano era de las figuras más difíciles de reemplazar en Grupo Urriaga. Al verlo, lo saludó con la misma cortesía y amabilidad que siempre estuvo presente entre ellos. Acto seguido, lo invitó a tomar asiento junto a ella en el cómodo sofá que era parte del mobiliario. Por su parte, ella se acomodó en el acojinado sillón que quedaba enfrente.
—Te agradezco que hayas aceptado venir hasta aquí, Daniel. Sé que no debe ser fácil para ti —comenzó con tono elocuente y bien modulado, en tanto su perfume saturaba el espacio entre ambos. Por alguna razón, Daniel se distrajo un poco con la discreta, pero costosa joyería que lucía en su dedo anular, cuello y muñecas; antes de devolverle la mirada.
—Al contrario, Carolina. Que seas precisamente tú con quien tenga que discutir este asunto es algo que aprecio; y si bien no es fácil, el tiempo suaviza el efecto de los lugares y las personas sobre nosotros.
—No has dejado de ser el chico sabio que conocí hace bastantes años.
Él sonrió por lo bajo, frotando sus palmas y entrelazando los dedos antes de responder.
—Para nada, hay mucho que apenas estoy empezando a comprender.
A Carolina no le pasó desapercibida la melancolía en su voz y en la expresión dibujada en su rostro, si algo sabía era interpretar los gestos mudos que componían el lenguaje no verbal. Por un largo rato, ambos hablaron de temas que les permitieron relajar el ambiente; esa era la especialidad de Carolina, y Daniel la conocía bien. Era capaz de envolverte con sus palabras hasta hacerte creer lo que dudabas y prometer hacer lo que no querías. Irremediablemente, llegó el momento incómodo.