Ese mismo viernes, Daniel y Adriana partieron rumbo a Arandas en el auto de él. Eran cerca de las seis de la tarde cuando salieron de la ciudad por lo que el trayecto de dos horas de viaje por carretera los tendría llegando al poblado pasadas las ocho de la noche. Su plan era pasar ahí la noche y volver para el sábado a la misma hora, o tal vez y dependiendo de cómo fluyera todo, permanecer hasta el domingo en la mañana. Pese a que Adriana tenía trabajo agendado para el fin de semana, no era nada que otros fotógrafos no pudieran realizar de forma adecuada, por lo que una compañera iría en su lugar. El plan no podía fallar. No obstante, ambos se sentían un tanto intranquilos por diferentes motivos sin que eso les impidiera disfrutar del camino. A ella siempre le había gustado viajar por carretera, y él agradecía tenerla a su lado en esa visita que llevaba bastantes años postergando.
Arandas era una ciudad pequeña, por lo que llegar daba esa sensación de estar adentrándose a un pueblo estacionado en el tiempo. Las estrechas calles que los recibieron tenían la vida nocturna de uno; personas caminando tranquilamente, jóvenes en el centro disfrutando de la mutua compañía y las luces tenues de los faroles alumbrando los callejones, pequeños negocios y casas sencillas. El hogar paterno de Daniel se encontraba cruzando la ciudad, era una propiedad construida en un amplio terreno bardeado que guardaba además un bien cuidado jardín que la rodeaba. Tenía un solo piso donde se albergaban cuatro habitaciones junto a las demás áreas comunes; la tranquilidad que la envolvía era innegable y los recién llegados se sintieron reconfortados pese a no saber qué esperar de quienes la habitaban. Maribel los recibió en la puerta principal una vez que cruzaron la entrada y avanzaron por el sendero hasta ella.
Al verla, Adriana pensó en lo bonita que se veía; los años parecían sentarle realmente bien, igual que a Daniel, era innegable el lazo sanguíneo y la genética que compartían. Aun así, tragó saliva al tenerla enfrente, su primer encuentro no había sido agradable y era difícil borrar las primeras impresiones sin ninguna convivencia posterior. Sin embargo, apenas la tuvo cerca, Maribel la saludó y abrazó afectuosamente sin que ella pudiera negarse a corresponderle. El recibimiento la sorprendió gratamente, los años además de belleza le habían agregado calidez a su carácter; o quizás, estaba demasiado agradecida porque su hermano aceptara ir a visitar al padre de ambos. Para Adriana no importaban mucho sus motivos mientras aquello terminara en una convivencia pacífica, más que por ella por su esposo, al que había percibido tenso desde poco antes de llegar.
—¿Ya cenaron? —preguntó cortésmente su anfitriona en tanto los conducía a la habitación que había preparado para ellos.
—Sí, lo hicimos en un restaurante al llegar. No queríamos causarte problemas —se apresuró a responder Daniel. A su lado, Adriana lo miró preocupada, su incomodidad lejos de disminuir parecía ir en aumento.
—No es ningún problema, en realidad había preparado la cena para ustedes. Pero no importa, deben estar cansados —convino con condescendencia la mujer, abriendo para ellos la puerta de la alcoba de huéspedes y entrando detrás de sus pasos.
—¿Y él? —Daniel tragó saliva al emitir el cuestionamiento, en tanto ponía su bolso de viaje y el de Adriana en la cama.
—Ahora duerme, no puede mantenerse despierto hasta tarde los días que le toca la diálisis.
—¿Diálisis? ¿Tan mal está? —La noticia lo sorprendió, aunque sabía de las afecciones renales de su padre, Maribel nunca le dijo que hubieran empeorado a tal grado.
—Te lo dije Daniel, no es un hombre joven y está enfermo. —Maribel guardó silencio un instante y luego se obligó a sonreír. —Pero hablaremos mañana, por ahora los dejo para que puedan descansar.
Una vez que ella salió, Adriana miró a Daniel; lo dicho por Maribel lo había afectado lo suficiente para que pudiera percibirlo en su gesto contraído. Incapaz de más, se abrazó a él en una muda muestra de apoyo.
—Todo saldrá bien —aseguró tras largos segundos.
—Lo sé —exclamó suspirando y correspondiendo al abrazo de su mujer.
La corta respuesta siguió a una charla ligera antes de dormir. Ambos estaban agotados y no tardaron en dejarse vencer por el cansancio. Desafortunadamente, para Adriana era difícil habituarse a una cama que no fuera la suya o la de Daniel, y despertó sobresaltada en la madrugada. Sin lograr recuperar el sueño, abandonó el lecho al ver que el hombre a su lado continuaba profundamente dormido y se atrevió a salir de la habitación rumbo a la cocina. Moría de sed, y rogaba no importunar a ninguno de los moradores de la casa con su pequeña incursión nocturna. Sigilosa, avanzó y creyó que tendría que sortear la oscuridad hasta su destino, por lo que se sobresaltó al acercarse y ver la luz encendida. Dudó un poco en seguir; pero al final lo hizo únicamente para encontrarse con su cuñada sentada a la mesa con expresión ausente, mientras contemplaba la taza vacía que sostenía entre las manos.
—Adriana —exclamó saliendo de pronto de sus cavilaciones ante la presencia de su invitada.
—Lo siento, Maribel. No quería molestarte, es solo que desperté y tengo mucha sed.
—No te preocupes, pasa. Enseguida te sirvo agua —ofreció levantándose de su asiento para hacer lo dicho en tanto Adriana se sentaba en la otra silla. —La verdad me da gusto tener la oportunidad de agradecerte. —Las palabras que Maribel pronunció al darle el vaso con agua la confundieron.