Bajo las cenizas

41. Enfrentar los propios actos

El viaje a Arandas resultó en un fin de semana de reencuentro familiar que les dejó tanto a Daniel como a Adriana una sensación de alivio y calma. Una vez que regresaron, fueron directamente a la casa de ella y esa noche decidieron seguir durmiendo juntos. Ambos habían mudado cada uno al hogar del otro lo necesario para quedarse ahí si les apetecía, desde ropa hasta toda clase de artículos de cuidado básico. En el fondo y aunque todavía no se atrevían a exteriorizarlo, cada vez les resultaba más difícil despedirse al caer la noche o no verse por un día entero. La cotidianidad que habían compartido fue llenando su rutina de a poco para dejarlos saborear ese nuevo comienzo.

Faltando poco para que se fueran a dormir, Adriana recibió un mensaje de texto que la dejó helada. Era de Roberto y le pedía verla con una urgencia que la alarmó. Preocupada, miró a Daniel que salía después de darse un baño.

—¿Qué pasa, amor? —le preguntó al ver la contrariedad plasmada en su rostro.

—Es Roberto, me envió un mensaje.

Adriana sabía por Daniel que era probable que Roberto hubiera tenido que ver con lo sucedido en Grupo Urriaga; aunque para tranquilidad de ella había decidido no revelarle todos los detalles hasta no tener más noticias sobre la investigación de Diana.

—¿Qué quiere?

—Verme, dice que quiere hablar conmigo de algo urgente... ¿Crees que sea algo relacionado con Grupo Urriaga? —A Adriana no se le ocurría ningún otro motivo; desde la noche que Roberto la vio con Daniel, le había dejado claro que no volvería a buscarla con otro tipo de interés.

Daniel miró el reloj digital en la mesita al lado de la cama, pasaban de las nueve de la noche; sin embargo, compartía con su mujer la misma inquietud por ese mensaje y lo que lo motivaba. Sin perder más tiempo, le pidió esperar en tanto llamaba a Diana. Ella le relató brevemente su encuentro con Roberto y lo instó a aceptar la reunión que solicitaba. La seguridad de la exagente no lo convenció del todo; conocía poco a Roberto por lo que le era difícil anticipar sus intenciones, así que le pidió a su interlocutora que fuera a la casa de Adriana. Acto seguido, le dijo a esta que citara a Roberto una hora después. No estaba seguro de que aquello fuera una buena idea, pero no iba a desperdiciar la oportunidad de saber más acerca de las personas implicadas en los malos manejos del corporativo, y Roberto era una pieza clave para eso.

Media hora después, el sonido del timbre les avisó de la llegada de alguien. Era Diana; enseguida, Daniel se la presentó a Adriana. A esta no le agradó para nada, su trato rudo y modales burdos eran bastante desagradables; no obstante, poco le importaba si le ayudaba a Daniel a limpiar su nombre y él parecía confiar en ella. Juntos hablaron un poco de la situación, Adriana ignoraba que Roberto estuviera tan implicado y aún menos imaginaba que él fuera quien puso a Yadira en el camino de Daniel.

—¿Él era quién estaba con esa mujer en tu oficina? —le cuestionó a su esposo visiblemente alterada y maldiciéndose por haberse permitido confiar en el hombre que tan activamente había participado en su desgracia al grado de intimar con él.

—No, amor. No era él. Lo que esa mujer hizo fue por iniciativa propia. —Los ojos de Daniel le dieron un poco de seguridad y calma; aun así, no bastó para que dejara de sentirse abrumada con lo recién descubierto.

—¿Por qué no se calma, señora? —pidió Diana mirando la interacción de la pareja.

—¡¿Cómo quiere que me calme?! —La participación de la exagente no fue bien recibida por Adriana que, a esa altura, ya no se sentía capaz de enfrentar a Roberto. —No quiero verlo, querido. Le diré que no venga…

—Sé que es difícil, pero si en alguien confía él es en usted —intervino nuevamente Diana antes de que Daniel pudiera hacerlo, algo que él no agradeció y le valió a ella una mirada de reproche de su parte; ella lo ignoró y prosiguió. —Estoy casi segura de que si decidió contactarla fue para confesarle lo que necesitamos saber. No podemos desaprovechar esta oportunidad. Los culpables no suelen tener mucha disposición de hablar. Si quiere ayudar a su esposo, este es el momento en que puede hacerlo. —Pese a la tensión, sus palabras surtieron efecto en Adriana. Todavía aturdida, se esforzó en respirar hondo varias veces hasta calmar los fuertes latidos de su corazón que ya le golpeteaban en los oídos.

—Solo no me dejes sola —rogó a su esposo. Por supuesto, él no pensaba hacerlo.  

El auto de Roberto estacionó frente a la casa de Adriana a la hora acordada. Daniel y Diana habían tenido en bien dejar sus propios vehículos lo suficientemente lejos para que él no los viera, por lo que no sospechó de su presencia hasta que tocó la puerta. Primero, la acritud que percibió en la mujer que en otro tiempo se deshacía en beneplácito hacia él le dijo que no era bien recibido. Luego cuando ella le dio el pase a su casa con la actitud sombría que únicamente incrementó sus dudas, se encontró con que no estaba sola.

Daniel la acompañaba y verlo lo hizo tragar saliva; mientras que una intempestiva opresión en el pecho estuvo a punto de hacerlo desistir de su propósito original. Desde que Diana lo confrontara, había estado dándole vueltas al asunto y decidió intentar resarcirse haciendo lo correcto. De la abusiva mujer no quería saber nada, pero pensó que Adriana podía ser un buen puente de comunicación entre Daniel y él. No obstante, al tenerlo enfrente, todo lo que imaginó que podía decir para explicar sus actos se le vino abajo y le pareció poco.




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