Bajo las cenizas

42. Amenaza

En la vida se convive con gente diversa; alguna resulta agradable, otra insoportable por motivos que a veces ni siquiera se pueden explicar. Con ciertas personas se tiene esa química que produce conversaciones fluidas, ratos inolvidables y hasta enamoramientos. Por otro lado, también están aquellas que provocan emociones difíciles de lograr por cualquiera como la admiración nacida de comportamientos, modos de actuar, palabras e incluso gestos que para quien los percibe son importantes y representan un modelo a seguir. Para Daniel, esto último y el respeto eran lo que definía su sentir hacia Abel Macías, él era el hombre al que aspiró por mucho tiempo a parecerse.

Desde su llegada a Grupo Urriaga, entre ambos se había creado un vínculo estrecho detonado por una mutua simpatía y reconocimiento, pese a que uno pertenecía a una familia importante en el ámbito y era de los altos directivos, en tanto el otro apenas iba comenzando su carrera en el corporativo. Abel confió en su talento y capacidad desde un principio, algo que ni siquiera su padre hizo. El apoyo que le brindó fue innegable; gracias a él en poco tiempo pudo ascender lo suficiente para aspirar a ocupar la dirección general que con los años le ofrecieron, y fue por recomendación suya que la obtuvo. Eso le valió que sin importar lo mucho que se esforzó, otros lo consideraran incapaz; para sus detractores no era más que el protegido del hombre más valioso del grupo empresarial. Por otro lado, para Daniel el nombre del que consideraba un mentor era sinónimo de integridad y valores; su propia forma de ser y comportarse en el ámbito laboral se conformaba en gran parte de lo que aprendió trabajando a su lado y que con el tiempo fue integrando en su forma de conducirse.

Por eso y más, lo descubierto calaba hondo, tanto que dolía. Saber por boca de Roberto que Federico Rentería era de quien había recibido órdenes únicamente le dijo que quien realmente había liderado la corrupción que provocó el escándalo empresarial fue Abel Macías. Federico pese a ser astuto no era un hombre que actuara de esa forma por iniciativa propia, sino que era el digno representante de los que están dispuestos a seguir a otro lealmente si con eso obtienen beneficios; y Abel era ese otro, Federico era su hombre de confianza. A él por otro lado le costaba entender lo que motivó a alguien como el expresidente del corporativo a romper las reglas y olvidar esa férrea ética que tanto lo impresionó cuando lo conoció. Que cierta le pareció la afirmación de que nunca se termina de conocer a las personas; aunque deseaba comprender sus decisiones y actuar cuestionable. El hombre al que tanto había admirado no era uno al que la ambición cegara, de eso estaba seguro.

Por otro lado, le pareció todavía más difícil que Grupo Urriaga aceptara reabrir la investigación interna, y de hacerlo, era un hecho que no sería para poner la cabeza de Abel en una bandeja. La familia Macías controlaba casi por entero el corporativo y, además, Abel Macías tenía tiempo sin aparecer en su organigrama; había renunciado a su cargo de presidente cuando se adentró por entero en su carrera política y logró ganar una diputación. En ese momento, era uno de los candidatos a la gubernatura de uno de los partidos importantes, lo que lo hacía todavía más intocable.

Daniel ocupó tardes enteras en pensar si seguir o detenerse, también lo habló con Adriana y Diana. Esta última le confirmó lo que ya suponía: Federico Rentería y más todavía Abel Macías estaban completamente blindados. Era muy difícil rastrear el dinero que seguramente recibieron por la entrada al corporativo de las empresas que de otra forma habrían sido rechazadas por este. Aún así, Diana quería seguir y que al menos uno de los dos cayera; Federico era su mejor opción y presentía que también el más involucrado en la muerte de su padre. Abel Macías tal vez era inalcanzable, pero Federico no y para eso era imprescindible que la investigación en el grupo empresarial al que todavía pertenecía fuera aprobada mientras ella hacía lo propio por fuera. Luego de meditarlo mucho, Daniel aceptó su propuesta.

Sin embargo, tuvieron que esperar un mes entero para que recibiera la llamada de la asistente de Carolina citándolo nuevamente. Contra todo pronóstico, la nueva investigación había sido aprobada por la Junta directiva y los accionistas; estos últimos en especial estaban interesados en aclarar el asunto que luego del artículo de Ignacio había vuelto a causar revuelo en todos los niveles al replicarse por otros medios. La segunda reunión que Daniel tuvo con Carolina no fue tan afable como la primera; como representante legal ella no estaba sola y él tampoco, un abogado recomendado por Ignacio lo acompañaba así que el ambiente era más lejano y poco cálido. No obstante, se cumplió el objetivo y Grupo Urriaga volvería a investigar lo sucedido.

Daniel solo esperaba que sirviera para que los verdaderos responsables e involucrados salieran a la luz, o de lo contrario, nuevamente sería él quien resultaría señalado. Poco le importaba, ya había perdido su carrera y en ese momento, estaba en lo que consideraba el mejor punto de su vida. Tenía un trabajo que lo satisfacía y lo más importante, la mujer que amaba y había elegido para compañera había vuelto a su lado; incluso se había reconciliado con su padre. No podía pedirle más a la vida. Pero es precisamente cuando no se puede pedir más, que la idea de perderlo resulta más devastadora. Lo recordó una tarde al acabar su turno y encontrarse al salir de la casona de Ideas y soluciones creativas con un auto de lujo y reciente modelo que esperaba por él. Apenas estuvo en la acera, el ocupante del asiento de atrás bajó la ventanilla para hablarle. Era Federico Rentería.




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