Bajo las cenizas

44. Al filo del peligro

Esa noche, Diana hizo una visita más. Tampoco fue bien recibida por Daniel, pero confiaba poco en las llamadas telefónicas cuando se trataba de dar o recibir información importante, y ya estaba acostumbrada a que su presencia fuera indeseable. En realidad, no recordaba la última vez que alguien se alegró de verla. Probablemente el único para el que su compañía resultaba medianamente grata era Manuel. No le importaba mucho, ella tenía objetivos e iba a cumplirlos. Esa era su filosofía y lo que le permitía seguir. Si se ponía a pensar en las carencias de su vida, ya se habría pegado un tiro y tenía pocas ganas de morirse.

De todas formas, intentó hacer breve su estadía en la casa de Daniel. Contrario a lo que los demás pensaban no le agradaba importunar más de lo necesario. Únicamente le dio indicaciones de la información que los ingenieros que trabajaban con él, y que les habían proporcionado el software espía, tenían que buscar en la computadora personal de Federico Rentería una vez que lo instalado comenzara a funcionar. Después de eso y faltando poco para la medianoche, llegó al cuarto que alquilaba y durmió tranquila, algo que no sucedía muy a menudo.

Los siguientes días los dedicó a seguir indagando detalles sospechosos en la vida tanto de Federico Rentería como de Abel Macías. Fue el martes siguiente cuando los estragos del cansancio comenzaron a hacerle mella y decidió volver a su pequeña pieza más temprano de lo que acostumbraba. Eran las cinco de la tarde, en poco tiempo las grandes avenidas y periféricos estarían desbordados de autos; y lidiar con el tráfico le resultaba una pésima idea. Condujo tranquila por algunas calles hasta que, al salir a la avenida principal, observó por el retrovisor como una camioneta pickup se posicionaba detrás de ella. Le costó muy poco tiempo y maniobras notar que la seguía, así que detalló lo más que pudo el vehículo.

—Llama a Ruíz —pidió al asistente de voz de su móvil en tanto su corazón comenzaba a bombear frenéticamente, sus músculos se tensaban y los sentidos se le agudizaban en un continuo estado de alerta.

El hombre le respondió enseguida, algo que ella agradeció pues no pasaba a menudo. El que lo hiciera significaba que seguía en funciones y no en su casa.

—¿Qué pasa, Diana?

—Me están siguiendo.

—¿Estás segura?

—Sí, he cambiado de rumbo varias veces y sigue detrás. Es una pick up negra, silverado, tal vez 2010 o 2012, vidrios polarizados. No logro ver la placa.

—Maldita sea, Diana. ¡Te lo dije! —exclamó exasperado y nervioso.

—¡No es momento de regaños, necesito ayuda! —La respiración de Diana ya estaba tan alterada como el resto de su cuerpo, pero eso no le impedía pensar claramente.

—¿Estás armada?

—Sí.

—Entonces prepárate y envíame tu ubicación en tiempo real. Enseguida salgo para allá con López y Rodríguez.

De inmediato obedeció, agradecía tener el soporte para el móvil en el tablero de su auto y el asistente de voz porque apenas lo hizo, vio como la camioneta aumentaba la velocidad para adelantarla por el carril a su derecha cuando el tráfico vehicular se lo permitió. Acto seguido, volvió a cambiarse de carril algunos metros adelante. Ella desaceleró justo para ver como sus perseguidores frenaban intempestivamente unos segundos después, aprovechando que varios autos circulaban al lado cerrándole el paso y otros más estaban detrás de ellos. Diana los imitó y detuvo el vehículo mientras el tiempo se congelaba a su alrededor. Los vehículos detrás comenzaron a usar el claxon sin enterarse de lo que sucedía, pero lo único que ella escuchaba era la voz de Manuel silenciada por el atronador palpitar de su corazón y su respirar. A esa altura, ya estaba hiperventilando. En un instante, de la camioneta descendieron tres hombres armados desde el lugar del copiloto y las portezuelas de atrás de la doble cabina.     

—¡Se detuvieron para cerrarme el paso! Son cuatro con el conductor.

Al otro lado de la línea, el hombre seguía en llamada y ya había salido de prisa junto a los otros dos del local de comida donde habían estado. Uno de sus compañeros se encargó de conducir a toda velocidad siguiendo las indicaciones de la aplicación de búsqueda de ubicaciones, en tanto Manuel le pedía al otro preparar su arma y él hacía lo mismo. Tenía a Diana en altavoz por lo que los tres escucharon el alboroto que siguió a las palabras de la mujer. Manuel pocas veces había sentido tanto miedo y angustia pese a los muchos años que llevaba sirviendo como agente del Ministerio. Fue dándose cuenta del peligro que Diana enfrentaba que tuvo que aceptar lo mucho que la quería. En silencio, la maldijo por habérsele metido así en las venas cuando ni siquiera estaba seguro de poder protegerla.

Lo siguiente sucedió en pocos segundos. Diana miró el ancho camellón que flanqueaba su lado izquierdo y a lo largo del cual había varios árboles apostados, también el auto detrás de ella que prácticamente no le dejaba espacio. A su derecha los vehículos seguían circulando uno tras otro por lo que no era una buena ruta de escape, y de usarla era seguro que esos hombres abrieran fuego contra ella sin importarles matar a alguien más. Sus ojos frenéticos escanearon el entorno mientras su cerebro trazaba todas las posibilidades y veía a sus perseguidores aproximarse.

No era la primera vez que Diana se enfrentaba a la muerte y tal como lo hizo entonces, no se la pondría fácil. Sin perder tiempo, puso la reversa y aceleró hasta chocar y empujar en su camino a quienes estaban detrás. Lo hizo únicamente para que le fuera posible girar a la izquierda y pasar al otro lado completamente despejado de la avenida por el espacio que dejaban libre un par de árboles jóvenes que tuvo que tirar en su huida. Era seguro que varias partes de su auto incluyendo los amortiguadores resintieron su atropellado paso por el camellón, así que agradeció que el motor siguiera encendido mientras se ponía en marcha luego de dar la vuelta en U.




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