Los caminantes que transitaban por la acera que se extendía a los pies de la vieja casona del céntrico barrio sentían que al pasar alguien los observaba desde los ventanales o que un suave murmullo a veces acariciaba sus oídos provocando que se les erizara la piel. Por otro lado, a quienes trabajaban y vivían entre sus muros les quedaba claro que ese lugar de arquitectura colonial en el que varias generaciones dejaron impresas sus alegrías y desdichas, amores y amarguras, sabores todos del peregrinar de una vida terrenal, latía de forma incomprensible para su mente, provocándoles una extraña sensación que lejos de atemorizarlos les causaba la seguridad de un manto protector que los envolvía.
Por eso, Yuly y Hugo no dudaron ni un segundo en abrir la puerta justo después de escuchar la detonación, aunque solo fue para encontrar a Daniel junto a Adriana tendidos en el suelo y cubiertos de rojo carmesí. Un hombre apostado en los escalones de la entrada cruzó con ellos una gélida mirada que los hizo estremecer, no pudieron ver más debido al casco de motocicleta que le cubría el resto del rostro.
El objetivo del desconocido no era ninguna de las otras tres personas que encontró junto al hombre al que debía arrancar la vida, pero tampoco podía detenerse por daños colaterales y sus órdenes fueron simular un asalto, así que apretó el gatillo apuntando a la cabeza de su víctima. De los otros se encargaría uno por uno para no dejar cabos sueltos. Sin embargo, la puerta de la vieja casona ya había sido abierta y lo que vivía ahí podía asomar para crear casualidades. Él lo ignoraba y por eso no supo lo que sucedió cuando la bala destinada a cegar una vida no emergió del cañón de su arma. Maldiciendo, accionó la corredera un par de veces tratando de destrabar el mortal artefacto sin obtener resultados.
Tan concentrado estaba en lograr su objetivo que no prestó atención al grito de alerta de su cómplice, que lo llamaba angustiado al verse de pronto rodeado por el par de camionetas pick up que llegaron intempestivamente para frenar en medio del agudo chirriar de los neumáticos. De uno de los vehículos descendieron de prisa cuatro personas, dos se fueron sobre el conductor de la motocicleta mientras que los otros libraron corriendo la distancia que los separaba del agresor armado.
Diana fue la primera en llegar. Lo jaló por el cuello de la ropa y acto seguido, golpeó con sus rodillas detrás de las de él para terminar empujándolo hacia adelante. El hombre cayó de estómago. Enseguida, le puso la rodilla en la espalda y se aseguró de desarmarlo antes de que Manuel llegara a su lado para colocarle las esposas y terminar de neutralizarlo.
Los hombres que arribaron junto a ellos eran los que antes participaron para salvar a la exagente de quienes la perseguían con el mandato de matarla. Afortunadamente para ella, fue una suerte que en el momento en que pidió ayuda se encontraran hacia la dirección que tomó en la desesperada huida de sus perseguidores, así que tardaron poco en encontrarse. Otros agentes a los que uno de los que acompañaba a Manuel contactó se les unieron en un cruce de avenida donde, al verse superados, los agresores intentaron escapar sin lograrlo. El fuego cruzado fue mínimo y nadie resultó herido, por lo que tras esperar a otros compañeros que se encargaron de llevarse arrestados a los implicados, Diana le pidió a Manuel que la acompañara a asegurarse de que Daniel estuviera a salvo. Un punzante presentimiento le dijo que, si habían intentado acabar con ella, harían lo mismo con él y por eso lo llamó poco antes de que recibiera el disparo. Al parecer, los motivó el anuncio que Grupo Urriaga realizó sobre la inminente reapertura de la investigación interna.
Sin perder tiempo, otro de los agentes pidió una ambulancia que en pocos minutos estuvo en el lugar. Como Daniel seguía consciente, atendieron primero a Adriana pues les preocupaba la cantidad de sangre que había perdido, su estado era crítico. Después, ambos fueron trasladados al hospital. Al final, quedaron Diana, Manuel y los dos agentes que lo acompañaban a él junto a los dos jóvenes testigos. Perturbada, la exagente se llevó las manos a la cabeza en señal de frustración.
—Ruiz. ¿Puedes ponerle protección a Daniel y a su esposa? —sus ojos oscuros se clavaron en los del hombre. —Si intentaron silenciarlo, no se van a detener —sentenció frenética.
La respuesta no llegó de inmediato. El hombre esquivó su mirada y finalmente, la tomó por los hombros para intentar tranquilizarla.
—No puedo hacerlo sin una orden. —La expresión de Manuel se tornó en verdadera congoja. —Ya es mucho lo que tengo que explicar por haber usado a otros agentes y recursos para protegerte… ¡Maldición, niña tonta, creí que te perdería!
Sin importarle que no estuvieran solos, permitió a sus brazos rodear los hombros de la joven mujer y hundió el rostro en su cuello, eliminando cualquier espacio entre los dos.
—Gracias a ti no me mataron —dijo ella con sus manos aferradas a la espalda de su amante. —Ahora necesito protegerlos a ellos. Ayúdame… Por favor… Manuel.
Era la segunda vez que la escuchaba llamarlo por su nombre y por eso la impotencia fue más devastadora.
—Lo lamento. Puedo quedarme con ellos esta noche, ahora mismo voy al hospital. Pero no puedo hacer más. Piensa en algo mientras tanto.
Manuel se despidió y se fue junto a los dos agentes, dejándola sola con Yuly y Hugo. Enseguida entraron a la casona y Yuly se ofreció a prepararle un té que ella rechazó enérgicamente. Lo único que quería era encontrar una solución y para eso caminaba como fiera enjaulada de un lado a otro del patio interior. Se detuvo un instante únicamente para llamarle a Roberto y asegurarse de que estuviera bien. A él la noticia le cayó como baldazo de agua helada, pero Diana lo convenció de que no saliera de su casa o podía volverse otro blanco. Al parecer Federico Rentería no sospechaba de él por lo que se tranquilizó y siguió andando en círculos hasta que una sensación de calma que acompañó al relajante sonido del agua en la fuente de cantera fue apaciguando su ímpetu.