Las elecciones para gobernador habían comenzado con una marcada tendencia que ubicaba a Abel Macías como el favorito para ganarlas por sobre los candidatos de los otros dos partidos fuertes en la preferencia de la población. Eso convirtió en casi un hecho que ese año lograría uno de los objetivos que se había planteado desde su incursión en el mundo de la política. No obstante, al interior, seguía siendo poco bienvenido por dicha esfera y pese a ser un hombre que no bajaba la guardia, cayó en la tentación de proclamarse vencedor antes de llegado el final del proceso.
Por esa razón, la intromisión de Daniel y su necesidad de reabrir una investigación archivada le resultó tan terriblemente inoportuna, incluso molesta. Aunque Daniel y él habían sido muy cercanos, estaba poco dispuesto a permitirle arruinar sus aspiraciones a la gubernatura. Fue así como decidido a frenar la nueva investigación de cualquier forma o al menos, detener al principal interesado en que se llevara a cabo, visitó a Federico la tarde anterior al atentado para ordenarle que se encargara del asunto sin escatimar en recursos ni riesgos. El otro hombre entendió a la perfección. Ambos creyeron que sería suficiente, con Daniel y la investigadora que lo apoyaba muertos, lo siguiente era presionar en el corporativo para que detuvieran la reapertura del caso. Eso pese a que les costaría era más sencillo.
Ninguno esperó que esa mañana, en lugar de recibir la noticia de que su encargo se había realizado exitosamente, el jefe de campaña de Abel le diera la nueva de que uno de los candidatos opositores había obtenido información comprometedora en su contra, que encima iba respaldada por innegable evidencia. Al menos, así fue como lo manejaron los medios de comunicación y el partido contrario. A Abel sus planes se le empezaron a derrumbar en ese momento. Si en algo no se equivocaba Daniel era que un hombre como él no actuaba por mera ambición. Lo suyo era más una cuestión de ego disfrazado de nobles intenciones, su búsqueda era por el reconocimiento más allá del ámbito empresarial en el que se había forjado. Aunado, quería ganarse el beneplácito político y social. El rasgo narcisista de su personalidad lo había llevado a ser imparable en la carrera por ese renombre que creía firmemente merecer, por lo que verse envuelto en un juicio social comenzó a afectarlo dramáticamente.
Los fines de Federico en cambio eran más mundanos, y al ver amenazados de forma irreversible tanto su cargo en Grupo Urriaga como su libertad, dejó de preocuparse por Daniel, suficiente tenía con lidiar con la inminente investigación que el corporativo apresuró un par de días ante la presión de los accionistas luego de lo ocurrido. Era imprescindible limpiar el nombre del grupo empresarial y para eso estaban dispuestos a hacer rodar las cabezas necesarias.
Lo sucedido no fue más que el resultado de lo que Diana, Yuly y Hugo decidieron hacer en tanto Adriana se debatía en un quirófano y Daniel se recuperaba. Como imaginó Yuly, el que la evidencia en su contra fuera dada a conocer significaría tanto para Abel como para Federico el final de sus esfuerzos por ocultar sus delitos. Pero ellos poco podían hacer sin el respaldo de alguien que realmente pudiera plantarles cara. Fue esa la razón de que esa noche Diana buscara a Ignacio Luján, si alguien podía llegar rápidamente a los opositores políticos de Abel era el periodista. Y tal como lo supusieron, la burocracia de los procesos legales perdió importancia ante la necesidad de los rivales de neutralizar a su máximo competidor.
Mientras Abel y Federico comenzaban a enfrentar las consecuencias de sus actos, Adriana se recuperaba en el hospital. Daniel había sido dado de alta mucho antes que ella. No obstante, no pensaba irse sin su esposa, así que usó los días de permiso que le permitieron ausentarse de su trabajo para permanecer el mayor tiempo posible a su lado durante la estancia, que se prolongó debido a una infección que el médico a cargo prefirió observar de cerca.
Adriana ya sabía de su estado, recibir la noticia fue como los rayos de sol que se sienten en un día frío, tan tibios que erizan la piel al competir con la sensación helada en los huesos. Primero creyó estar soñando, ¿Cómo era posible que no se hubiera dado cuenta del embarazo de casi cuatro meses que cobijaba en su vientre? Después al pensarlo un poco le resultó lo más lógico; desde su reconciliación con Daniel había estado tan absorta en disfrutarlo por entero con cada palmo de su piel que no pensó en evitar un posible embarazo. De todos modos, había creído imposible que llegara a suceder y la ausencia de su período la justificó con los desórdenes hormonales que había padecido desde la adolescencia.
Sin embargo, el compartir con Daniel esa dicha en el lugar donde se había enfrentado a la muerte dos veces le resultaba poco tentador, así que tuvo que hacer uso de todos los ruegos y favores que le fue posible para evitar que el personal médico le dijera algo a él. Su familia se unió en complicidad gustosa a su deseo; acordaron guardarle el secreto y le ayudaron a lograrlo hasta que le dieran el alta en el hospital.
Por otro lado, Diana e Ignacio los visitaron un par de veces para informarles de los avances en los procesos en contra de Abel y Federico. Para Daniel lo que había planeado y la forma tan fría en que dispusieron no solo de su vida sino de la de su esposa, fue lo que terminó de aniquilar la admiración que alguna vez le guardó a Abel Macías. La hipocresía e inhumana frialdad del hombre que por tantos años consideró no solo un amigo sino un ejemplo a seguir terminó en una decepción que le permaneció varios días anudada en el pecho y en la boca del estómago.
Afortunadamente, recibir la rápida visita de su padre y hermana, ayudaron en gran medida a que la sensación de contención que Adriana y su familia (con excepción de Toño que no había vuelto a pararse por ahí) le daban terminara por apartar por completo de su mente a quien no dudó en acabarlo de todas las formas posibles, primero profesionalmente y hasta el extremo de ordenar su muerte.