El tenue zumbido del motor en marcha y la tranquilidad rota ocasionalmente por el paso de los escasos vehículos que circulaban por la carretera que se extendía frente a sus ojos, estaban logrando arrullar a Adriana. Sin perder oportunidad, posaba de vez en cuando su cabeza en el hombro de Daniel en tanto este conducía. Adoraba su compañía que en ese momento se le antojaba el mismo cielo.
Tres días atrás le habían dado el alta del hospital y como a Daniel todavía le quedaban un par de permiso en su trabajo, le rogó incansablemente para que salieran de viaje a algo cerca donde pudieran estar tranquilos. El destino elegido fue Mazamitla, Adriana guardaba desde hacía muchos años el deseo de visitar el paradisíaco lugar y sus famosas cabañas junto a su esposo, por lo que no aceptó los argumentos de él en contra.
—Sigo pensando que este viaje no fue buena idea, acabas de salir del hospital. Es mejor para ti descansar en casa.
—He descansado suficiente y lo seguiré haciendo, pero en un mejor lugar y contigo.
Daniel sonrió con condescendencia. Le encantaba verla tan relajada, sobre todo después de lo ocurrido y pese a que la idea de alejarse de hospitales y médicos lo mantenía intranquilo.
Antes de llegar a la ubicación de la cabaña que habían reservado, pasaron a realizar algunas compras para tener alimento y bebida que les permitiera pasar la noche que iban a hospedarse en el lugar. Llegaron ahí poco antes de las tres de la tarde, luego de comer en un restaurante del poblado.
El paisaje serrano que los recibió era apacible y hermoso, rodeado de flora compuesta por pinos de varias especies, junto a Tepehuaje, huizache, mezquite, y mucho más que delimitaban un lago a espaldas de la cabaña. El verdor bañado en rayos de cálido sol y el aire puro que se respiraba, fueron un calmante instantáneo para ambos.
A eso se le sumó que la cabaña era de lo más acogedora, con alto techo de madera cuyas vigas expuestas daban un toque rústico. El suelo era de piedra decorativa, al igual que los ladrillos rojos y blancos que formaban las paredes. La enorme cama estaba frente a un ventanal que ocupaba toda una pared y por el cual entraba de lleno la luz solar de la tarde. Al fondo, tenía una pequeña sala de estar frente a la chimenea, enseguida de la cual se encontraban dispuestos los troncos para que pudiera ser encendida. Lo mejor era el enorme jacuzzi de forma cuadrangular y brillante azulejo blanco que descubrieron en el baño.
Apenas estuvieron en su alojamiento, Daniel soltó un poco sus dudas, quería enfocarse en disfrutar esos momentos que a punto estuvieron de serles arrebatados.
—Entremos. ¿Quieres? —le pidió Adriana tras permanecer un largo rato charlando mientras contemplaban el atardecer los dos sentados en las sillas de la mesa que se encontraba en la terraza. Con el día, se fue la temperatura cálida y empezaba a tener frío.
Para Daniel sus deseos ese día eran mandatos que obedecer, así que recogió las tazas en las que habían bebido té y los empaques de galletas que quedaron en la mesa junto a los restos de fruta consumidas. Mientras él cerraba las persianas de rollo sobre el enorme ventanal y la puerta también de vidrio montado en un marco de madera, Adriana se dirigió al baño. Antes de salir había dejado abierta la llave para que el jacuzzi se llenara de agua caliente y fue a comprobar que la temperatura fuera adecuada para darse un baño. Al ver que lo era, comenzó a quitarse las prendas una a una y entró. Como no la vio salir, Daniel fue tras sus pasos preocupado de que se estuviera sintiendo mal.
—¿Quieres acompañarme? —su gesto seductor y ver su anatomía de la cintura para arriba escurriendo agua en tanto el resto era cubierto por esta le resultó demasiado tentador, así que la imitó sonriendo y comenzó a deshacerse de su propia ropa.
—Es imposible negarse viéndote así —dijo terminando de desvestirse.
Adriana lo contempló embelesada, lo que ese hombre provocaba en ella era más que deseo que puede saciarse, se parecía más a una ardiente necesidad de sentirlo cerca cada día por el resto de su vida. De inmediato, se acercó a él una vez que estuvo dentro y se puso a horcajadas sobre sus piernas.
—Querido, vivamos juntos. A partir de hoy.
—Pensé que ya era un hecho.
—Tal vez, pero necesitas saber que no puedes retractarte. —A su sentencia la acompañó el gesto de su dedo índice tocando suavemente la punta de la nariz de él en un juego que pretendía simular una amenaza.
—Amor, mientras no huyas de nuevo estaremos juntos.
—No podría hacerlo, ahora tengo muchas más razones para quedarme contigo.
Con un alegre gesto de complacencia, la boca de Adriana se acercó a la de su esposo ligeramente abierta, sus dientes atraparon el labio inferior de él mientras el filo de su lengua lo acariciaba antes de colarse al interior y saborear cada rincón. Él la tenía sujeta por las caderas, contrario a los dedos y manos de ella que primero acariciaron el cabello en su nuca, y después se deslizaron por su cuello hasta caer en los hombros y resbalar dibujando círculos por sus brazos.
Al mismo tiempo, la espalda femenina se arqueó apretando sus pechos contra el torso de él y ocasionando que sus pezones endurecidos le frotaran la piel, exigiendo borrar cualquier espacio que los separaba. Entregados, cerraron los ojos y sus sentidos se concentraron en cada estimulante sensación provocada por el entorno. Desde la música suave que Adriana había puesto en su móvil junto al sonido de sus respiraciones incrementándose a la par que la excitación que se adueñaba del momento; hasta su piel absorbiendo la tibieza del líquido en el que estaban sumergidos y sus músculos relajados a causa del contacto con el que se mimaban sus cuerpos desnudos. Todo eso junto al vapor del agua entremezclándose con el aliento liberado tras cada placentera exhalación, convergieron en un apremiante deseo de volverse uno solo.
La erección de Daniel ya clamaba por su mujer, pero temía lastimarla. Su salida del hospital era reciente y aunque ella se sintiera bien, la herida que la atravesó acababa de cicatrizar. Delicadamente, la apartó un poco para contemplar su rostro y con extrema ternura lo acarició desde el pómulo hasta el mentón con sus dedos. Hizo lo mismo con su cabeza, la palma de su mano se deslizó por el largo cabello rozando su espalda y terminando en la curva donde iniciaban sus glúteos. A estos también les brindó especial atención, masajeando y apretando suavemente hasta hacerla desear tenerlo dentro. La dejó hacer lo que quería una vez que ella se levantó un poco para permitir al miembro viril penetrarla. El ritmo fue el que Adriana marcó y que fue intensificándose a la par que sus gemidos. Una vez que la sintió contraerse y el estremecimiento la sacudió entera, la atrajo hacia él acunándola contra su pecho.
Estuvieron abrazados un largo rato, hasta que Daniel buscó mirarla nuevamente. Acto seguido, posó los ojos en el pedazo de piel cuya textura corrugada contrastaba con la firmeza del resto. Era un minúsculo recordatorio de que por segunda ocasión había estado a punto de perderla y eso ensombreció su semblante.