El mensaje llegó temprano ese día. Daniel lo leyó expectante sentado a la mesa donde terminaba de disfrutar el desayuno compartido con su familia. En el regazo de Adriana, el pequeño de seis meses se amamantaba del pecho de su madre luego de probar los nuevos alimentos que pocos días antes comenzaron a ofrecerle mostrándole un mundo de sabores y texturas hasta entonces desconocido. Era un bebé saludable de nueve kilos que disfrutaba de los brazos de sus dos padres, tías y abuelos, colmándolos de ternura ante cada gesto y nuevo logro. Por lo regular, era el centro de atención en su hogar. No obstante, en ese momento, su padre leía en su móvil con inusitado interés la noticia que Diana le acababa de comunicar.
El proceso que Grupo Urriaga había iniciado en contra de Federico Rentería por fin tenía un veredicto. Luego de perder su cargo en el corporativo, el hombre había enfrentado un juicio por los delitos cometidos en complicidad con Abel Macías, que culminó con su condena a doce años de prisión. Otros cómplices tuvieron un destino similar, con penas que iban desde uno hasta tres años de prisión dependiendo de su grado de participación. Afortunadamente para Roberto, el haber participado activamente con su confesión y aportación de evidencia en contra de Macías y Rentería, lo favoreció con la menor de las condenas. De todas formas, esos seis meses que perdería de libertad lo afectarían gravemente, pero al menos no estaba tan acabado como Federico Rentería.
Daniel le comunicó las nuevas a su esposa. Aunque la deshonestidad de Roberto la hizo estar enfadada con él durante muchos meses, tras meditarlo profundamente y sin la primera ofuscación, comprendió que tuvo sus razones para actuar como lo hizo. Eso no evitó que le fuera imposible compadecerse de él, asumir su responsabilidad era lo mínimo que merecían sus acciones por más desesperadas que hubieran sido. Finalmente, luego del nacimiento de su hijo y viendo lo bien que le iba a Daniel con la consultoría y a ella con su nueva socia, no pudo mantener ningún rencor. La vida era demasiado buena para gastar energías en sentimientos negativos hacia alguien que, dentro de todo, había sido pieza clave en llegar a ese punto en el que por fin podían estar tranquilos.
Sin querer dedicarle mayor tiempo al tema que tanto daño les causó, se prepararon para la importante cita que tenían ese día. Rebeca los esperaba en el albergue, ansiosa por ser parte de la familia que durante los últimos meses la había visitado continuamente y llamado a diario, dándole la atención que necesitaba y haciéndola sentir que, si bien su madre ya no estaba con ella, no la había dejado sola. En su camino había puesto a personas capaces de cobijarla y por las que de manera natural ya sentía un enorme y bien correspondido cariño que culminaría esa mañana, una vez que la llevaran a su nuevo hogar.
NOTAS DE AUTORA
Un epílogo corto para una historia que resultó más larga de lo que en un principio fue mi intención, pero que creo que cierra adecuadamente la historia de Adriana y Daniel. Una vez más, gracias por acompañarme hasta estas últimas letras.
No olviden comentar que les pareció, eso me inspira a seguir escribiendo, mejorando y, además, es muy gratificante.