Bajo las luces de Londres

Capítulo XIV - El color de lo que vuelve

Capítulo XIV – El color de lo que vuelve

En las siguientes semanas, Elena se dedicó a pintar en el estudio que ella misma había creado. Aquel rincón, que al principio era un refugio improvisado, se convirtió poco a poco en el corazón de la casa. Las mañanas empezaban con el ruido de la tetera y la luz abriéndose paso entre las cortinas. Allí, rodeada de pinceles, lienzos y el olor de la trementina, encontraba un ritmo propio, más lento y verdadero.

—¿Otra vez te has olvidado de desayunar? —preguntó John desde la puerta, con la taza de café en la mano. —No puedo pintar con el estómago lleno —respondió Elena sin apartar la vista del lienzo. Él sonrió; la luz le rozaba el perfil y había en su gesto una calma nueva. —Ni yo puedo escribir con hambre. Tal vez ese sea nuestro punto en común: Las ganas de comer. —Y el silencio —añadió ella. —Sí, eso también. —Dejó la taza a su lado y se marchó despacio, sin hacer ruido.

Los cuadros se fueron multiplicando. No eran retratos ni paisajes precisos, sino atmósferas: fragmentos de luz, horizontes que parecían disolverse, reflejos de una memoria que no terminaba de pertenecer a ningún lugar. A veces Elena pensaba que no estaba pintando lo que veía, pero sí, lo que quedaba después: la huella del instante, el temblor de lo vivido.

John, mientras tanto, pasaba largas horas en el despacho, concentrado en un artículo que lo mantenía absorto. Había vuelto a sumergirse en su trabajo con una disciplina nueva, más calma, menos defensiva. Sin embargo, cuando subía al estudio y veía a Elena inclinada sobre el lienzo, sentía que algo de su propio cansancio se disolvía.

Una tarde, al regresar del trabajo, se detuvo en la puerta del estudio. El sol de la última hora entraba oblicuo, iluminando los cuadros recién terminados. Se acercó en silencio. Los colores parecían respirar. Había uno, en particular, donde el azul se fundía con un gris perlado: un mar inmóvil bajo un cielo casi blanco. John sintió un estremecimiento leve, como si esa imagen contuviera algo que él también estuviera buscando sin saberlo.

—No te enfadarás por esto, ¿verdad? —susurró, casi sonriendo, mientras encuadraba la imagen con cuidado. Se detuvo un instante; el reflejo del sol en el barniz le tembló en los dedos.

Sacó su teléfono y tomó algunas fotografías. No lo hizo con intención de invadir su intimidad, sino con la naturalidad de quien quiere compartir algo hermoso.

—Es demasiado bueno para quedarse aquí encerrado —murmuró, y entonces pulsó el disparador.

Aquella visión lo conmovió tanto que, al día siguiente, enseñó las imágenes a un amigo suyo —Patrick Davies—, crítico de arte y dueño de una modesta galería en Bloomsbury. Patrick observó las fotos con detenimiento.

—¿De quién son? —preguntó. —De Elena, mi chica —respondió John, casi con timidez. Patrick ladeó la cabeza: —Tiene una mirada muy personal. No busca el motivo, sino la vibración. ¿Lleva mucho tiempo pintando? —Desde hace poco —contestó John. —Entonces tiene un instinto raro. Dile que venga a verme, sin compromiso. Me gustaría conocerla.

John asintió, aunque no supo, cómo transmitirle aquella noticia a Elena sin que sonara a intromisión.

Esa misma tarde, cuando ella regresó del supermercado, lo encontró sentado en el sofá, con el teléfono aún en la mano. Sobre la mesa había un ramo de tulipanes, una costumbre suya de los viernes. —Has llegado justo a tiempo —dijo él, levantándose—. Hay algo que quiero contarte. Elena dejó las bolsas y lo miró con curiosidad. —¿Qué ha pasado? —preguntó ella, dejando una bolsa sobre la encimera. John vaciló un segundo, mirándola con una mezcla de entusiasmo y cautela. —Prométeme que no te enfadarás —dijo, rascándose la nuca. —Eso depende. —Elena se cruzó de brazos, con una sonrisa apenas contenida. —He enseñado tus cuadros. —¿Cómo que los has enseñado? —dio un paso hacia él—. ¿A quién?

John vaciló un instante, pasándose la mano por el cuello. No sabía si el silencio de Elena era antesala del reproche o del asombro. —A Patrick. ¿Recuerdas? El de la galería de Bloomsbury. —Le han encantado. Me ha pedido que te invite a mostrarle más. Le gustaría hablar de una posible exposición.

Elena lo miró sorprendida, casi desconcertada. —No sé si estoy preparada para algo así. John se acercó despacio. —No hay prisa. Pero, sigo pensando que lo que haces merece ser visto. No porque sea perfecto, sino que es verdadero.

La frase quedó suspendida entre ambos, como una brisa leve. Ella sonrió con timidez. —Quizá vaya —dijo al fin—, aunque solo para mirar la galería.

El sábado siguiente, el cielo de Londres amaneció claro, con un sol helado que se filtraba entre las ramas desnudas de los plátanos. Caminaron juntos hasta Bloomsbury, envueltos en bufandas. La galería de Patrick era un local discreto, con fachada blanca y un letrero de letras diminutas: Davies Art Room. Dentro, el aire olía a madera encerada y café recién hecho. En las paredes colgaban cuadros de tonos suaves, casi todos de artistas emergentes.

Patrick los recibió con una sonrisa abierta. Era un hombre de mediana edad, de cabello gris y voz templada, vestido con una chaqueta de tweed que parecía hecha para ese tipo de lugares. —Así que tú eres Elena —dijo, estrechándole la mano—. John me ha hablado de ti, pero las fotografías no hacen justicia a tu obra.

Elena se llevó los dedos a la bufanda, apretándola como si le diera calor. Patrick la miró sin prisa, con esa clase de atención que pesa más que las palabras.

Ella sonrió, algo nerviosa: —No suelo mostrar mis cuadros. —Eso se nota —respondió él con amabilidad—, y lo digo como elogio. Cuando alguien pinta solo para sí mismo, el cuadro respira distinto.

Elena se pasó una mano por el cabello, sin saber dónde apoyar la mirada. —Supongo que siempre pinto pensando que nadie va a verlo —admitió. Patrick sonrió. —Ahí está la pureza. Cuando se pinta para el silencio, los colores dicen la verdad. —Pero el silencio también asusta —respondió ella, alzando los ojos con una franqueza casi infantil. —El miedo es parte del proceso —dijo él—. Si no tiembla la mano, no hay vida en la pintura.




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