Bajo las luces de Londres

Capítulo XXII - Rumbo al sur

Capítulo XXII — Rumbo al Sur

Regreso a Londres

La lluvia empezó a caer justo cuando el coche abandonó la avenida principal. Se adentraron en las calles más tranquilas del norte de Londres. Las gotas, densas y rápidas, se estrellaban contra el parabrisas con un ritmo cambiante como si la ciudad respirara a través de ellas. Tras el brillo artificial de la ceremonia —los destellos, las entrevistas, la coreografía inagotable de saludos—, la capital les devolvía su rostro real: gris, húmedo, con cierta distancia.

Elena apoyó la cabeza en el reposacabezas y cerró los ojos. No dormía, pero se dejaba sostener por el rumor del motor, por el vaivén suave del coche. John, a su lado, observó la forma en que ella se quitó los pendientes, un gesto mínimo que parecía arrancar la última sombra de la noche. Pero en el movimiento había algo tensado, casi imperceptible, como si un cansancio más hondo buscara abrirse paso. No dijo nada. Prefería que una pausa se instalara entre ellos antes de que las palabras volvieran a pesar.

—¿Estás bien? —preguntó al cabo de unos minutos, sin elevar la voz.

—Sí… solo cansada —respondió ella, sin abrir los ojos—. Ha sido demasiado largo todo.

Asintió. “Demasiado largo”: la forma elegante de nombrar las preguntas insinuadas, las miradas medidas, el murmullo constante que se estaba incrustando hasta en los momentos que deberían haber sido suyos. Él también lo había sentido. Esa presión tenue pero persistente que nunca terminaba de desaparecer.

El coche avanzó por Finchley Road y luego giró hacia calles más estrechas. Los árboles, empapados, parecían figuras pacientes sometidas a la lluvia. Cuando llegaron al edificio, ambos dudaron antes de bajar. No por el frío ni por la hora, sino por esa certeza muda de que, en cuanto cerraran la puerta de casa, el cansancio acumulado caería sobre ellos con todo su peso.

Subieron sin hablar. Dentro, el piso los recibió con su familiaridad intacta. La luz tenue del pasillo, el orden silencioso del salón, el reloj marcando un tiempo que ellos conocían de memoria. Elena dejó los zapatos junto al sofá, respiró hondo y llevó una mano al pecho como si buscara una calma que aún no conseguía encontrar.

—Voy a ducharme —dijo.

—Ve. Yo preparo algo de té.

Pero ni el té ni la ducha lograron borrar por completo la saturación que traían encima. Al poco tiempo, la joven regresó con el cabello húmedo. Él estaba sentado en el borde del sofá, el móvil en la mano, el ceño apenas fruncido. Lo guardó en cuanto Elena apareció.

—Dime —pidió ella, sentándose a su lado.

John dudó un instante. No quería prolongar la noche, pero tampoco convertir en un secreto aquello que los alcanzaría sin poder evitarlo.

—Ha salido un artículo esta tarde. Uno de esos que insinúan más de lo que dicen. No es grave, pero… desgasta.

La chica frunció los labios, no sorprendida, sino cansada. Era un cansancio distinto: el de quien ya conoce el mecanismo.

—Mañana lo vemos. O pasado. Hoy no quiero abrirle la puerta —murmuró.

Él asintió. No era ignorarlo: era posponerlo hasta recuperar fuerzas.

La madrugada avanzó con lentitud. Aun así, antes de las siete ambos estaban despiertos. Las horas de sueño les estaban dando tan solo un alivio superficial. Desayunaron en una calma que no era distancia, sino preparación. Porque ya habían decidido la noche anterior lo que harían: marcharse unos días lejos de Londres, del ruido, del artículo, de todo.

Cuando el taxi llegó, John preguntó:

—¿Lista?

—Más que lista —replicó ella, abrochándose el cinturón.

El trayecto hasta Heathrow transcurrió entre conversaciones prácticas: el equipaje, la previsión del tiempo en España, un par de asuntos pendientes. Pero a medida que avanzaban por la autopista, la tensión que llevaban encima pareció aflojarse. Cada kilómetro restaba peso.

El aeropuerto, pese al bullicio habitual, se sintió extrañamente amable. Tal vez porque, al cruzar la terminal, los dos compartieron la misma idea: aquello no era una fuga, sino una pausa necesaria. Un espacio para volver a ser ellos mismos sin el roce insistente de la mirada ajena.

En el control de seguridad, Elena rozó sin querer la mano de John. Él la tomó con un gesto mínimo, casi inadvertido, pero cargado de una complicidad tranquila. Ninguno mencionó el artículo, aunque ambos sabían que seguía ahí, como una sombra tenue que prefería la discreción.

Durante el embarque, observaron cómo la lluvia continuaba sobre la pista. Londres parecía retenerlos, pero sin convicción suficiente para detenerlos. Cuando el avión despegó, la ciudad quedó atrás, desdibujada bajo un manto gris.

—Mira —susurró ella, señalando una línea de luz que se filtraba en el horizonte—. Es como si el cielo también quisiera cambiar de ánimo.

—Nosotros también —contestó John.

Elena apoyó la cabeza en su hombro. Su pareja permaneció inmóvil, sosteniendo ese gesto sin necesidad de palabras. A veces, el mutismo compartido era la forma más precisa de decir que seguían ahí, juntos en el cansancio y en lo que venía después.

La tregua del sur

El trayecto en coche desde el aeropuerto hasta la casa discurrió por carreteras bañadas de resplandor. El sol caía perpendicular sobre los montes bajos, arrancando destellos dorados de las rocas y de los arbustos que bordeaban la autopista. Elena apoyó la frente contra la ventanilla, dejando que la claridad se filtrara entre sus párpados entrecerrados. El agotamiento aún anidaba en los huesos, pero una sensación de alivio la recorrió: algo en aquel lugar le devolvería cualquier cosa que había perdido sin darse cuenta.

Al girar hacia el camino que llevaba a la casa, el rumor del mar se coló primero como un susurro lejano y luego se hizo presente, claro y cálido. El olor a sal golpeó sus sentidos con una familiaridad inesperada. Despertaban recuerdos de lugares antiguos y momentos que parecía haber dejado atrás entre entrevistas, focos y decisiones interminables.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.