Bajo las luces de Londres

Capítulo XXIV - La propuesta

Capítulo 24 – La propuesta

I – La irrupción

Elena caminó hacia el edificio acristalado donde Patrick tenía el estudio, siempre ordenado. Avanzaba con un temple extraño, suspendida entre la seguridad y una cierta reticencia que no sabía nombrar. Londres todavía exhalaba humedad en cada esquina, impregnando los abrigos y las bufandas. La mañana se estiraba sin prisa, y aun así cada paso la acercaba a un día que ya intuía demasiado revelador. Él había insistido en verla “a primera hora”, lo que en su idioma significaba que ya llevaba despierto desde antes del amanecer, moviendo piezas que nadie más veía. Respiró hondo, como si el aire pudiera ordenarle las ideas.

El ascensor subió con ese zumbido constante que siempre le evocaba un aire sostenido. Cuando las puertas se abrieron, lo encontró esperándola en el pasillo, apoyado en la pared, con la chaqueta oscura ajustada y el teléfono sujeto entre dos dedos.

Sin apartar del todo la mirada de la pantalla, Patrick murmuró:

—Has llegado antes de lo que esperaba —dijo.

—O tú tienes el reloj adelantado —respondió Elena, dejándole un beso rápido en la mejilla.

Sonrió, apenas una línea, pero suficiente para entender que agradecía el gesto. La condujo al despacho. Al cerrar la puerta, el ruido de la ciudad quedó atrás, amortiguado por las paredes gruesas y la moqueta. Sobre la mesa, junto al portátil abierto, había una carpeta negra con una esquina doblada, como si él mismo la hubiera abierto más veces de la cuenta.

—¿Cómo ha ido la vuelta? —preguntó, sentándose sin esperar invitación.

—Suave, un aterrizaje… razonable —contestó ella mientras tomaba asiento enfrente—. Todavía estoy reajustándome.

—Normal. España tiene la mala costumbre de recordarte que la vida puede tener otro ritmo.

—No diría que tú lo recuerdes demasiado —dijo ella, levantando una ceja.

—Porque no puedo permitírmelo —respondió él sin titubeos.

Hubo un silencio breve, pero lo suficientemente tenso para que Elena supiera que no iban a perder tiempo en cortesías.

Patrick dio un golpecito con el dedo índice sobre la carpeta.

—Esto es para ti.

Se pasó el pulgar por el borde de la mesa, un gesto ínfimo que solo usaba cuando ocultaba prisa.

La abrió sin prisa. Dentro encontró un calendario estructurado con precisión quirúrgica: fechas, entregas parciales y reuniones virtuales con el equipo de Nueva York. Y entonces lo vio: un recuadro rojo al final de la página. “Propuesta de residencia artística – Museo Orion, NYC”.

Levantó la mirada:

—¿Residencia? Pensé que lo de la exposición ya era bastante.

Patrick se inclinó hacia adelante, con ese gesto que anuncia un movimiento decisivo.

—Justamente por eso te lo traigo ahora. Es una oportunidad de las que no se repiten. Te piden doce semanas allí, y un estudio propio, acceso a archivo, encuentros con comisarios… y libertad absoluta para el proyecto. El tipo de experiencia que reconfigura una carrera.

—¿Tres meses? —repitió ella, sin disimular la sorpresa.

—Tres. Probablemente cuatro, si contamos inauguración, entrevistas, visitas de coleccionistas.

—Patrick…

—No te permitas un no sin pensarlo. —interrumpió él—. Te conozco. Lo primero que haces es medir lo que perderías en lugar de lo que ganarías.

Elena cerró la carpeta. La textura de la tapa le pareció más áspera de lo que esperaba.

—Estoy intentando estabilizarme —dijo con sinceridad—. Volver a respirar dentro del trabajo, no ser arrastrada por él.

—¿Y quién dice que esto te arrastrará? —preguntó él, ladeando la cabeza.

—La experiencia —contestó ella sin pestañear.

Patrick apoyó los codos sobre la mesa. El gesto era tan típico de él que, por un instante, ella se sintió de vuelta en una época en la que decirle que no parecía imposible.

—Elena, tienes un talento que no puede vivir encerrado en la comodidad. La residencia no es un capricho: es una plataforma. Si quieres consolidarte en Nueva York, este es el momento.

La joven bajó la mirada hacia sus manos. Todavía llevaba restos de arena en el interior de un bolsillo del abrigo; al menos, eso creía. Ese pensamiento inesperado la sobresaltó.

—Estoy preparando los cuadros —respondió finalmente—. Quiero que la exposición salga bien. Y no deseo perderme en el proceso.

—No te perderás —dijo él, muy despacio, como si al pronunciarlo lo convirtiera en verdad—. Si te he traído esto es porque sé que puedes con ello. No porque me ilusione tenerte lejos, sino porque te conviene.

—Me conviene —repitió ella, subrayando pronombres—. A veces se te olvida separar tus necesidades de las mías.

Patrick dejó escapar un suspiro, de esos que parecen derrumbar una parte invisible del ánimo.

—Tienes razón —admitió—, pero no creas que no lo intento. Solo quiero que tengas todas las puertas abiertas.

—Aunque eso implique empujarme a cruzarlas —dijo ella con un filo suave en la voz.

Él la miró como quien observa una grieta nueva en un cuadro que creía terminado.

—No te empujo. Te advierto. Las oportunidades también caducan.

Elena sostuvo su mirada sin vacilar. No era hostilidad; era claridad.

—Déjame pensarlo.

Patrick asintió, aunque se notaba que esperaba más.

—No tardes —pidió—. Nueva York quiere respuesta antes de que acabe la semana.

Ella recogió la carpeta, la guardó en el bolso y se levantó. Él hízo lo mismo también, demasiado rápido para que no revelara impaciencia.

—¿Estás bien? —preguntó él, con un tono que mezclaba preocupación real y control profesional.

—Estoy… presente —respondió Elena—. Eso, de momento, basta.

Patrick se permitió sonreír.

—Llámame cuando lo decidas. Y Elena…

Giró la cabeza hacia él.

—Sea un sí o un no —continuó él—, que la decisión venga de tu ambición, no de tu miedo.

La joven salió del despacho sin contestar. El pasillo le pareció más largo que al llegar. El ascensor tardó unos segundos adicionales en abrirse, y en ese corto intervalo se dio cuenta de que, aunque llevaba la carpeta en la mano, la verdadera carga era interna. Una puerta abierta hacia un futuro que no estaba segura de querer, o tal vez sí, pero no ahora.




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