Bajo los Cielos de Marbella

Capítulo 6: Lucía y las mentiras

El verano seguía en su punto más alto cuando Lucía Herrera regresó a Marbella.

Llegó sin avisar, como siempre, envuelta en perfume francés y en rumores que viajaban más rápido que el viento.

Isabella la vio aparecer en el vestíbulo de la casa familiar una tarde, mientras la luz dorada se colaba por los ventanales.

—Dios mío… —dijo Isabella, sonriendo al verla—. Sigues siendo un huracán.

—Y tú sigues pareciendo la calma antes de la tormenta —respondió Lucía, abriendo los brazos.

Se abrazaron largo, con esa mezcla de afecto y complicidad que solo existe entre quienes han compartido secretos desde la adolescencia.

—Pensé que te quedarías en Madrid —dijo Isabella, separándose—.
—Y perderme la gala, el drama y el vino de tu padre… ni loca.

—Ya te perdiste la gala, cariño.
—Lo sé. Pero los ecos del escándalo me llegaron igual —dijo Lucía, arqueando una ceja—. ¿Quién es el restaurador?

Isabella se cruzó de brazos.
—Un trabajador.
—Por la forma en que lo dices, diría que es algo más que un trabajador.

—No empieces, Lucía.
—Isabella, llevo tres minutos aquí y ya noto electricidad en el aire. No me digas que es solo obra del clima andaluz.

Isabella rió, aunque su mirada se volvió distante.
—Es complicado.
—Siempre lo es. —Lucía se dejó caer en un sillón—. Yo también me especializo en complicaciones.

Isabella la observó con atención. Había algo distinto en su amiga. Su sonrisa era la misma, pero sus ojos… tenían una sombra.

—¿Qué ocurre, Lucía?

Lucía desvió la mirada hacia el ventanal.
—¿Te acuerdas de Julián?
—Tu marido, claro.
—Exmarido.

Isabella parpadeó.
—¿Qué?

—Me pidió el divorcio. Bueno, más bien me lo impuso.

—¿Por qué?
—Porque descubrió que no soy tan ciega como pensaba. —Lucía alzó una copa que un sirviente había dejado sobre la mesa—. Brindemos por eso: por las mentiras con traje de Armani.

Isabella se sentó frente a ella.
—Cuéntame todo.
—No hay mucho que contar. Inversiones falsas, dinero que desaparece, nombres de políticos. Y mi firma en algunos documentos que ni siquiera leí.

—¿Estás implicada?
—Solo en apariencia. Pero suficiente para que si hablo, caigamos todos.

Isabella la miró con incredulidad.
—Lucía… eso es grave.
—Lo sé. Por eso vine. —Lucía apoyó la copa—. Tu padre tiene tratos con la misma gente.

Isabella sintió un escalofrío.
—¿Qué dices?
—Lo que escuchaste. Julián me lo insinuó antes de echarme. Hay contratos entre el grupo De la Vega y una de las empresas pantalla que usaba.

—Eso no puede ser cierto.
—¿Estás segura? —Lucía la observó, seria—. Sabes que tu padre es capaz de cualquier cosa por mantener su nombre limpio.

Isabella bajó la mirada.
En su mente volvió la imagen del cuaderno que había encontrado días antes, con aquel nombre escrito: Moreno.

—No sé qué pensar —dijo al fin.
—Entonces empieza a investigar, Isa. No te conviertas en otra estatua más de este museo.

La puerta se abrió, y la conversación se interrumpió.

Gabriel Moreno apareció en el marco, con el rostro cubierto de polvo y el cabello húmedo de sudor.

—Perdón —dijo con voz grave—. No sabía que había visita.

—Lucía Herrera —dijo Isabella, levantándose—. Una amiga.

—Encantado —respondió él.
—Oh, así que tú eres el famoso restaurador —dijo Lucía, cruzándose de brazos—. Ya me habían hablado de ti.

—Eso espero que no sea ni bueno ni malo —replicó él con calma.

—Depende de quién hable —contestó Lucía con una sonrisa astuta.

Isabella se tensó. Había algo en la forma en que Lucía lo miraba, evaluando, midiendo.

—Voy a dejaros trabajar —dijo Lucía, levantándose—. Pero prometo que continuaremos nuestra charla.

—Lucía…
—Tranquila, Isa. No diré nada.

Cuando salió, el silencio entre Isabella y Gabriel se volvió espeso.

—Tu amiga parece… intensa —comentó él.
—Siempre lo fue.
—¿Y dice la verdad?

Isabella se giró hacia él.
—¿Sobre qué?
—Sobre tu familia.

—No lo sé —respondió ella con un suspiro—. Pero empiezo a temer que sí.

Gabriel se acercó un poco más.
—A veces es mejor no buscar lo que uno no está preparado para encontrar.

—Y a veces —replicó Isabella—, no buscar es lo que nos destruye.

Sus ojos se cruzaron. La tensión volvió, tan fuerte que podía sentirse en el aire.

—Cuanto más te acerques a esa verdad —dijo él en voz baja—, más peligroso será para ti.
—¿Por qué hablas como si lo supieras?
—Porque lo sé.

—¿Qué me estás ocultando, Gabriel?

—Nada que no termines descubriendo por ti misma.

Isabella dio un paso hacia él, impulsiva.
—No juegues conmigo.

—No estoy jugando —dijo él, sin apartar la mirada—. Pero hay cosas que deben revelarse solas.

El sonido de los tacones de Lucía resonó a lo lejos, rompiendo el hechizo.

Isabella respiró hondo.
—Tengo que irme.
—Lo sé.
—No digas nada a mi padre.
—Jamás.

Cuando salió al jardín, Lucía la esperaba junto a la fuente.
—Es guapo —dijo con media sonrisa.
—No lo menciones.
—Como quieras. Pero ese hombre no solo repara piedras, Isa. Te está reparando a ti, aunque no lo veas.

Isabella suspiró.
—Y tú, querida, ¿qué planeas hacer ahora?
—Sobrevivir. Como siempre. Pero esta vez no sola.
—¿Y qué necesitas?
—Tu ayuda. Y tu silencio.

Isabella la abrazó.
—Cuentas con ambos.

Cuando se separaron, el sol ya se escondía detrás de las montañas.
El aire olía a vino, a tierra y a verdades aún por descubrir.

Isabella miró hacia la finca, donde una luz seguía encendida en la capilla.

Sabía quién estaba allí.
Y sabía que, aunque intentara resistirlo, cada día le resultaba más imposible ignorar el corazón que latía dentro de esos muros.



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En el texto hay: poder, romance

Editado: 22.12.2025

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