Bajo los Faroles de Bourbon Street libro 1.

Capítulo 10: Secretos Bajo la Luz

La lluvia llegó sin aviso.

Una llovizna tibia, densa, como si el cielo de Nueva Orleans supiera que la ciudad necesitaba lavarse los recuerdos. Clara observaba desde su ventana, con las manos rodeando una taza de té que tía Lucille le había preparado con una ramita de algo que juró “solo florece cuando la verdad está cerca”.

Y ella no sabía si era una broma o no.

Andrew seguía en la ciudad. No insistente, pero sí presente. Lo había visto en el café de la esquina. Frente a la librería. Caminando por el Barrio Francés como si tuviera derecho a estar allí.

Pero Clara no pensaba permitir que la arrastrara de nuevo a ese pasado donde se había perdido.

Lo que no esperaba… era que Lucille estuviera más nerviosa que ella.

—Clara —dijo su tía esa noche, sentándose en la mecedora del estudio—. Hay algo que debes saber. Algo que te debí contar hace años.

Clara la miró. La mecedora crujió, y fuera de la ventana, un rayo iluminó la habitación por un instante. Lucille se veía más vieja. Más frágil.

—¿Qué pasa?

—Tu madre… no fue la única que amó en su juventud. Antes de conocer a tu padre, estuvo comprometida con alguien más. Un músico. Un muchacho pobre, con una guitarra vieja y una mirada triste. Lo dejó por lo que creía era una vida más estable. Pero nunca dejó de pensar en él.

Clara frunció el ceño.

—¿Y qué tiene eso que ver conmigo?

Lucille la miró directamente.

—Liam Thorne es su hijo.

Un silencio brutal se instaló entre las dos. Clara sintió que el mundo se inclinaba ligeramente.

—¿Estás diciendo que… Liam es mi… primo?

—No. No tienen lazos de sangre. Tu madre y ese hombre no llegaron a tener hijos juntos. Pero Liam es el hijo que ese músico tuvo después… y sí, lo conocí de niño. Fue criado por su abuela aquí en la ciudad. Siempre estuvo cerca, aunque tú no lo supieras.

Clara se levantó, caminó de un lado al otro, sin saber si reír o gritar.

—¿Él sabe?

—No lo creo —dijo Lucille—. Pero creo que ya sospecha que hay algo raro.

Esa misma noche, Clara fue a buscarlo. Bajo la lluvia, cruzó las calles mojadas hasta la esquina donde él siempre tocaba. Pero no lo encontró ahí.

Un papel colgaba de una cuerda atada a la farola: "Ven al callejón de Chartres, donde suena el blues. –L"

Clara lo encontró en un pequeño patio oculto entre edificios coloniales. Liam estaba empapado, afinando su guitarra bajo un toldo. Cuando la vio, su rostro se endureció.

—Pensé que no vendrías.

—¿Cómo sabías que vendría?

—Porque tienes preguntas. Igual que yo.

Clara lo miró, y por primera vez no supo cómo empezar.

—Mi tía me dijo algo. Algo sobre tu padre y mi madre…

—¿Que estuvieron juntos? —interrumpió él—. Lo supe hace dos días. Mi abuela me lo contó antes de morir. Dijo que mi padre nunca la olvidó. Que tenía un retrato de tu madre escondido entre partituras.

Clara sintió que el corazón le latía como si quisiera escapar de su pecho.

—¿Y eso cambia algo?

—Sí —dijo él, dejando la guitarra a un lado—. Pero no de la forma en que tú crees. Si algo, me hace entender por qué te siento tan familiar. Por qué estar contigo es como estar en casa.

Ella lo miró, empapada, respirando como si el aire se hubiese vuelto denso.

—Tengo miedo, Liam.

—Yo también. Pero no quiero huir de esto.

Y entonces él la besó.

No fue un beso torpe ni impulsivo. Fue lento, decidido, como si el universo entero hubiera estado esperando ese momento desde que sus padres se separaron en el pasado.

Como si ese beso fuera el eco de una historia que merecía un final distinto.

Pero mientras se besaban, una figura los observaba desde la sombra del callejón.

Andrew.

Y junto a él… un anciano de ojos grises, con un bastón tallado con símbolos extraños.

—¿Estás seguro de que ese es el lugar? —preguntó Andrew.

El anciano asintió.

—Aquí se desató la primera promesa. Y aquí se romperá otra.

Andrew miró la escena. Sus ojos ardían no solo por celos, sino por algo más oscuro. Algo que ni siquiera él comprendía del todo.

El viejo murmuró algo en creole, y una corriente de aire frío barrió el callejón.

La ciudad de Nueva Orleans comenzaba a despertar… en más de un sentido.




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