Pasaron semanas.
Clara decidió quedarse en Nueva Orleans. No por el pasado… sino por lo que aún no había sido escrito.
Liam seguía tocando en su esquina, cada noche. A veces ella pasaba, se sentaba en silencio y lo escuchaba. No hablaban mucho. Pero algo, algo en la forma en que él la miraba cuando tocaba cierto acorde, le decía que la historia no había terminado.
Un día, al cerrar la librería encantada, Clara encontró un sobre sin remitente.
Dentro, una hoja de partitura con tres compases nuevos. Firmados con una “L”.
No recordaba. Y sin embargo… recordaba algo.
Mientras tanto, muy lejos de Bourbon Street, en un rincón polvoriento de una antigua tienda en Charleston, una joven de cabello cobrizo tocaba un disco viejo con una melodía que parecía susurrarle un nombre que no conocía.
—¿Quién compuso esto? —preguntó al dueño de la tienda.
El hombre sonrió con melancolía.
—Dicen que fue escrita por dos almas que se encontraron en Nueva Orleans. Pero nadie sabe cómo termina la canción.
La chica se quedó en silencio. Y luego, sin saber por qué… lloró.
Y en Nueva Orleans, bajo el farol reparado, una luciérnaga brilló con fuerza. Solo una. Como si custodiara un secreto.
Como si esperara.
Porque algunos hilos, aunque cortados, encuentran el camino de vuelta.
Y en algún rincón de la ciudad encantada…
la historia aún no ha terminado.
Continuará en el Libro II: “A la Sombra del Vieux Carré”