Nyss
La fuerte tormenta, que no ha cesado durante horas, empaña los vidrios de la gran ventana de la habitación donde estoy enjaulada con Mauricio Cooper hace varias horas.
De repente, mi móvil se ilumina con una llamada del sujeto a quien tengo que llamar esposo y rápidamente antes de que el hombre que está acostado a mi lado en la cama se despierte, extiendo la mano hacia la mesita de noche, presiono el botón rojo en la pantalla para cortar el intento de comunicación y silenciar el molesto sonido que lo hace mover.
A los pocos segundos el móvil vuelve a iluminarse con una segunda llamada de quien insiste en tenerme bajo el infierno, que es su casa para mí. Con cuidado deslizo mis pies fuera de la cama y me levanto.
Agarro su camisa blanca del piso para cubrir mi cuerpo y con mis pies en puntitas para no hacer ruido, entro al baño para poder contestar.
Un simple Aló, de mi parte, es lo que alcanzo a decir cuando quien está del otro lado de la línea se desafora con gritos cargados de insultos, maldiciones y amenazas, como es costumbre en él.
—No me grites, no me des órdenes, y mucho menos me amenaces, porque ya no te tengo miedo —susurro, para no llamar la atención de Mauricio.
—¡Regresas a casa esta misma noche, o te juro que, voy por ti! —Su fuerte amenaza va acompañada con un estruendo que incomoda a mis oídos.
Me imagino que hace estrellar a alguna botella de licor contra la pared.
—No regresaré, por lo menos no esta noche, y cuando lo haga solo para dar por terminada esta maldita pesadilla en la que insistes en enterrarnos a ambos. ¡Quiero el divorcio, senador! ¡No puede seguir obligándome a vivir con usted! —Dejo claro la decisión que tomé, de por fin liberarme de aquello que las malas decisiones de mi padre me impusieron.
—¡No te vas a deshacer de mí tan fácilmente, Nyssa! Si me conoces bien, debes tener claro que a mí ninguna mujer me manda a la mierda, y mucho menos la que me costó tanto dinero! —habla, rasgado las palabras.
—Sí, eso cierto, lo conozco bien, y tengo claro el nivel de sus alcances. Pero, tengo a mi favor que usted a mí aún no me conoces ni un poco, y esta noche le puedo asegurar que a su casa regresará una mujer muy diferente a la que ha estado jodiendo y atemorizando durante años. —Lanzo la advertencia en un leve murmullo, y alcanzo a escuchar un poco el fuerte grito que pega con su siguiente maldición, antes de que le cuelgue y lo deje hablando solo.
Respiro profundo y suelto el aire una y otra vez para relajar mis pulmones. Cuando me siento un poco calmada, salgo del baño, decidida a regresar a la cama para terminar de disfrutar de por lo menos esta noche que la vida quiso regalarme antes de que me toque regresar y enfrentar el desastre que me espera. Pero…
Mis pasos se paralizan y mi mirada queda fija en el hombre que está sentado en la cama, ya tiene puesto su pantalón, y está afanado colocándose sus zapatos.
—¿Qué haces? ¿Vas a salir a esta hora? Es tarde y está lloviendo a cántaros —comento inquieta.
No obtengo respuesta. De hecho, desde que me sacó del carro donde iba con Emma, prácticamente no me ha dirigido la palabra, dio vueltas conmigo de un lado para otro sin dejarme hablar y sin inmutar ni una sílaba, hasta que decidió encerrarnos en esta habitación en este hotel y ni bien entramos cuando ya lo tenía encima prendido de mi boca y arrancando mi ropa demostrando ansiedad por estar enredado conmigo en la cama.
Me acerco lentamente.
—Mauricio, háblame. No puedes seguir evadiéndome; grítame, cuestióname, pero, dime algo, por favor. —ruego por sus insultos, porque sé que desde hace años tiene esa rabia atravesada en su garganta, una tristeza que intenta ocultar, pero que se le hace imposible porque se le nota en cada uno de sus gestos —Mírame, Mau, por favor, hablemos y aclaremos las cosas—insisto, agachándome frente a él, acuno su rostro entre mis manos y lo obligo a darme la cara.
En sus iris puedo apreciar destellos de esa ira y ese rencor que lo consume, mezclado con desilusión.
—Lo siento, juro que…
—No jures nada, Nyss. No digas que lo sientes, fui un imbécil al traerte aquí. Fue un error —expresa serio, atravesando mi corazón con ese gesto de tristeza que colma ahora su mirada.
—No, claro que no fue un error, estar aquí contigo es lo mejor que me ha pasado en muchos años. —Confieso y de un impulso intento darle un beso. No alcanzo a tocar su boca porque antes de que lo logre me esquiva.— Lamento haberte lastimado, lo siento, juro que lo siento…
—¿¡Qué es lo que sientes!? ¿¡Estar aquí, revolcarte conmigo y serle infiel tu marido!? ¿Encerrarte en el baño para hablar con él, y excusarte por no llegar a tu casa? ¿Qué demonios es lo que siente, Nyss? —Por fin se deja llevar por su enojo, y habla fuerte, dejándome claro que notó que hablaba muy bajito en el baño, aunque por lo visto no escuchó con claridad la conversación, si no supiera que mi vida con un ese hombre con el que mi padre me obligó a casarme, es mi peor pesadilla.