Mauricio
Freno el auto cuando por fin llego a la mansión del senador Robles, bajo de un salto y me acerco a la gran puerta blanca, pero antes de tocarla, dos hombres vestidos de negro me bloquean el paso.
—El senador no recibe visitas a esta hora. —Me informan con voz seca.
Me los quedo mirando con furia. Estoy por empujarlos cuando, de la nada, la voz grave y serena del sujeto que arruinó mi vida se hace presente.
—Déjenlo pasar. —Su tono es tranquilo, casi cordial. ¡Como si de veras le alegrara verme!
Mi mandíbula se tensa, pero no dudo. Entro con pasos firmes.
El senador me espera con un vaso de whisky en la mano, sonriendo con una aparente calma.
—Qué bueno ver a un amigo de mi Nyssa en casa, le he dicho infinitas veces que puede invitar a sus amigos cuando lo desee, veo que me hizo caso. —Habla tomando un sorbo de su licor.
—Quiero verla —pido, mirando fijamente las largas escaleras.
—Hombre, claro que sí, no faltaba más. Siéntate donde quieras mientras le aviso a mi esposa de tu visita. —Abre los brazos con fingida hospitalidad, mostrándome la inmensidad de su lujosa sala de estar.
—No estoy aquí para hacer visitas, senador. Solo quiero ver a Nyss. Ahora. —Mi voz es áspera, y mi paciencia nula.
Él asiente, sin perder la compostura.
—Toma asiento. Ya le aviso a mi esposa que un... amigo… Ha venido a verla. —Habla alargando la palabra amigo más de lo necesario, y sin más, sube las escaleras con paso relajado.
Me quedo de pie, con mi mirada anclada en las escaleras, esperando impaciente…
Nyss
La puerta se abre sin previo aviso, levanto mi vista y me encuentro con su silueta alta y dominante. Me levanto de la cama de un salto, furiosa.
—¡Le he dicho que no entre a mi alcoba sin anunciarse! —reclamo.
Él sonríe con cinismo y se apoya en el marco de la puerta, bebiendo un sorbo de su whisky.
—Tienes visita, amor mío. Tu amante vino a meterse en la boca del lobo. —Me informa con diversión.
Mis latidos se descontrolan, y un frío punzante me recorre el cuerpo.
—¿Mauricio? —susurro con un hilo de voz.
Intento caminar hacia la salida, llego al marco de la puerta y trato de poner mis pies en el pasillo para salir corriendo hacia la segunda planta, pero el cerdo con el que me casé me detiene de un jalón. Su rostro se acerca al mío, y sus ojos asesinos me fulminan.
—Deja en el afán, que no soy cupido trayéndote un recado de amor. —Su voz baja y letal. — En este momento tengo a varios de mis hombres apuntándole desde la oscuridad a la cabeza a tu amorcito. Solo necesitan una señal mía para llenarlo de balas. Así que ojo con lo que haces o dices. —Aprieta mi brazo con fuerza—. Este es el trato. Vas a bajar conmigo, sonriendo y comportándote como mi esposa. O lo verás agonizar ante tus ojos. Tú decides, mi vida —me amenaza, dejándome claro que no está jugando.
Mi corazón se detiene y mis ojos me arden, porque, sé que no tengo más opción que hacer su voluntad.
Mauricio
Cada segundo que pasa, me carcome la impaciencia. No voy a esperar más. No cuando no confío en ese vejete.
Camino rápido hacia las escaleras, decidido empiezo a subir. No alcanzo a subir más que los primeros escalones, porque voces y risas que parecen cómplices me detienen. Mis ojos se abren en shock cuando los veo aparecer al pie de la escalera y empiezan a bajar juntos.
La chica que vine a buscar camina del brazo de su esposo, sonriendo como si fuera la mujer más feliz del mundo. Como si nada de lo que vivimos hubiera existido.
Cuando llega a mí, su expresión es vacía. Su sonrisa parece un disfraz perfecto que me pone alerta. Veo sus ojos buscando respuestas, pero ella oculta todo.