Bebé y Mamá de Conquista

Me duele el alma

AD_4nXexSX8pqpcskiI-J-jHV_l9RiW5-52_pPjk4CvxjmWpHdxgF5nfAuPTXyT8ayprBa0NBYgPvLNZRed60AD1bI-Yoycvkv4zOHDIFf1c2yrhgUxODNPfpsn1rbbn1SCWLcUCKT9yIznUTZW2W1fsZM0dyZdL?key=JTnWqqA4GCka6tisIMui3w

Mauricio

No sé qué demonios me impulsa a hacerlo. Quizás es esta maldita necesidad de verla, de entender por qué me siento con esta angustia por ella. Una parte de mí intenta convencerme de que no significa nada, de que Nyss fue solo un error, un espejismo. Pero hay algo más fuerte. Algo que no puedo apagar por más que mi razón me lo exija.

Estoy estacionado frente a su casa desde hace días. Solo me muevo de aquí para buscar comida, para ir al hotel a bañarme, pero vuelvo al mismo punto y me quedo vigilante, esperando tener la oportunidad de verla. De saber de ella. Hoy tampoco pasa nada en esa casa. Pero no desisto de mi idea, y permanezco aquí sin cansarme.

Amanece, el sol me molesta un poco en los ojos, pero me pongo alerta cuando las rejas altas se empiezan a abrir. Y ahí está ella…

Sale por la puerta principal, vestida de blanco. Es un vestido sencillo y elegante, que le queda hermoso, como todo en ella. Mi corazón se agita cuando la veo. Sonríe, radiante, porque su marido la espera junto a un auto nuevo: un coche de lujo, último modelo, reluciente bajo el sol como si fuera una joya recién salida de una vitrina.

La veo correr hacia él. Ríe. Le lanza los brazos al cuello y lo abraza con fuerza. Luego lo besa. No es un beso apasionado, pero es un beso. En la boca. Y eso me basta para sentir que algo se me revienta por dentro.

Una punzada me atraviesa el pecho. Trago saliva, pero no basta para ahogar este nudo que me sube por la garganta. Aprieto el volante hasta que los nudillos se me ponen blancos. Siento celos, rabia, y una desesperación insana por verla feliz. Ella… no es mía.

Recibe las llaves con una emoción genuina, como una niña a la que le han regalado su primer juguete. Se sube al auto. Sus ojos brillan y su sonrisa se expande. Está emocionada. Lo está.
Arranca. El rugido del motor es elegante y potente. Ella avanza por la calle como si fuera la reina del mundo. Yo, en cambio, soy el desastre observándola desde las sombras.

No lo pienso más. Arranco el coche y la sigo.

No hay vuelta atrás.

Conduzco sin perderla de vista. Cuando ya estamos lo suficientemente lejos de su lujoso vecindario, acelero, y me coloco a su lado. Ella voltea, me ve, y su rostro cambia. Ya no hay sonrisa. Solo frialdad. Solo hielo.

Se orilla y yo también.

Nos bajamos al mismo tiempo.

Ella cierra la puerta del auto con firmeza y camina hacia mí como una tormenta. No tiene miedo. No tiene duda.

—¿Qué rayos haces aquí? —pregunta. Su tono es seco, como una bofetada en plena cara. No hay rastros de dulzura, de nostalgia, de… de nosotros.

Yo doy un paso hacia ella. No puedo detenerme. Mi corazón late tan fuerte que me cuesta oír mis propios pensamientos.

—Vine por ti, Nyss —respondo con la voz entrecortada, sintiendo cómo cada palabra me quema la lengua—. No sé qué sucede contigo, pero creo que llegó el momento de que, si en verdad tenemos una oportunidad en esta vida, la asumamos… y luchemos por ella. Por favor, vente conmigo. Olvídate de todo esto… de tu vida, de tu matrimonio. Vámonos juntos. Esta vez no sueltes mi mano, por favor… — Suplico, tirando mi orgullo al suelo.

Ella da un paso atrás.

—No —dice con firmeza—. No voy contigo a ningún lado. Te dije que te fueras.

Sus ojos me miran con una dureza que jamás imaginé.

—En el hotel dijiste que amabas, que ibas a luchar por mí. ¿Qué cambió? Tus palabras no se escuchaban falsas —pregunto, con la voz entrecortada.

—Lo que sucedió en el hotel fue un error. No debió suceder porque soy una mujer casada. Esta es mi vida, Mauricio, y no voy a cambiarla por nada. Vete, por favor, y no vuelvas. —Me exige.

Siento que el aire se me va.

—No te creo, Nyssa —susurro, tratando de sostener su mirada, suplicando en silencio que me diga que miente. Que me confiese que ese señor la amenaza, que le teme, pero que aún sigue siendo la nena linda de la que me enamoré —. Esta vez… algo aquí dentro me dice que no debo creerte. No puedo creerte. Necesito que me confies en mí y me digas la verdad.

Ella aprieta los labios y su mandíbula se tensa.

—Si me crees o no, es tu problema —dice con voz firme, déspota. Y yo siento cada palabra como una daga clavándose en mi pecho—. No voy a ponerme a discutir contigo sobre lo que crees o no. Lo lamento. Soy una bipolar que logró confundirte en el hotel. Lamento si malinterpretaste mis palabras. Pero lo cierto es que… Amo a mi esposo. Y amo más la vida de lujo que me da, los regalos que me hace. Y no voy a dejar todo el privilegio que tengo con él… por irme contigo.

Siento que me tiembla el corazón. Esta no es ella…

Se acerca un poco, lo suficiente como para verme bien los ojos. Como si quisiera asegurarse de que entienda cada palabra.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.