Bebé y Mamá de Conquista

Pesadilla

AD_4nXek1fVphtjjHejpBZwAx7zmyIdBmzEIs2A7wTjsB3_L9wNZ82QERxuiDgIWZRw5qnUWZze0fuq8PvrmlUtiMO6dAaHhk1DDNa1Ygd5i3-zNQHmjLh3zteOOpiFwr17pugFaxHR7BGTk74hZ6JcFlZI7X5Kg?key=JTnWqqA4GCka6tisIMui3w

Nyssa

Regreso a esta jaula disfrazada de mansión, conduciendo el auto como si fuera una extensión de mi cuerpo, no siento nada. Todo me parece lejano, falso, como si el volante no estuviera entre mis manos, como si yo no estuviera aquí, sino en un maldito borde de un puente dispuesta a lanzarme.

Entro por el portón eléctrico. Las luces del camino se encienden automáticamente, como si me dieran la bienvenida a un lugar que no deseo habitar. Al frenar frente a la casa, él ya me está esperando. Sentado en la terraza, como un rey en su trono, con un vaso de whisky en una mano y esa asquerosa sonrisa de satisfacción pintada en el rostro.

Desciendo del coche. Camino hacia él con pasos firmes, aunque por dentro me estoy desmoronando. No puedo permitir que lo note. No puedo mostrar debilidad. No frente a ese monstruo con rostro de esposo.

—Aquí tienes tu porquería —le digo con desprecio y le lanzo las llaves del auto directamente al pecho. Las atrapa con una calma que me enerva aún más.

—Hice lo que me pidió, senador, pronuncié el guion que escribió al pie de la letra, y pudo escucharme —escupo las palabras con veneno, con rabia, con dolor, arrancándome el micrófono que instaló en el cuello de mi blusa —. Aquí me tiene para seguir siendo su prisionera. Así que espero que cumpla su maldita palabra de dejarlo en paz. —Le exijo lo único que me importa.

Él no responde. Solo ríe con burla.

Una risa baja, seca, cínica… como si disfrutara de mi miseria. Da un sorbo a su whisky sin mirarme, como si yo fuera un peón más en su tablero, como si mi alma rota no valiera siquiera una reacción.

Lo odio. Juro que lo odio.

Me doy media vuelta y subo las escaleras sin esperar más. Siento los escalones hundirse bajo mis pies, como si el peso del remordimiento los aplastara. El pecho me arde, me aprieta, me asfixia.

Sus ojos.

Los ojos de mi amor cuando me escuchó despreciarlo con tanta crueldad. Esa mirada triste vuelve a mí con una claridad que me tortura el corazón. Esos ojos llenos de esperanza, suplicando una oportunidad. Y los míos… devolviéndole solo desprecio. Fui tan cruel. Tan despiadada. Le dije cosas que no sentía. Palabras que jamás quise pronunciar. Lo apuñalé con tanta fuerza y lo vi desangrarse frente a mí.

Todo por protegerlo de esta pesadilla.

Todo… por evitar que mi infierno lo envuelva.

Entro en mi alcoba, cierro la puerta y mi máscara de mujer fuerte se deshace al instante. Me desplomo de rodillas, sintiéndome rota, vacía y perdida. Me abrazo a mí misma, buscando una contención que no llega, temblando de dolor y de impotencia.

—Lo siento… —susurro con la voz desgarrada—. Lo siento, mi amor… juro que lo siento… —repito una y otra vez, ahogándome en llanto.

—Perdóname… —gimo una vez más—. Perdóname, Mau… por favor… — Suplico, como si él pudiera escucharme.

Si tan solo supiera que cada palabra que dije fue un escudo. Que lo alejé porque lo amo tanto, que prefiero verlo vivo y odiándome… antes que muerto por mi culpa.

Me aferro a la almohada como si fuera él, mientras me encojo en la cama, sintiendo que el corazón se me deshace en el pecho. Y en medio del llanto, solo puedo repetir:

—Lo siento, mi amor. Lo siento. Lo siento…

AD_4nXek1fVphtjjHejpBZwAx7zmyIdBmzEIs2A7wTjsB3_L9wNZ82QERxuiDgIWZRw5qnUWZze0fuq8PvrmlUtiMO6dAaHhk1DDNa1Ygd5i3-zNQHmjLh3zteOOpiFwr17pugFaxHR7BGTk74hZ6JcFlZI7X5Kg?key=JTnWqqA4GCka6tisIMui3w

Mauricio

Cuando abro los ojos en esa camilla fría, con el zumbido lejano de los monitores y el dolor punzante en cada parte de mi cuerpo, lo primero que pienso es que estoy solo.

Pero no lo estoy.

Martín, mi mejor amigo, entra en la habitación con pasos firmes y cara de preocupación. No pregunta mucho, solo me ve y asiente. Lo llamé hace unas horas, cuando aún tenía los labios sangrando y el alma colgando de un hilo. Le pedí que viniera por mí porque no quería preocupar a mi mamá. No quería que me viera así, derrotado, vendado, roto por dentro y por fuera.

—Gracias, hermano… De verdad —murmuro, mientras él me ayuda a sentar con cuidado—. No quería molestarte…

—Tú jamás me molestas, idiota —responde enseguida, acercándose a mí —. Para esto están los amigos. No solo para las fiestas y los tragos —confirma y sin que la enfermera le diga qué hacer, él se adelanta en todo.

Levanta la camilla para que pueda sentarme, me pasa un poco de agua, coloca el vaso en mi boca y me da de beber. Me ayuda a vestir lo poco que puedo cubrirme, porque hay partes de mi cuerpo cubiertas de gasas y vendas. Medio levanto los brazos y siento que cada movimiento me hace trizas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.