Bebé y Mamá de Conquista

Mami siempre cumple sus promesas

AD_4nXcz3sgUYIRtWjYMKkGSX0SKenEW-esWjTf-4UnS-hh69EEq3MPtmmb-oih0WBkAVY-9cGwWpl-YKUgEQHY5A0Wqa9gIbdSVQbmI2HgxodGRfqoYAMHkhuVJoFRLfG5SEVFtSaEf86x5vNZJZzA-e6sVZ_ZI?key=JTnWqqA4GCka6tisIMui3w

Nyssa

Mis ojos se abren enormes y mis pies se pegan en las baldosas cuando entro al despacho del senador para definir la siguiente entrevista que me ordenó llevar a cabo. La cara de horror del que dice ser mi esposo es un poema, cuando nota que lo agarré con las manos en la masa, dándose tremendo besote en la boca con su… ¿Jefe de campaña? Y… no es una mujer, es un hombre de unos cuarenta y tantos años, que también se incomoda con mi presencia.

—Ay… lo siento, no quise interrumpir. De verdad, lo lamento. Sigan en lo suyo, yo… regreso en otro momento. —hablo un poco conmocionada, porque una cosa es tener la sospecha de sus gustos amorosos y otra muy distinta es presenciar una escena tan íntima entre él y su novio. Quedo sin saber qué decir o qué hacer, solo doy media vuelta y rápidamente salgo del estudio. Subo las escaleras, llego al segundo piso, me apresuro hacia mi alcoba, entro y suelto una ligera risa…

Mi sospecha era cierta. ¡Algo turbio guardaba entre pecho y espalda, y hoy por fin puedo descubrir que es! Hace mucho llegué a la conclusión de que un hombre tan déspota y autoritario no iba a tener a una esposa de lujo, sin atreverse a tocarla íntimamente por respeto. Ese señor no respeta y no considera a nadie, mucho menos a mí. Era por esto, yo no le inspiro ni un mal pensamiento por ser mujer, y… esa es la única razón por la que no me ha obligado jamás a estar con él.

Me acomodo en la cama, aun procesando esta información. Pasan algunos minutos, cuando de repente la puerta se abre de par en par, estrellándose contra la pared, haciéndome saltar el corazón. Es el senador quien entra con sus ojos envenenados. Me mira fijamente y niega.

—No viste nada en el estudio. Tú no me vas a joder mi carrera y mi vida, así que te quedarás callada aunque tenga que hacer lo necesario para que no sueltes la boca. Saldrás de esta alcoba, solo cuando yo lo autorice, y bajo mi vigilancia. —Me amenaza, y sin darme tiempo a reaccionar, retrocede, sale de la habitación, cierra la puerta y me encierra con llave.

—¿Qué hace? ¿No puede hacerme esto? ¡Por favor, le juro que no diré nada! ¡Su vida privada no es asunto mío y no me involucraré! ¡Juro que no lo haré! —grito desesperada, golpeando la puerta con mis manos —. ¡No puede dejarme aquí, carajo! ¡Ábrame, por favor! —ruego ansiosa, sintiendo en este momento mis nervios colapsar.

Pasan algunos días, y tal como lo impuso, estoy bajo castigo solo por haber visto lo que no tenía planeado ver. Estoy aislada. Secuestrada porque este señor aplazó sus compromisos y aisló a los medios por un tiempo. No tengo acceso a mi familia, ni al mundo exterior. Ni una llamada, ni un mensaje, ni una carta. Solo veo las caras de los empleados que él autoriza que me traigan comida en mi encierro. No sé qué va a pasar conmigo, porque todo lo que sé, lo que respiro, lo que toco, está controlado por ese monstruo.

Y mi panza… mi bebé… ya está por nacer, solo faltan semanas, y el temor es imparable.

No puedo permitir que nazca aquí. No puedo. No puedo.

¡Por favor, Dios, ayúdame! —ruego, sin saber qué más hacer.

Al instante, el cerrojo de mi puerta gira cuando alguien afuera inserta la llave. Mis ojos miran expectantes, y mis latidos se acompasan con mis emociones, cuando veo que es la señora Elvira, quien desde que estoy encerrada por alguna razón no había venido a verme.

—Niña, ¿cómo está? Lamento todo esto. Mi hijo enfermó y tuve que ir con él unos días, por eso no había podido venir a verla. El señor está fuera de control, aproveché que está en su despacho para subir un momento —Me dice con preocupación.

—No estoy bien. Él me deja bajar a la sala solo a la hora de la cena, nada más. Pero, el resto del día, estoy aquí. —digo con los ojos llorosos, como poniéndole quejas a la única persona a la que le importa mi bienestar en esta casa. No me controlo, suelto mi llanto, mientras hago lo único que me queda: suplicar.

—Por favor… —Mi voz es un mar de desespero—. Señora Elvira, se lo ruego. No me mire como empleada. Míreme como mujer. Como una madre desesperada que teme lo peor. Ayúdeme. Encuentre a mi familia, y dígales que estoy viva. Que no los he olvidado, como les ha hecho creer el senador, que no estoy en ningún crucero, ni que mis compromisos sociales son más importantes que ellos para mí. Dígales que estoy aquí. Que me ayuden porque mi niño está próximo a nacer y temo que algo le pase si sigo aquí… Dígales que estoy muy asustada. Por favor… —Suplico por su ayuda.

Ella se queda rígida. En shock. Sus ojos recorren mi rostro hinchado por el llanto, mis manos temblorosas acariciando mi barriga.

—Él no puede quedárselo como lo está planeando. No sé qué piensa hacer conmigo y no me importaría si estuviera sola, pero… No puede quedarse con mi niño. No puede usar a mi bebé como un símbolo de su nobleza cuando en ese hombre solo hay crueldad. —Las palabras me salen entre sollozos, al tiempo que intento arrodillarme frente a ella sin importar mi enorme vientre.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.