Bebé y Mamá de Conquista

Por Dignidad y Respeto

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Nyss

Ya no cuento los días que han pasado desde que apareció en la puerta. Desde que sus ojos se clavaron en los míos y supe que todo había cambiado, y a la vez, nada, por lo menos para nosotros.

Desde entonces, Mauricio viene todas las tardes. Puntual, constante y tengo que aceptar que está mucho más cordial. Ya no me mira con recelo, no quiere huir de mí, sonríe un poco en mi presencia, y aun cuando sé que esa sonrisa no es para mí, me complace y me hace feliz porque es para nuestro hijo.

Ni ese día, ni los días que han pasado, me ha preguntado nada. Nunca pidió una explicación, no hubo reproche ni gritos, y no me lanzó acusaciones, como yo esperaba… Y yo omití toda conversación porque su mirada me dijo que no era momento de aclarar nada.

Mi corazón salta cuando suena el timbre porque sé que es él. La señora Elvira está cambiando al bebé en su habitación, mientras que yo, con los nervios de una adolescente enamorada, abro la puerta y me quedo ahí, con mis pies fijos en el piso, mirando atentamente al hombre que me mueve cada célula.

Su saludo lo escucho como susurro lejano por estar embelesada, mirándolo, recordándolo, extrañándolo.

—¡Nyss! ¡Ey! ¿Te pasa algo? ¿Te sientes mal? —Su voz preocupada me baja de la nube.

—Yo… sí, sí… estoy bien. Disculpa. Por favor, entra. La señora Elvira en un momento trae al bebé —trato de disimular, sintiendo mis mejillas encendidas por la vergüenza.

—Traje esto para la cena. — Me dice, entregándome una bolsa. Miro su interior y mi pulso se agita por ver lo que es. Alzo la mirada y sus ojos se encuentran con los míos, porque estaba atento a mi reacción por haber traído tacos con aderezos, estos son mis favoritos de toda la vida. Nuestros ojos permanecen anclados por segundos que parecen congelarse en la inmensidad de mi amor. Sin embargo, no dice y no digo nada, solo camina hacia la sala de estar a esperar a su hijo.

La señora Elvira aparece, de inmediato el bebé salta y se acelera a bajarse de sus brazos, emocionado cuando ve a su padre, y entonces yo, como por arte de magia, me vuelvo invisible, porque sé que es un momento de padre e hijo donde no tengo cabida.

Los observo desde la puerta. Él se arrodilla, lo alza, le hace ruidos tontos con la boca que lo hacen reír a carcajadas sonoras que recompensan todas mis lágrimas. Le enseña a dar pasos firmes, a lanzar una pelota, se sientan en el piso y arman torres de bloques, las cuales también son motivo de risas cuando se derrumban.

Y yo…

Yo me quedo ahí, detrás de la cortina, con el corazón lleno de ternura y roto a la vez, porque daría todo por ser parte de esos momentos.

Es lindo verlo tan enamorado de su hijo.
Puedo verlo en sus ojos, en la manera en que lo carga, en cómo le besa el cabello cuando cree que nadie lo ve.

Y eso me basta.
Debería bastarme.

Porque el niño que creció dentro de mí, que sentí patear, que vi nacer en medio de la esperanza de recuperar a su padre, ahora tiene a esa figura a su lado. Un padre que lo ama, que lo cuida y que se desvive por él.

No soy tan egoísta como para arrebatarles eso. Jamás sería un obstáculo para ellos. Lo tengo claro, aunque sienta que cada vez que él se marcha, mirándome solo un poco, con un simple "nos vemos mañana" — una pequeña parte de mí se queda más vacía.

De la sala se trasladan al jardín, Mauricio lo carga en sus hombros y el bebé no deja de reír y dar palmadas, balbucea y dice palabras enredadas entre risas que me hacen reír también desde la distancia.

Fue amor a primera vista entre ellos. De esos amores que nacen en un instante y no necesitan de pruebas, ni de explicaciones. Doy fe de ese amor, porque Mauricio mira a mi niño como si fuera su sol, su centro, su razón de existir.

Así como antes me miraba a mí. Como alguien especial para sus días, para su mundo.

Pero eso ya pasó. Él se va a casar, con esa mujer dulce, de sonrisa perfecta y ojos claros. Esa, que ahora tiene derecho de tomarlo de la mano.

Yo solo soy, la madre de su hijo.
Y lo acepto.
A veces con rabia.
A veces con lágrimas.
A veces con un nudo en el estómago que no me deja dormir. Y con una presión tan fuerte en el pecho que me hace llorar para no ahogarme.

Pero lo acepto.

Porque ya no quiero mendigar más su atención.Porque mi amor ya no tiene espacio en su vida. Porque le prometí a mi hijo que tendría a su padre en sus días y aquí están juntos.Y porque, quiero que el padre de mi bebé sea feliz, incluso si esa felicidad no me incluye.

Él entra a casa con el bebé dormido sobre su hombro y yo ya tengo preparada la bolsita con pañales y la leche. Nos cruzamos en el pasillo, él asiente con la cabeza y yo le sonrío con suavidad. Fingiendo que no se me parte el alma, saber que está a pocos días de unir su vida a otra.




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