Mauricio
Le acomodo la mantita sobre su pequeño cuerpo, mientras sonrio porque su respiración es suave, acompasada, como si no tuviera ninguna preocupación en el mundo. Y me gusta pensar que es así.
Que a pesar de todo, a pesar del caos que su mami y yo llevamos dentro, mi hijo duerme en paz.
Me inclino para dejarle un beso en la frente.
—Buenas noches, mi niño… Papá, te está amando mucho, eres ese amor bonito que llegó a mi corazón para traerme de vuelta un mundo que pensé que ya no era mío —le susurro, con una sonrisa suave, sintiendo una punzada en el pecho, porque sé que ese mundo del que hablo, aún no está completo. Falta alguien, en cada juego que tenemos, en cada instante compartido, siempre falta ella.
Dejo otro beso en su frente, doy media vuelta e intento salir de la habitación con cuidado, sin hacer ruido, pero me detengo en seco porque Nora está ahí, de pie recostada en el marco, mirándome con atención.
No sabía que había llegado, estaba tan absorto con mi bebé que no escuché la puerta.
Tiene sus brazos cruzados sobre el pecho, y el cabello recogido con perfección, como siempre.
Ahora que la veo, siento culpa porque nuestra última conversación hace unos días sobre la boda no fue muy grata. Se enojó porque no pude hacer el ensayo en la iglesia, estaba con mi bebé y eso para mí ahora es más importante que todo, tanto que me olvidé de todo a mi alrededor.
Después de días donde, si soy sincero, no recordé llamarla, hoy aparece y no sé qué decirle. Es una chica inocente, especial, y me cuesta lastimarla.
Camina hacia el pasillo para darme espacio para salir. No hay lágrimas en sus ojos, no hay ira. Solo una calma que me resulta inquietante, porque es como ese silencio infinito que antecede a una tormenta.
—¿Cuánto tiempo llevabas ahí? —pregunto caminando a su lado.
—El suficiente como para saber el maravilloso padre que eres —responde, con su tono de voz ni frío ni cálido, simplemente neutral.
Nos dirigimos a la sala sin decir una palabra más.Ella se sienta en el borde del sofá y yo me quedo de pie, como si sentarme significara aceptar una culpa que aún no termino de procesar.
—Tenemos que hablar, Nora. Yo no sé por dónde empezar, te juro que me cuesta mucho tener esta conversación contigo. Sin embargo, no puedo dejar avanzar el tiempo. —Empiezo a hablar, tratando de encontrar las palabras exactas. —Me están pasando cosas que han cambiado mi vida, mi realidad. El bebé, su mami, y… —Intento por fin dejar salir esto que me agobia.
Hace días tengo un nudo en la garganta por sentirme en una encrucijada, porque, después de postergar y aplazar la boda una y otra vez, la nueva fecha se acerca y yo no sé qué hacer… Voy a casarme con una mujer que se merece un mundo entero, lleno de amor. Pero, con solo cerrar mis ojos, sueño y respiro por otra.
—¿La amas? —pregunta de pronto, directo al pecho.
Trago saliva, porque mi primera reacción debe ser negarlo. Decir que no. Que eso quedó atrás. Que soy feliz contigo. Que esto, lo que tenemos, es real porque tú serás mi esposa. Pero nada de eso me sale porque no es lo que siento.
Bajo la mirada, y lo admito. Se lo admito a ella y me lo admito a mí, porque ya no puedo más.
—No quiero lastimarte, Nora… Lo siento
Ella asiente. Como si ya lo supiera. Sabía cuál iba a ser mi respuesta, y me siento culpable por hacerle esto, pero, es mejor frenar las cosas ahora, que casarnos y hacerla sufrir mucho más cuando no pueda darle lo que se merece.
—Lo supe desde que los vi juntos en aquella junta. Lo supe y fingí no saberlo. No tengo claro el porqué me mentí a mí misma, pero… no es por amor por ti, ahora lo sé, porque tu confesión no me está doliendo como pensaba que lo haría. Lo supe cuando vi en tus ojos al mirarla a ella, un brillo único con el que nunca me miraste. Cuando apreciabas cosas simples que ella te regalaba —sigue hablando, y saca algo del bolsillo de su blazer.
Es un papel arrugado, lo reconozco al instante.
Es la nota que Nyss dejó junto con los dulces picantes. Aquella que no pude tirar, aunque intenté hacerlo.
—Se te cayó de tu chaqueta —me dice, extendiéndome.
No lo toma con reproche. No lo lanza. Solo… me lo entrega.
—Hay amores que son para siempre, Mauricio, y, tengo claro que tú no eres ese en mi vida. No te sientas culpable por mí, porque me siento tranquila, incluso liberada. Yo nunca fui tu amor, y hoy tengo la certeza de que no eres el mío.
Levanta la vista y sus ojos buscan los míos.
—Ojalá te des cuenta de lo que te pertenece… antes de que sea demasiado tarde. No conozco la historia de Nyss, pero solo una mujer enamorada, atraviesa mares y batalla entre tormentas, para venir en busca de su amor. Solo alguien que ama de verdad ruega por ser escuchado. Nunca la escuchaste, Mauricio, y eso te puede pesar.