Bebé y Mamá de Conquista

Perdóname

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Mauricio

No sé ni qué cara poner cuando la mamá de mi hijo me abre la puerta. La mujer que me cambió la vida con solo aparecer, me mira sorprendida, con esos ojos grandes que tanto extrañé.

—¿Pasó algo con el bebé? —pregunta enseguida, preocupada.

Niego con la cabeza, tragando saliva. No tengo una excusa clara, solo una necesidad que me arrastra como un huracán.

—Nada… solo queríamos venir —le respondo, y me odio un poco al oír mi voz temblar.

Ella me deja pasar. Avanzo, y lo primero que noto es el puto sonido de la risa masculina desde la sala. Giro la cabeza y ahí está él. Fernan. Sentado como si estuviera en su casa, con una sonrisa de lado, relajado, como si supiera exactamente lo que me pasa por dentro y encima se burlara.

Aprieto los puños y la mandíbula se me tensa porque me cuesta tragarme los celos que me hierven en las venas. .

Ella toma a nuestro hijo con esa dulzura que le brota de cada gesto. Lo acuna, lo besa, lo lleva hacia la habitación, y yo la sigo como un autómata. No puedo despegar mis ojos de su silueta, de la forma en que lo protege, en que respira por él.

Me acerco, y ella da un leve respingo.

—¡Dios, me asustaste! —susurra, cuidando de no despertar al bebé.

No le contesto. Solo la miro. La miro con ese anhelo que tengo intacto dentro de mí por ella. Detalllo la curva de su rostro, la forma en que su cabello le cae sobre la mejilla. Ella evita mis ojos. Deja un beso en la frente de nuestro hijo y, sin darme tiempo, sale de la habitación.

—Nyss… —La llamo, siguiéndola por el pasillo.

Ella acelera el paso, como si temiera detenerse, me apresuro y la alcanzo. Mi mano envuelve su brazo, la hago girar y anclo mis ojos a sus iris y me pierdo en ellos por varios segundos.

—No sé qué tienes y no voy a preguntar. Fernán me está esperando —habla bajito e intenta soltarse de mi agarre.

Sus palabras me presionan el pecho, y no puedo evitarlo. Se me escapa la pregunta que me quema el alma.

—¿Qué hace Fernan aquí a esta hora?

Ella parpadea, incrédula.

—No tengo por qué responder esa pregunta —dice, en tono firme—. Porque ese no es tu problema.

—Sí, es mi problema, porque… —Trato de justificarme, pero ella se zafa de mi agarre con un movimiento sutil, lleno de dignidad, y se aleja.

—Porque nada, Mauricio. Yo… ya entendí cuál es mi lugar en tu vida. Me costó, me dolió, pero me lo dejaste tan claro que a la fuerza lo entendí y lo acepté. Así que de ahora en adelante, lo que hagas con tu vida es cosa tuya, y lo que yo haga con la mía me incumbe solo a mí…

Su voz y sus palabras me atraviesan el corazón. Sin decir más, se da la vuelta, camina hasta la sala y yo… me quedo en la mitad del pasillo, con una sensación de angustia por pensar en que ella decidió dejarme atrás…

Desde donde estoy los veo. Él le sonríe, le acaricia las mejillas y hablan en tono tan bajo que no puedo escuchar nada. Se ríen de alguna tontería. Ella se relaja. Hay demasiada confianza entre ellos, demasiada complicidad, y yo estoy ardiendo en el mismo infierno por eso.

No soporto esto que estoy sintiendo. Sé que no tengo derecho, sé que no debo intervenir en lo que hacen, solo debo marcharme y respetar su decisión. Pero no… Eso es imposible para mí.

Aprieto los puños y con la sangre burbujeando en mi sistema, doy un paso dispuesto a interrumpir esa escena de mierda, a sacar a Fernan a empujones si es necesario. Pero...

No alcanzo a avanzar mucho, porque de la nada siento una mano firme sujetando mi brazo.

—No hay, ni habrá nada entre ellos —dice la señora Elvira, apareciendo como un fantasma a mi lado.

Mis ojos se enfocan en la pareja que parece se ríen de algún chiste.

—Porque ella solo tiene ojos para usted. Lástima que fue tan ciego para no apreciarla.

Sus palabras me sacuden.

—No me corresponde contarle nada de esto. Pero lo hago porque sé que quién se lo debía decir, recibió tantos rechazos de su parte, que se rindió y decidió no hacerlo. Y me parece injusto porque mi niña ha sufrido mucho —continúa, con la voz entrecortada—. Ese hombre con el que su padre la obligó a casarse la tenía secuestrada, amenazada con hacerle daño a usted y a su familia. Cuando supo que estaba embarazada, sus ojos se iluminaron y se volvió una leona para defender la vida de su bebé. Luchó sola, con miedo, y con el amor de madre más grande que pueda imaginarse, por ese bebé.

La escucho atento y el aire se detiene, literalmente no puedo respirar.

—En medio de todo su dolor, jamás lo dejó de pensar. Nunca perdió la esperanza de volver a su mundo con su hijo. A diario le hablaba a su bebé a través de su vientre, de su papá, de lo mucho que lo iba a amar, de lo orgulloso que usted estaría de él cuando lo conociera. Su hijo lo supo de usted desde el vientre por esos mensajes tan bonitos que su madre le decía. Y cuando pudo huir, cuando por fin pudo escapar del infierno en el que vivía, solo soñaba con regresar a usted para construir un hogar…




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